En la novela Contarlo todo, del peruano Jeremías Gamboa, el protagonista logra un trabajo en un medio importante, la revista Proceso, gracias a que su tío mesero atendía siempre al director. Recomendó a su sobrino para el trabajo, y le dieron la oportunidad. Cuando el señor De Rivera, director, le dijo que sería mejor que hiciera la práctica en algún lado en donde le pagaran, el humilde tío no lo dudó: "Señor De Rivera yo estaría dispuesto a pagarles a ustedes para que le permitan aprender sobre periodismo".
Eran los años 90, apenas empezaba esta incompatibilidad entre la realidad y la legislación que complica cada vez más a los jóvenes poder aprender un oficio: "no tiene ARL" gritan desde las oficinas de recursos humanos; "qué tal que le pase algo", alegan desde las entrañas de la fatalidad que acompaña a los que se acostumbraron a creerse Nostradamus modernos, cargados de mala leche.
Mis compañeros de la redacción se burlan de mí cuando les cuento que fui ayudante de maestro de obra, mesero, mensajero, jefe de bodega, arriero, repartidor de volantes, empacador de votos, vendedor de obleas en el parque de Pensilvania, negociador de periódicos viejos en almacenes, recogedor de granos de café de los capacetes de las escaleras y, por supuesto, colaborador en el Almacén del Café, además de haber trabajado en la finca de mi tía Dolly y hasta ayudante de sepulturero. Ellos hacen cuentas. ¿Si llevo un cuarto de siglo metido en La Patria, cómo pude hacer todo eso?
No entienden que un objetivo en mi época era conseguir unos pesos de más. Todos nos rebuscábamos el dinero, pues nunca sobró en nuestras casas en donde se guardaba austeridad franciscana, sin tacañerías, pero sin gastos innecesarios como los que abundan hoy. Pero era fácil, ahora ni los que quieren trabajar pueden, porque el sistema lo impide.
Si un muchacho hoy, por ejemplo, se va a subir a una chiva a recoger los granos de café que se salen de los bultos -cosa que supongo pasa menos que en mis tiempos- no puede porque el conductor teme que se caiga y como no tiene curso de alturas se va a meter en un problema. No digamos ya que quiere alguien ir a aprender un oficio en alguna fábrica, taller u oficina. Para estos habrá un rotundo no porque no tiene ARL. Y así se nos van de las manos las oportunidades. Es por esto que llegan un poco de jóvenes cargados de títulos a las oficinas sin un sentido de realidad, no saben qué es algo tan sencillo como obedecer, trabajar en equipo, hacerse parte de las empresas. Solo teoría.
Sí, detrás de estas leyes hay muy buenas intenciones de que no se burlen derechos a las personas, pero con ellas no se tiene en consideración las posibilidades que se quitan, como a muchos de hacerse a unos pesos honestamente y, claro, ganar experiencia. Pero estamos en el mundo de por qué hacerlo fácil si lo podemos complicar. Pura postmodernidad.
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