Foto | Tomada de https://www.eldiariodemadryn.com | LA PATRIA
Los Toches. Así se llamaba el equipo de fútbol de mi salón en el séptimo de bachillerato en la República Independiente de Pensilvania. El nombre nos lo dio una camiseta negra con franjas anaranjadas, que después de la primera lavada terminaron amarillas. Obviamente, lo bonito del nombre nada tenía que ver con la camiseta.
Cuando la diseñamos iba a ser la camiseta soñada. Sería negra y naranja, muy parecido a los colores de la Selección Alemana que hacen contrastar su fondo blanco. Nos soñábamos con ella.
Cada salón diseñaba su camiseta, más o menos, inspirada en las de los equipos amados. Con esas instrucciones, que se anotaban en alguna hoja volante, se le entregaba la plata correspondiente al profesor de Educación Física, que era quien se metía en el berenjenal de hacer el encargo en una confeccionadora en Manizales. El pedido esperado llegaba en cajas, casi siempre sobre el tiempo para inauguración del campeonato. La encomienda arribaba en las bodegas de algún bus de Empresa Arauca.
Cuando llegaban las camisetas todos íbamos como locos a escoger la nuestra, los números nos indicaban cuál era la de quién, pero casi nunca las tallas coincidían, y así, un tronco como yo, podía terminar con la 10 o la 9. Las más preciadas. Mi ocho, no se lo disputaba nadie, aunque me conformaba con el 6.
Pero esa camiseta de Los Toches, nunca llegó, llegó otra que en nada se parecía a la que habíamos encargado. Eran épocas en que a duras penas había fax, no había programas de diseño y menos computadores personales.
Para acabar de completar, esa camiseta era de una tela gruesa, que en los escasos días de sol nos hacía sudar a mares y en los de lluvias, que eran los más normales, nos pesaban como si se tratara de una armadura.
Hace poco estaba reunido en familia y alguien dijo que tenía unos zapatos nuevos para vender. ¿Si estaban nuevos por qué los iba a vender? Porque no le sirvieron. La historia que nos contó es que los compró en una página web, de esas que te cobran por cada elemento que pides. En teoría la talla del calzado estaba en centímetros, pero llegaron dos tallas menos y compró dos pares.
Cambian muchas cosas y al final no cambia nada. Como con las camisetas, las indicaciones que se enviaron no fueron traducidas en el mismo sentido. No hubo profesor intermediario, pero sí una aplicación que actúa igual que con cualquier encomienda, con el teléfono roto. ¿Sería que así pidieron las camisetas de la Selección Colombia?
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El sobrero: Propongo que a Manizales le pongamos el apelativo de #Bueñuelandia en lugar de la Ciudad de las Puertas Abiertas o Perla del Ruiz. Aunque debo confesar que prefiero una caseta de buñuelos con riesgo privado en cada esquina, que un hospital para mascotas con plata pública.
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