“El yo que habla y se muestra incansablemente en la web parece ser triple: es al mismo tiempo autor, narrador y personaje.”
Paula Sibilia, La intimidad como espectáculo. Fondo de Cultura Económica, 2008
El periodismo padece síntomas graves que hacen temer su desaparición. Juan Luis Cebrián dijo que el problema mayor es que quienes ejercemos el oficio somos zombis, estamos muertos, pero nos resistimos a aceptarlo. Sobre este fenómeno, Paula Sibilia, autora de La intimidad como espectáculo, manifiesta que no deja de ser sintomático que el momento contemporáneo se suela presentar como sinónimo de la “era de la información”.
Es un momento en el que la información es realmente importante, pero quienes tenemos la preparación para informar mejor, nos quedamos con el miedo, mientras otros nos demuestran que lo pueden hacer con más éxito. Esto no es gratuito, según la misma autora, esta complejidad se debe a que las relaciones entre verdad y mentira, ficción y realidad, esencia y apariencia, verdadero o falso, que nunca fueron simples, también se complicaron.
Así como Foucault habla de la función-autor, podríamos hablar, para el caso particular del periodismo, de la función-periodista, ese papel que debe cumplir con su discurso, "su existencia, circulación y funcionamiento dentro de una sociedad", de acuerdo con lo planteado por el pensador francés, quien presagió que esta función-autor iría convirtiéndose en un murmullo hasta desaparecer. ¿Será ese el camino que también tendrá la función-periodista en medio de la construcción colectiva de las narrativas que nos propone las web 2.0 y que evoluciona en la 3.0?
Tal vez esa humildad de la que tanto carece el oficio -¿nadie puede hacerlo mejor que nosotros?- pase una cuenta de cobro: que el periodista sea tan solo uno más de los coautores de la información, cambiante, que se construye en la red o, en el peor de los casos, que simplemente pase a ser un observador pasivo de lo que hacen los demás y se queda desde la pantalla viendo pasar el mundo de la información ante sus ojos, mientras apenas la retuitea.
¿Cómo afrontar este nuevo reto? Tal vez haya varias respuestas. Una puede ser aceptar la nueva realidad y entender que el mundo de la información cambió y la mirada sinóptica de antes es hoy panóptica, pero no desde un ojo que mira desde lo alto, sino desde la acumulación de personas en la misma posición, varios autores en el mismo plano viéndolo todo, al tiempo que pueden construirlo o simplemente eliminarlo con un delete.
Aquí aparece entonces el editor, el vilipendiado por generaciones, el que, según las permanentes acusaciones de periodistas, tiene en buena parte la culpa de muchos problemas actuales del periodismo aburrido que se puede hacer en los medios, señalamiento que no es gratuito, pero que, creo yo, tiene otras explicaciones adicionales. No me detendré en este asunto que es motivo para futuras reflexiones.
Interesa es ver cómo la función-periodista se transforma hacia la función-editor, desde donde podrá no solo seguir construyendo, desde el plano horizontal con quienes hacen la información –periodistas o no-, sino que tendrá además la obligación de convertirse en notario de lo que allí se diga, en un verificador permanente de que lo que se está diciendo "plausible, verídico y verificable", según el planteamiento de hace un siglo de Walter Benjamin sobre la información y su diferencia con lo demás, que hoy abunda en internet. De acuerdo con el pensamiento de Benjamin, que parece de ayer, si la información incumple con esos propósitos deja de ser información y se convierte en fraude. A eso estamos abocados.
Me atrevo a lanzar ese juicio sobre el papel de los periodistas por la realidad que vivimos en la Sala de Redacción de La Patria. Tuvimos un momento difícil en Manizales entre octubre y noviembre del 2011. Un derrumbe afectó la planta de tratamiento de agua y la ciudad se quedó 17 días sin agua potable corriente por las tuberías. Una vez volvió el servicio se seguía temiendo por la vulnerabilidad de los trabajos. Durante un par de meses hubo personajes que, dándoselas de graciosos, imponían el rumor como fuente de reacciones inusitadas. A través del uso de redes sociales o mensajes masivos de texto advertían de nuevas avalanchas y llegaron a provocar que en medio de los temores la gente empezara a recolectar agua hasta desestabilizar el sistema de acueducto.
Llegados a ese punto, la decisión que se tomó en la Redacción, y que contrarió lo que por años habíamos sostenido de que no nos correspondía a nosotros desmentir a otros, fue la de tratar de dar la información verificada oportunamente y advertir que el rumor era falso. Esa decisión condujo a que fueran muchos los ciudadanos que cuando recibían el mensaje acudían a nuestro sitio web o a nuestras redes sociales o a mi propia cuenta de Twitter para ver qué decíamos nosotros y con base en esa información tomaban su decisión de recolectar agua en tal o cual cantidad, o de no hacerlo. Ese es el papel que veo va conduciendo al periodismo para afrontar el futuro.
Este periodismo necesitará a informadores más preparados en un asunto que no se da por generación espontánea, el criterio. De nada sirve que la audiencia confíe en nosotros si mañana la traicionamos por no verificar una información, por perder el rigor o simplemente por descuidar la narrativa. Nuestro papel de verificadores se constituye en un modelo nuevo que para muchos puede sonar de poca monta, pero que si lo sabemos entender y somos capaces de escalarlo a niveles de profesionalismo tales que la audiencia pueda confiar en nosotros, habrá mutación para bien del oficio. De lo contrario, creo que la desaparición de la función-periodista llegará porque seguirá ofreciendo un commodity que ya cualquiera puede elaborar en sus funciones básicas.
Cuando la ficción pasa a segundo plano, porque la realidad la ha desbordado, surge una contradicción: debería ser el momento para los narradores de no ficción, papel que cumplen en primer término los periodistas, pero la realidad nos está dando un puñetazo en la cara para hacernos ver que dejamos pasar el momento y esa no ficción se está construyendo en las redes sociales, en los blogs, en los textos de no periodistas, que en algunos casos cumplen la función-periodista.
Todo esto “no hace más que confirmar la muerte del narrador diagnosticada por Walter Benjamin casi un siglo atrás, no solo en manos de la novela, sino especialmente de este otro género fatal: la información”, según palabras de Sibilia. Ayudamos con esa muerte si el periodista deja de hacer lo básico, lo de siempre, que en palabras de Jon Lee Anderson, no es otra cosa que "olfatear, sentir; no puede vivir solo pendiente del laptop". Y coincide en mi asunto de ser nosotros los editores de ese contenido: "Estamos ante un público que busca lo frívolo en medio de un muro constante de noticias, y nosotros tenemos que ofrecerle la jerarquización; no podemos dejar ese bocado al público".
Si no cumplimos bien con esa misión terminaremos en el peor escenario, no repitiendo con Del Valle Inclán: Para ti mi cadáver, reportero, sino parafraséandolo: Para ti mi cadáver, público.Las escuelas de periodismo, que no de comunicación, tienen la obligación de enseñar ese criterio, de contar cómo se pasa de ser el reportero a ser el verificador, el camino está expedito, ¿a tiempo?, no sé, pero entre más nos demoremos en diseñar las salidas, más cerca estaremos de la muerte de la información.
Este texto lo escribí originalmente con el título El periodista como notario en tiempos turbulentos, ensayo que presenté en el curso Community Management para periodistas, dictado por la red Periodismo de Hoy.
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