En derecho se distingue entre la verdad material -lo que realmente sucedió- y la verdad procesal -lo que se puede probar en el proceso-. No siempre van de la mano y justamente por esa disparidad muchas verdades verdaderas terminan siendo dudas procesales sobre las que se amparan jueces y abogados para absolver o declarar inocencias, aun a culpables.
En periodismo la cosa es aún más complicada. Una noticia veraz puede no ser necesariamente verdad. Es decir, es veraz si se logra demostrar que el periodista aplicó todo el rigor que el oficio exige para llegar a la verdad, así al final lo que publicó pudo terminar siendo falso. La jurisprudencia de la Corte Constitucional advierte de esta situación y concluye que si el periodista actuó bien, no se le puede calificar de mentir, ahí juega un papel fundamental la buena fe. Obvio, esto no absuelve al periodista de la absoluta responsabilidad de aclarar la situación y corregir, pues es una obligación en todo caso en el que se falsee la verdad.
Inclusive hay noticias que resultan verdaderas que carecen de veracidad. Periodistas que inventan cosas. Será nombrado fulano como secretario o ministro de cualquier cosa. Está en el sonajero, se la juegan y finalmente tienen la razón o provocan que el nominador indeciso se decida por esa persona. Un capítulo de la serie House of Cards, original de Netflix, refleja muy bien esta situación. El político le dice a la periodista manipulable que repita este nombre hasta que sea verdad: Catherine Durrant, como futura secretaria de Estado. Ella lo lanza en su Twitter, se mueve en los medios y al final el presidente de los Estados Unidos no tiene más opción que nombrarla. No había mejor candidata, según la aceptación generalizada.
Contrarias a esas apuestas de tahúr para ver si se obtiene el resultado justo son las verdades a gritos. Todos las conocemos:
Son verdades a gritos, pero impublicables o irrepetibles por un periodista serio, ni siquiera en un comentario de pasillo. El rigor en el periodismo es también saber callar como saber contar. No tiene sentido hacer alarde de las verdades a gritos si no tienes cómo probarlas.
"Pero es que todo mundo sabe", me alegaba alguna vez una fuente por mi silencio frente a un tema que él aseguraba era verdad. Presionado por tanta certeza, perdí varios días en la búsqueda de la tal verdad, pero no resultó ni cercano a la veracidad. Al menos rastro no quedaba. No hubo noticia, ni para bien ni para mal.
Gritarlo y hacerlo colectivo no significa que sea verdad, aunque así trabaje la calumnia: "calumnia, calumnia, que de la calumnia algo queda". Sin embargo, vemos cómo cada vez se usan más términos como: "la gente dijo...", "los asistentes concluyeron...", "coincidieron los denunciantes..." y detrás un anónimo, o nadie, porque nada más impersonal que el colectivo. Desconfía de las verdades a gritos, son peores que las verdades a medias, pero esas son harina de otro #Periodismos.
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