Es posible que estemos asistiendo al principio del fin de las salas de redacción como las conocemos hasta ahora. Los efectos de este cambio pueden tener repercusiones, que no son difíciles de predecir, en la calidad periodística. Ya oigo por ahí a mucho entusiasta con ganas de no volver a las redacciones después de que se supere la emergencia por la covid-19.
“Les falta sala de redacción”: me he visto repitiendo esta frase, cada vez más seguido, para referirme a aquellos colegas cargados de buenas intenciones, con una inquietud intelectual sincera, pero que muestran su aversión a ser criticados o a que les sugieran cambios a un trabajo y que son propensos a sentirse jueces de los demás. Estos son apenas algunos síntomas dañinos para el oficio que trae el no haber pasado por ese lugar hasta ahora indispensable para continuar la formación del periodista después de la universidad: la sala de redacción.
Soy de una época en la que la sentencia “los periodistas no son noticia” significaba algo. Me hago viejo y es posible que sea yo el que no sea capaz de entender este mundillo de periodistas activistas, que se creen poseedores de la verdad, con posiciones políticas que definen el sesgo en sus artículos y que quieren contar sus logros en a cuánta gente trataron de corrupta, así haya apenas deducciones ligeras sobre el supuesto hecho corrupto. También otros que se preocupan más por difundir lo geniales que son haciendo investigaciones y cruzando datos -y lo repiten una y otra vez por cuanta red social exista-, como si al público le importara cómo las hicieron y no el resultado.
En vez de seguir hablando de esas situaciones, quiero hablarles de las rutinas periodísticas en las que me formé con un amplio grupo de profesionales que ha pasado por la Redacción de La Patria, mi escuela y mi casa. Trataré de resumir aquí algunos de esos valores que extrañan siempre quienes se formaron aquí y ahora están en otros lugares.
1. Una tertulia permanente. No concibo un grupo de trabajo que no convierta la Redacción en una tertulia permanente sobre el oficio, sobre la realidad a nuestro alrededor y sobre las piezas periodísticas en proceso. La conversación, ya lo demostraron los griegos desde Sócrates, es caldo de cultivo para la creatividad. Las mejores ideas se dan en los pasillos, en donde nos cruzamos con los compañeros y alguien te pregunta qué andas haciendo. En esa charla surge una fuente, un dato, un reportaje de hace años o se plantea un enfoque más novedoso. Incluso en el diálogo es posible que el periodista al contarlo logre la claridad que necesitaba para emprender el texto. Todo esto surge en la calidad de la conversación, en la confianza que se cultiva con los años, en perderle el miedo a hablar con el otro con total desprendimiento sobre cada información. Qué triste mundo el del periodista que tiene susto de contar en lo que trabaja porque teme que le roben su historia. O trabaja en un muy mal lugar o sus inseguridades le impedirán construir mejores historias con otros.
2. El editor que ayuda. Una buena sala de redacción tiene editores que se convierten en mentores, en profesores de los otros, en personas que ayudan a los demás a mejorar sus ideas, en simples acompañantes del otro, que entienden su papel de ayudar y permiten que brille el trabajo del reportero, que es exclusivamente suyo. He promovido que todo periodista debe acometer los textos con ojo crítico y eso lo convierte en el primer editor de su trabajo. Si así lo hiciéramos, tendríamos más editores pesando en enfoques, en estructuras, en otras fuentes; y mucho menos dedicados a corregir comas, tildes y a cambiar los lids indirectos. Un editor es como el conductor de un bus que se encarga de llevar a los pasajeros a buen puerto y no pretende cobrar el resto de la vida que los demás pudieron hacer con sus vidas lo que hayan hecho, porque él los condujo con bien. Me produce estupefacción en estos tiempos cuando aparece un editor con ganas de cobrarse la calidad periodística de un artículo de otro. El trabajo del editor es ese, lograr que sus pupilos y sus artículos brillen, y dejarlo ir. He sabido de algunos que hasta intentan firmar con el autor. Nada más ridículo.
3. Planear, asunto de todos. Siempre será mejor una sala de redacción en donde se dedica más tiempo a la planeación de los trabajos que a la crítica. Esa planeación será mejor en la medida en la que todos podamos participar de ella y sugerir cómo hacerlo. Esta es la oportunidad para que el más joven de los practicantes y el más veterano de los editores estén en igualdad de condiciones en busca de aportar al trabajo de otros, todo con el fin de entregarle un mejor producto a la audiencia. Aunque esto se puede hacer a través de la virtualidad, no es lo mismo. Vernos la cara, estar sentados todos alrededor de la misma mesa facilita el diálogo. Ahora estamos obligados a hacerlo a través de una cámara, pero lo que no puede permitirse es que desaparezca la oportunidad de mejorar los trabajos con el aporte de todos, los que son para el día a día y los que vendrán después. Un mejor periodismo pasa por una mejor planeación y si esta se da en colectivo, hay mayores posibilidades de acertar, de cubrir todos los frentes, de no dejar cabos sueltos.
4. El invaluable control. Una sala de redacción que se precie de hacer periodismo de calidad pone en marcha protocolos de control, que pasan por la relectura de los textos, por la revisión inquisitiva de ellos. Hasta antes de que empezara el confinamiento, todas las noches nos sentábamos en la sala de Redacción a ver proyectadas las páginas tal como se iban a publicar al día siguiente y les dábamos la última revisión. Ahora cada uno de los integrantes de la redacción recibe en su correo las páginas en PDF y cualquiera puede leerlas y sugerir mejoras de diseño, de redacción o de fondo. Se han llegado a aplazar publicaciones porque alguien advirtió que podía mejorarse de una u otra manera o que le faltaba algo clave para ser de calidad. Eso es lo que se logra en una sala de redacción activa. No somos infalibles, pero se frenan muchos de esos errores que antes parecían insalvables.
5. La evaluación, la autocrítica. Me cuesta entender que se señale a los periodistas de no tener autocrítica y esto me sucede porque soy de la escuela de La Patria, en donde es sagrado que todos los días evaluemos el producto publicado. Entiendo que en muchas partes piensan que esto es llorar sobre la leche derramada. Para mí, por el contrario, es la oportunidad de la retroalimentación, de señalar qué pudo salir mejor o cómo con base en lo bien hecho, otro colega puede darle más calidad a la pieza que procesa. Claro, se necesita tener cuero duro para aguantar a veces críticas que pueden parecer de mala leche, pero si logramos generar conversaciones que sean sobre el trabajo y no sobre las personas, mejoraremos todos. Y no se le puede temer a esto. Abundan hoy -son cosas de los tiempos- personas que sienten como ofensa todo apunte sobre lo que hacen. Así no hay manera de lograr mejoras. Ustedes lo saben tanto como yo, hay errores que solo se ven cuando salen publicados, saltan a la vista, mientras el día anterior se escondió. Por eso, vale la pena la evaluación y, claro, no se queden solo en lo malo -que en eso pecamos muchos- también hablen de los aciertos. En la medida en que se cree un ambiente en el que cualquiera pueda hablar y opinar sobre el trabajo del otro habrá más que aplaudir que criticar. Es la oportunidad de entender mejor y de replicar las mejores rutinas periodísticas y prácticas en el ejercicio, así como de repetir lecciones sobre estilo, gramática y periodismo. Siempre será mejor ese tipo de evaluación que nos aterrice y no la sociedad del mutuo elogio en la que se han convertido algunos nuevos medios, en donde ¡ay de quien ose criticar algún trabajo de sus compañeros! La legión cierra filas y defenderá con tozudez, no muchas veces con lógica o profesionalismo, lo publicado.
6. Y una salvedad. Hay que reconocer que no tiene nada de formativa una sala de redacción para sus integrantes si se trata de esas en donde nadie cuestiona al otro, en donde se privilegia el trabajo individual sobre el colectivo, o en donde se cree que lo mejor que se puede hacer es darle gusto al editor de turno, haciendo un medio a su imagen y semejanza y no aprovechando la diversidad de personas que enriquecen el producto y le brindan la posibilidad de tener distintos puntos de vista. Esto da variedad a los temas y enriquece los enfoques. Por lo que escucho a muchos colegas, de estas salas de redacción que las hay, las hay. Qué triste.
Así es el consejo de redacción virtual.
Los invito a quienes no han tenido la posibilidad de conocer estas salas de redacción en vía de extinción a que aprovechen lo que queda para pasarse por ellas y entender cómo funcionan estas rutinas periodísticas, que seguramente les van a ayudar a crecer como profesionales. Además, en estos lugares se hacen amigos para toda la vida, los expatria forman parte de mi círculo de amigos, a esos que puedo acudir en cualquier momento. Díganme si eso no vale más que cualquier otra cosa. No se pierdan esta oportunidad y aprovéchenla pronto, cuando todo se normalice, en donde se normalice, porque me temo que el esquema tradicional, formador de generaciones, no durará mucho. Ojalá me equivoque.
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