Historia del cerco de Lisboa es una novela en la que José Saramago cuenta cómo Raimundo Silva, un revisor de pruebas, se plantea la posibilidad de cambiar la historia, la historia en serio. Bastaba poner un NO en el lugar adecuado y los Cruzados habrían negado la ayuda al rey portugués, y el resultado del cerco de Lisboa habría sido otro. Fantasea con ello.
Intenta cometer la fechoría, la peor, cambiar la historia que nos cuenta el escritor, pero lo pilla la editora de la firma que lo contrata. Se arma un debate en torno a las responsabilidades, a la ética, a todo lo que entraña darse estas ligerezas, y en esas tortuosas reflexiones se atraviesa el amor, entre corrector de pruebas y editora, una excusa para redescubrir los intersticios de la bella ciudad, los lugares en los que la historia misma sucedió o pudo ser distinta.
Este tema, vuelto literatura por la galopante narrativa de Saramago, nos plantea el reto de hasta dónde la obra es hechura del editor o del escritor.
En La Patria, el diario para el que trabajo desde hace un cuarto de siglo, a varios colegas les molestaba un editor que llegaba a revisarles a su computador y siempre hacía lo mismo: Ponía el cursor en la primera línea y sin haber leído nada, daba tres veces Enter. Desplazaba automáticamente el primer párrafo, convencido de que él pondría uno mejor, lo que no siempre resultaba cierto. Terminaba por reescribir la historia muchas veces, sin ser del todo necesario.
Hay otros editores que leen, pero no revisan, se la pasan corrigiendo comas y tildes, pero no dan la mirada que agradece todo buen periodista. Nada mejor que cuando un editor te hace las preguntas clave y hace que el resultado sea mejor.
Sin embargo, en la medida en que los editores desaparecen de muchas salas de redacción, mientras la soberbia de muchos periodistas no los deja entender que el editor está allí para ayudar, en que otros muy cómodos escriben a las patadas confiados en que llegará el editor a corregirlos, se van descubriendo las vulnerabilidades del editor, que es de lo que quería hablar desde un principio, pero me perdí en el camino.
El protagonista de la novela de Saramago se plantea una duda ética, pero lo hace consciente. ¿Qué sucede si no hay duda?, ¿si el editor confía en los datos que le entrega su periodista y todo sale mal? Es decir, cuando el editor no hace su trabajo. Puede ser por el exceso de confianza, la premura, la imposibilidad de revisarlo todo, dato por dato, palabra por palabra, nombre por nombre, cifra por cifra. No tenemos chequeadores y eso nos hace vulnerables.
Me ha pasado y me pasa. Cuando no hago la pregunta correcta, cuando obvio lo que no estaba en el texto, que doy por sentado que está bien; cuando no le pregunto al periodista si esa fuente autorizó dar su nombre; cuando no pregunto si esa escena que describe la vio o se la contaron; cuando no le pido que me muestre el papel; cuando dejo pasar una metáfora que puede generar ambigüedad o simplemente cuando pudiendo escuchar varias voces, la soberbia me puede, y creo que tengo la solución definitiva a algún asunto complejo. O cuando dejo una oración llena de incisos y enumerativa como la anterior.
Cuando no hago nada de eso, por confiado, por acelerado, por no entender mi rol, por no molestar a ese periodista que se incomoda, que se siente cuestionado cuando uno le hace preguntas sobre la reportería, no cumplo con mi deber. Así no cumplo con mi trabajo y aumento mi vulnerabilidad, que es la vulnerabilidad del medio a cometer un error.
Raimundo Silva contó con suerte. La editora descubrió que en esa intentona por cambiar la historia, lo que había era un escritor y entonces instó a Silva a escribir una historia alterna, de ficción. Pero el editor que no hace su trabajo, no tiene derecho a complacencias, cargará con los errores publicados que lo martirizarán siempre y, en algún caso grave, martirio llegará en forma de carta de despido.
Por eso, señor editor, no se pierda. Pregunte una y otra vez. El periodista que se molesta hoy porque le cuestionas su reportería o su producción, te lo agradecerá mañana, pero tú dormirás más tranquilo desde ahora y serás menos vulnerable.
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