Uno no podía sospechar hasta qué punto la soberbia y la incompetencia de la especie humana podía situar a nuestro querido y triste mar. Por eso cuando escucho esta estrofa que dice que a mí me gustaría que me enterraran entre el cielo y la playa con vista hacia el mar, yo personalmente mucho me temo que seamos nosotros los que tengamos que ir a su entierro y evidentemente al nuestro también.
Joan Manuel Serrat
Cuando Joan Manuel Serrat escribió Plany al mar, una canción que presagiaba la muerte del mar a manos de la estupidez humana, lo hizo como una respuesta a su éxito Mediterráneo, escrito 16 años antes, en donde, él mismo lo dice, las cosas no pintaban muy bien para el océano, pero era difícil presagiar que íbamos los hombres a asistir a su entierro y no al revés.
Esa idea me viene dando vueltas en la cabeza desde hace rato y busco parafrasearla con la libertad de prensa. Porque corren pésimos tiempos para esta, cuando apenas unos años atrás a nadie se le habría ocurrido que la democracia iba a ser usada para atacarla, para restringirla, para torpedearla:
Uno no podía sospechar hasta qué punto la soberbia y la incompetencia de la especie humana podía situar a nuestra querida y triste libertad de prensa. Yo personalmente mucho me temo que seamos nosotros los que tengamos que asistir al entierro del periodismo y evidentemente al nuestro -el de los periodistas- también.
En los años 80, tiempos de cambios y de rock en español, Latinoamérica era gobernada por tiranos de bota militar, que habían asumido el control de muchos países a sangre y fuego: Chile, Bolivia, Argentina, Paraguay..., mientras que en países como el nuestro se vivían los rezagos del llamado estatuto de seguridad, nada distinto a la restricción de los derechos civiles de los colombianos, en una represión que bien pudo ser igual a la de las criticadas dictaduras, aunque aquí se hacía bajo el manto de la llamada democracia.
Por eso no es extraño recordar que la libertad de prensa en nuestro continente era apenas un espasmo, una decisión de valientes. Un titular te mandaba a la cárcel y no hablemos de entrevistar a los reprimidos, podías terminar fácilmente desaparecido. En esos días estar del lado de la libertad de prensa era la única opción para un demócrata y al hacerlo sabía que se ponía en pleigro, pero que al tiempo estaba en el lugar correcto, pues lo demás era apoyar la represión, nada más ajeno a un periodista de raza.
A medida que los regímenes fueron cayendo, empezó a abrirse una esperanza. Llegaron nuevas constituciones que reconocieron la pluriculturalidad que caracteriza nuestro mundo, concedieron y garantizaron al ser humano el reconocimiento a sus mínimos derechos y trataban de acercar al ciudadano de a pie a la justicia.
Los diarios del continente reunidos en la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), por ejemplo, aprobaron la Declaración de Chapultepec, la cual acaba de celebrar 20 años y que ha sido incorporada por el derecho de la mayoría de países firmantes. Esta reúne una serie de garantías para ejercer el periodismo y fundar medios masivos de comunicación.
Así las cosas, las amenazas para los periodistas -no pocas-, en general, ya no venían de estados represores sino de políticos corruptos, de narcotraficantes, de guerrilleros, de contrabandistas, de paramilitares, en fin, de todo tipo de amenazas particulares. En ese tiempo surgen instituciones como el Instituto de Prensa y Sociedad (Ipys) en Perú, Abraji en Brasil o la Fundación para la Libertad de Prensa en Colombia (Flip), entidades que buscaban hacer eco de las amenazas que vivían los periodistas en sus países, principalmente en las regiones, y expresar solidaridad.
Todo parecía mejorar en cuanto a normas, aunque la realidad de los periodistas era difícil. Los años 90 fueron mortales. Solo en Colombia fueron asesinados desde 1977 hasta lo corrido de este año 142 periodistas, la gran mayoría de ellos entre mediados de los 80 y el 2004. Desde entonces las condiciones de violencia contra periodistas han mejorado, aunque se mantengan las amenazas o se cambiaran por formas de censura más sutiles.
De cabeza
No obstante, cuando parecía que nos acercábamos poco a poco al reconocimiento de la libertad de prensa como valor esencial de una democracia, al menos desde el Estado, el mundo se puso de cabeza. Gobiernos que llegaron a finales del siglo pasado y comienzos del actual con vientos de cambio trajeron con ellos la idea de que la crítica periodística es apátrida, lo que va en contravía de sus discursos nacionalistas o unanimistas. Cada día se promueven nuevas leyes que buscan reprimir las ideas libres. De ellas dan cuenta en Venezuela, en donde el periodismo independiente ha sido perseguido hasta el cansancio; Ecuador, en donde el propio presidente de la República la emprende contra columnistas; Argentina, en donde la pelea es frontal desde el poder contra los grandes medios; y Bolivia, en donde bajo el amparo de una ley antidiscriminación se persigue a periodistas y medios. Esto es solo una muestra que ha obligado a que la SIP prenda las alarmas sobre lo que sucede.
Esta preocupación la expresan entidades como el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés) en el que Colombia (quinto), México (séptimo) y Brasil (décimo) se mantienen en la lista de 12 países con elevada impunidad por casos de periodistas asesinados, lo que muestra las deficiencias que seguimos padeciendo en el esclarecimiento de los crímenes. Si se ha dado alguna mejora en las estadísticas, debemos reconocer que es motivada más por la autocensura que porque no haya enemigos de la libertad de prensa.
Empezó la persecución. Esos gobiernos elegidos democráticamente, en muchos casos por aplastantes mayorías, vieron en las herramientas de la democracia la posibilidad de restringir y hasta perseguir a la libertad de prensa en cualquiera de sus formas. Se riegan como pólvora por el continente normas que bajo el manto de control a los excesos de la prensa aprovecharon para coartar las posibilidades de la información libre. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina, Nicaragua, entre otros, con un discurso radical de odio hacia los medios y los periodistas lograron la aprobación de leyes que hicieron retroceder años luz en lo ganado en este derecho fundamental para cualquier país que se precie de demócrata.
La Relatoría para la Libertad de Expresión de las Américas, organismo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y que regenta la colombiana Catalina Botero, advierte de un preocupante clima de polarización en el continente que pone a los periodistas en un fuego cruzado que va desde las descalificaciones hasta las amenazas o agresiones, razón suficiente por la que exhorta a los gobiernos a generar un clima de respeto por las expresiones ajenas.
Hasta ahí no hay sorpresas, era de esperarse esta manera de actuar de gobiernos que ya habían dejado ver que lo suyo es el periodismo obsecuente, pero lo realmente paradójico es que las restricciones llegaron también de países que han sido los abanderados de la libertad de prensa, como Estados Unidos. Ningún gobierno como el de Obama ha restringido tanto el ejercicio periodístico en ese país, ni se habían abierto tantas investigaciones a periodistas por la información. Los casos de Wikileaks y de Edward Snowden han mostrado cómo espiar a la prensa se volvió un asunto cotidiano en ese país.
Precisamente la Relatoría para la Libertad de Prensa de la CIDH en su informe sobre el año pasado observó con preocupación el alcance de distintos programas secretos de vigilancia que estarían siendo implementados por el Gobierno de los Estados Unidos con el propósito de obtener información de inteligencia extranjera y que podrían estar afectando a gran número de personas. "Según la información dada a conocer a partir del mes de junio 2013 por distintos medios de prensa, entre ellos los periódicos The Guardian, The Washington Post y The New York Times, la Agencia de Seguridad Nacional habría puesto en práctica programas secretos de vigilancia que le permiten, por una parte, la obtención masiva de metadatos de comunicaciones telefónicas realizadas o recibidas en los Estados Unidos y por otra, el acceso a datos de las comunicaciones electrónicas globales".
La propia The Associated Press recibió el año pasado, de la oficina del Fiscal de Estados Unidos para el distrito de Columbia, notificación de que por lo menos 20 líneas de editores y periodistas habían sido intervenidas por el Departamento de Justicia. Es decir, las mismas chuzadas de aquí, pero allá. ¿Entonces qué nos espera? ¿Si el que se erige como el país ejemplo de la democracia en el mundo está violando los derechos civiles de los ciudadanos y especialmente de los periodistas, qué podemos esperar en repúblicas como las nuestras, apenas en pañales en estos asuntos?
Panorama en Colombia
Colombia merece capítulo aparte. Aún no conocemos el alcance de las interceptaciones telefónicas a periodistas que realizó el desaparecido DAS, pero hechos recientes nos hacen temer que si bien ese organismo ya no existe, sus prácticas continúan. Es claro que desde oficinas del Estado se diseñaron estrategias para amedrentar periodistas críticos y se interceptaron líneas telefónicas, se hicieron seguimientos y además pusieron en marcha campañas de desprestigio contra periodistas. De esto apenas si hay investigaciones, pero casi nada de resultados y el temor de que esto puede seguirse repitiendo. El clima de hostilidad viene desde diferentes aparatos y miembros del Establecimiento, que se deben sumar a los tradicionales coaccionadores de la libertad de prensa.
"La teoría de la prensa libre que surgió en la Ilustración -aquella que decía que era necesaria una voz independiente y capaz que se ocupara de vigilar la influencia de las instituciones más poderosas de la sociedad- está en peligro", plantean Bill Kovach y Tom Rosenstiel, en su ya clásico Los elementos del periodismo.
Arriba mencioné solo unos ejemplos, pero realmente el tema es preocupante, pues en varios de estos casos las restricciones vienen por cuenta de normas aprobadas por legisladores que consideran su deber atajar a la prensa que ellos llaman irresponsable, y además esas normas son avaladas por tribunales de bolsillo, bien bajo argumentos de la seguridad nacional o bien porque están cooptadas las cortes por el poder ejecutivo, en una clara afrenta a la división clásica de los poderes para lograr una democracia.
¿Acaso es que los periodistas nos tenemos en mejor concepto que al resto de la sociedad y por eso justificamos nuestros procederes? No, fue el propio Joseph Pulitzer quien advirtió en el siglo XIX las razones por las que la libertad de prensa constituye pilar fundamental de una democracia. En su declaración de principios, fechada el 10 de mayo de 1883, escribió:
"Somos una democracia, y solo existe un medio para sostener en pie una democracia en cuanto a su conducta individual, social, municipal, estadual y nacional, y es manteniendo al público informado de lo que sucede. No hay delito, trampa, engaño, ni corrupción que no sobreviva en el secreto. Pongamos esas cosas en descubierto, describámoslas, ataquémoslas, ridiculicémoslas en los diarios, y tarde o temprano la opinión pública se encargará de barrerlas"
Esa ha sido la tarea hasta ahora, pero qué difícil lograrlo cuando los enemigos abundan. Ahí estamos en el ejemplo de estos días. Ya lo dijo Juan Gossaín en una entrevista en RCN Televisión que circula por la internet: más peligroso que las campañas manipulando los medios, son los medios manipulando las campañas políticas. De eso se ha visto mucho por estos días de hackers, filtraciones, financiaciones ilegales y lo que yo llamo encuestitis.
Hay un esfuerzo por también permitir que los candidatos expongan sus ideas, pero estos se desvanecen en medio de los grandes titulares para promover los resultados de la encuesta, como si fueran hechos cumplidos, y no en la justa dimensión de las probabilidades. Como son bien caras, cómo no destacarlas en la primera página.
La otra parte son los escándalos, particularmente en boga en la actual campaña, con lo que ayudamos a mover la pasión que decide los votos en nuestro país, pero alejamos de la razón. Ahí cometemos un error grande en caer en el círculo vicioso de la notoriedad y el rating. Es la banalización de la política, no nos encargamos de explicar los fenómenos, sino que abrimos micrófono a los ataques, a las voces, olvidando que es noticia lo que ha pasado y no lo que alguien dice que ha pasado. En eso estamos fallando.
Me pidieron que aprovechara esta oportunidad para recordar al asesinado Orlando Sierra Hernández. Ya hace 12 años, 3 meses y 20 días de que un poder político sicarial en este departamento lo mató, y su crimen amenaza con quedar en la impunidad como el 95 por ciento de los asesinatos de periodistas en Colombia (...).
No desfallecer
Preguntarán ustedes que ante tanta desesperanza para qué insistir. Precisamente para lograr un mejor mañana. Mientras queden periodistas con ganas de desentrañar lo que alguien quiere que permanezca oculto, si hay alguno con deseos de contar una buena historia, siempre habrá razones para defender la democracia. No en vano García Márquez se sintió siempre periodista y dijo claramente que por lo menos la mitad de su Nobel se lo debía a este oficio.
La democracia nos necesita, ante todo en tiempos turbulentos, y si estamos allí para dar cuenta de lo que pasa, para ayudar a solucionar cada día algún problema, debemos sentirnos satisfechos. Hay periodistas que miden sus éxitos en funcionarios obligados a renunciar, otros en escándalos sumados, yo prefiero sumar Gracias. Cada que una persona de a pie nos llama a decirnos gracias porque por publicar esto o aquello nos solucionaron un problema o evitaron un acto de corrupción. Y como si fuera poco, este oficio es muy divertido, también por eso vale la pena insistir.
Además, terminemos con otro parafraseo: "la democracia es muy importante para dejársela a los políticos".
Texto preparado para la apertura del VII Foro Juvenil de Política, que organiza el Instituto Técnico San Rafael de Manizales y en el que participan estudiantes de por lo menos 20 colegios. Tuve el honor de ser invitado por estos jóvenes que sueñan con hacer de la política algo que enorgullezca y no que nos llene de hastío, como por estos días.
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