Los hombres de guerra saben muy poco de humor. El humanista en cambio es, sobre todo, aquel que aprende a burlarse de sí mismo, aquel que además entiende que puede haber trascendencia en los más insignificante, pero también es capaz de quitarle la trascendencia hasta a la muerte misma.
Esas son lecciones que aprendí de Good morning, Vietnam, esa película en la que Robin Williams se convirtió para mí en un actor de culto; no, por supuesto, para los serios señores de la Academia de Artes que siguen subvalorando a quienes se perfeccionan en hacer reír, por eso apenas le dieron un Óscar, cuando mereció muchos más, ¿o no capitán, mi capitán? Como si fuera muy fácil hacer reír cuando se lleva la tragedia por dentro, hasta la muerte misma.
En mi colección de #CineYperiodismo vuelvo cada rato sobre esta película, que muchos me critican porque dicen que en este caso él no es un periodista, sino un disyóquey y, como si fuera poco, un militar.
El asunto es que este pinchadiscos es además un caricaturista de la palabra, un dotado para hacer chistes en donde las cosas se ponen serias. Burlarse del poder y de la muerte es lo que mejor sabe hacer, hasta el punto que hace del sarcasmo un arte, como esos grandes que hemos tenido en Colombia para hacer caricatura escrita: Lucas Caballero Klim, Daniel Samper Pizano, Orlando Sierra Hernández, Antonio Caballero y el propio Daniel Samper Ospina, aunque no sea santo de mi devoción.
El problema que no entienden muchos es que el periodismo no es asunto de títulos o universidades, es una vocación, un oficio, que cuando pica a alguien no hay vacuna que sirva. Esa es la historia de Adrian Cronauer, quien llega a Vietnam con la Fuerza Aérea, pero encuentra su pasión en divertir a las tropas a través de los micrófonos. Callar no es lo suyo, ni hacerse el de la vista gorda. Por eso incomoda y es regresado a Estados Unidos, pero las tropas lo reclaman de vuelta y, como pasa con tantos periodistas, llega y le cuesta no tomar partido o no caer en tentación y lo uno o lo otro (lo uno y lo otro en este caso) los puede llevar a su perdición.
Así terminan los días de este hombre en Vietnam, con un cargo de conciencia a cuestas, por la tragedia, pero me gusta pensar que su historia continuó como periodista renegado en alguna ciudad de los Estados Unidos haciendo lo que mejor sabía hacer, burlarse del poder, sobre todo de esos señorones tan serios que hacen la guerra. Es mi derecho como espectador de cine.
En Colombia, en donde pulula el chiste fácil, el sarcasmo dañino, cómo nos hace de falta pensar en el humor en serio, ese que hacen muy bien los comediantes, pero que tiene tan pocos cultores en la palabra. Bien vale la pena ver cómo la guerra puede también cuestionarse o el proceso de paz, aunque a unos cuantos les moleste. No podemos dejar la información y el entretenimiento solo en manos de las emisoras de la Policía o el Ejército que para sus generales no es más que propaganda, así cuenten con excelentes disyóqueys y hasta pongan muy buena música.
Robin Williams falleció, pero yo volveré a ver Good morning, Vietnam, también ese canto a la libertad que es La sociedad de los poetas muertos y esa que planta cara a esa otra realidad del periodismo, la soberbia, como es Pescador de ilusiones. Después pensaré en las lecciones que me dejan para aplicar en mi oficio en este país de guerras y de tanto periodista que se cree dueño de la verdad, y sonreiré con algo de sarcasmo en honor a ese grande del cine, que ya hace reír a mi hija y a muchos otros locos bajitos, con lo que queda claro que pasó derecho a la galería de los inmortales.
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