El Wall Street Journal lo describió como un hombre con aspecto de ladrón internacional de joyas, y esto antes de Watergate. Ben Bradlee murió de viejo, como lo ansiaba. No lo conocí, pero estoy de luto. Sus enseñanzas me despejaron el camino de lo que debe ser un editor.
La vida de un periodista, su libro de memorias, es toda una lección de cómo se forja el carácter de un líder.
"Bradlee es un mito del periodismo. Su nombre evoca la sensación de fortaleza de un maestro...", escribió de él Juan Cruz en su entrevista al viejo exdirector de Washington Post y, hasta su muerte, vicepresidente del diario y cazador de talentos. Cuando su olfato para ver un diamante en un carbón se activaba, bajaba a la sala de Redacción y sugería contratar a un periodista, cambiar de responsabilidad a otro, ascender a uno más. Era su talento natural para entender la fortaleza de cada uno en este oficio.
Carl Bernstein y Bob Woodward, los reporteros del Watergate, lo describieron así en su libro Todos los hombres del presidente:
"En Bradlee había una mezcla de aristocracia y clase media: Boston Brahmin, Harvard, la II Guerra Mundial en la Armada, agregado de prensa de la Embajada de Estados Unidos en París, reportero en sucesos, comentarista político en semanarios de noticias y jefe de redacción del Newsweek, en Washington, eran los jalones de su carrera... Al no darse cuenta de la imagen que proyectaba, Bradlee no la cultivaba. Le gustaba desplegar sus conocimientos profesionales de periodista de calle y no vacilaba en decirle, con malos modos a un reportero que se pusiera en movimiento en vez de quedarse con el culo pegado a la silla y tratara de hablar con policías de verdad y no con simples tenientes o capitanes, que no se mueven de detrás de sus mesas, para después levantarse con toda solemnidad e ir a esperar a dos distinguidos visitantes, altos jefes de Le Monde o L'Express, a los que recibía con un francés formal y correctísimo, sin una sola falta, y con un par de besos en la mejilla".
En este oficio nuestro llegamos a cargos para los que no estamos preparados por haber sido buenos reporteros. Bradlee no tenía pena en confesar que también pasó por eso y que era muy malo para despedir gente, para congraciarse con sus periodistas; sin embargo, se ganó el aprecio de toda una redacción. Haber tomado un buen diario y convertirlo en referente mundial no es cualquier cosa. Ese fue un gran logro y lo hizo con su obstinación de que la verdad debe prevalecer y todos están obligados a decirla, inclusive los políticos, así sean presidentes de los Estados Unidos.
"En mi opinión, la cosa más importante que Ben ha llevado a cabo... Es que Ben hizo que el Washington Post fuera peligroso para el Gobierno", escribió Meg Greenfield, cuando Bradlee se retiró.
No le temía eso sí a cumplir su papel de editor. Woodward y Bernstein lo supieron desde que se inició la cobertura de Watergate:
"Tachó por completo otro párrafo en el que se hablaba de la actitud de la Casa Blanca en relación con la candidatura de Kennedy. Rosenfeld le preguntó a Bradlee si el reportaje debía ser publicado en primera página. Bradlee dijo que no. Y añadió:
-La próxima vez consigan información más consistente-".
Ha muerto un mito. Volveré sobre sus lecciones siempre. Por ahora les dejo esta selección que tomé de sus memorias y de su entrevista concedida a Juan Cruz en el diario El País, de España, que forma parte del libro ¿Periodismo? Vale la pena vivir para este oficio:
Así que no queda más que decir hoy, como se escribió en el acta del Congreso de los Estados Unidos del 2 de agosto de 1991, por cuenta del retiro de la Dirección del Post de Ben Bradlee, y ante propuesta del congresista por Nueva York Daniel Patrick Moynihan:
Oh, raro Ben Bradlee,
su reino se ha acabado,
pero su nación permanece,
con incrementada fuerza.
Y cuando leo "su nación" entiendo: "su visión del periodismo".
Fotos tomadas del libro La vida de un periodista.
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