Por aquellos tiempos en que el Once solamente tenía una estrella en su escudo y los hinchas de barra brava no alteraban, como hoy en día, el orden público, quienes crecimos en hogar de padre futbolista y “futbolero” recordamos las interminables filas para comprar la boleta.
Desde una caseta “pueblerina” ubicada al frente de la extinguida Cigarra hasta la esquina donde actualmente está ubicado el Banco Popular, los hinchas más veteranos, entre ellos mis tíos y mi padre, recordaban aquellos buenos tiempos en los que el estadio no tenía techo y evadiendo sus responsabilidades escolares, escalaban los árboles lindantes hasta poder ver la mitad de la grama.
De dichas épocas mi padre aún conserva algunas costumbres. Por ejemplo, la de usar pantaloneta los domingos, ver la transmisión de los partidos en mute para escuchar la narración radial y como enemigo acérrimo de la droga medicada dice que todo tipo de dolencia es causada por falta de deporte.
El hincha “vieja guardia” de finales del siglo pasado y principios del presente, se caracteriza por vestir de blanco el día en que el once juega –así sea en otra ciudad- su rostro expresa la sana festividad conservada desde la juventud, su experiencia le permite “saber más de futbol que él mismo técnico”, considera que todo arbitro es contrabandeado y su mayor delito era decir “Chilavert… hp…Chilavert”.
Una reunión familiar es la mejor excusa para discutir la nueva contratación y criticar las palabras de aquel humilde periodista manizaleño con aires de cosmopolita. En su mentalidad no es aceptable que la prole no disfrute del futbol, la descendencia debía tener al equipo tatuado en los genes, así como lo tienen Sebas, Carlos Hugo y Cristian.
El partido se preparaba desde la noche anterior. Sobre el mueble no debía haber nada distinto a la camiseta, el cojín, la bandera y el radio con pilas nuevas. Este hincha, el más fiel de todos, es por naturaleza bipolar, su estado de ánimo está supeditado al resultado del partido y ante el fracaso siempre responde con la misma frase: “El verdadero hincha es aquel que está con el equipo en la buenas y en las malas”.
“Y sí que eran buenos aquellos tiempos en que el futbol era un espacio para disfrutar con la familia”, cuando no era una excusa para el vandalismo, el robo y la drogadicción. Cuando en las frías noches del Palogrande comíamos chuzo en complicidad del tinto y ni siquiera soñábamos con una copa libertadores.
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