Número Cero, la novela de Humberto Eco, se anunció como una obra que desnuda los intereses de los medios que se imponen a los periodistas y sobre la mediocridad de estos. Y algo de eso tiene, pero realmente la novela es apenas un esbozo que no cuaja. Ni siquiera la mayoría de personajes se definen. Para mi gusto se quedó en la intención, y esto no tuviera nada de grave si el autor fuera un novato con ganas de contar historias, pero tiene la firma de un inmortal y el resultado no se compadece con esas letras de molde que, por supuesto, son más grandes en la portada que el título de la obra misma, como sucede con todos los autores que tienen ya su público asegurado.
Como ya lo he mencionado antes, y muy a mi pesar, contra lo que han profesado los maestros Ryzard Kapuscinski y Javier Darío Restrepo, los cínicos también sirven para este oficio y los hay de sobra.
Eso es lo que intenta retratar Eco. No es un asunto de cambio del oficio y desentendimientos generacionales, como en La exclusiva, de Annalena McCafee; ni tampoco de las situaciones reales que se viven en un consejo de redacción, como en El guardián del fuego, de Javier Darío Restrepo; ni siquiera es el relato de cómo se abusa de la figura del periodista en los tiempos del ruido, como en Emboscada en Fort Bragg, de Tom Wolf. Y aunque hay un homicidio, tampoco se trata de revelar los peligros que enfrentan los periodistas, como en la trilogía de Millenium, del fallecido Stieg Larsson.
Aquí, Eco nos propone a los periodistas como una suerte de perdedores, que saben que lo son, situación que aprovecha un intermediario para proponer una empresa periodística, un periódico en 1992, cuando la web apenas es incipiente, pero con el único fin que puede tener montar un diario hoy desde cero, granjearse poder, no para él, sino para el financiador, el nuevo rico que busca una entrada al club de moda o para ventilar secretos de la alta sociedad con el fin de chantajear en el momento justo.
Está allí el periodista que ve conspiraciones en todo, hasta el punto de que puede terminar siendo víctima de sus propias credulidades, el que llega al periodismo por otras vías y sabe mucho, pero por necesidad: "Si quieres ganar tienes que saber una cosa sola y no perder tiempo en sabértelas todas; el placer de la erudición está reservado a los perdedores. Cuanto más sabe uno, es que peor le han ido las cosas".
Puede ser que yo exagere y que lo que en italiano pudo ser una novela con potencial, en la traducción al español de España puede "descolocar" un poco a los lectores americanos.
Domani -mañana- es el nombre probable del periódico, pues busca hacer lo que debe hacer todo periódico que quiera sobrevivir hoy, hablar no de lo que pasó, sino de lo que pasará. Dar vuelta a la información, explicar, ayudar a entender el porqué y el para qué de algo. Es periodismo de futuro. El asunto es que aquí escribían el futuro desde antes. Se centraban en un día específico, real, y armaban todo un año después, como si hubiera ocurrido anoche, para ello tenían un mes. No obstante, desfallecen en el intento porque el cinismo sirve, pero no alcanza para enfrentar los miedos que vienen con las amenazas, los amedrantamientos y los riesgos de equivocarse.
Ah, por supuesto, hay también una fracasada historia romántica entre fracasados, en la que el sueño de ella se frustra en el cinismo de él, que si da para el periodismo cabe perfectamente para el amor.
Algunas lecciones de cinismo
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