Orlando Mejía Rivera*
Denominamos "peste negra" a una pandemia sucedida en el siglo XIV, entre los años de 1347 y 1350. La mortandad, según los historiadores, osciló entre el 30% al 50% de una población total que alcanzaba, para esa época, la cifra de 100 millones de habitantes. Es decir, murieron de treinta a cincuenta millones de personas. El origen de la peste negra se establece cuando los ejércitos mongoles la llevan a la ciudad de Caffa, en Crimea. Allí coincide una galera genovesa, que cuando retornó a Europa introdujo el foco de la peste en el puerto de Messina, en Sicilia, en octubre del año 1347. De ahí se expandió por el resto de Europa. Las vías de esta diseminación fueron la marítima, a través de los barcos de los comerciantes, y la vía terrestre debida a la migración acelerada de los sobrevivientes, que abandonaban las ciudades y las villas, y en donde algunos de ellos ya iban infectados y todavía sin síntomas, pero con las pulgas repletas de la bacteria entre sus ropas.
Pero es llamativo que las tasas de mortalidad fueron diferentes en las distintas ciudades y regiones. Mientras en ciudades como Florencia, Roma, Barcelona, Ravena, París, el brote apareció primero y fue letal; en otras ciudades como Francfort, Toledo, Viena, fue menos grave; e incluso, en ciudades como Varsovia, Magdeburgo, Brujas y Milán la aparición de la peste fue tenue. Este cataclismo inesperado incidió en las estructuras profundas de la sociedad europea de la época y dejó su huella indeleble en la religión, la política, la economía, las artes y la literatura. No existe otra enfermedad que haya afectado tanto a una civilización como la peste negra. De hecho, la iconografía de los artistas nos revela la aparición de nuevas formas simbólicas y de figuras estéticas que reflejan la crisis espiritual que desencadenó la peste.
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Por ejemplo, surge la representación de la muerte transformada en un esqueleto humano con su guadaña, en medio de personajes de diferentes clases sociales y económicas. Es decir, como la muerte producida por la peste le llegaba, de manera indiscriminada, a los pobres, a los artesanos, a los aristócratas, a los obispos, a los militares, a los jóvenes, a los viejos, a los creyentes, a los pecadores, a los ascetas, de alguna forma la enfermedad democratizó la muerte medieval, y erradicó las excepcionalidades y las jerarquías que promulgaba el clero de Roma. Pues si la Iglesia suponía y señalaba que la muerte era el castigo a los pecadores, esta concepción dogmática se debilitó porque también la peste mataba a los santos, a los niños, a los puros e inocentes. Entonces, es indudable que la epidemia resquebrajó, en las distintas capas de la población, las creencias y prohibiciones absolutas del cristianismo medieval.
Una de las primeras representaciones pictóricas que refleja la presencia cotidiana de la muerte por la peste en la sociedad medieval es el fresco titulado El triunfo de la muerte, ubicado en el camposanto de Pisa. No hay certeza de quien lo pintó. Pero en la actualidad los historiadores del arte coinciden en que fue Buonamico Buffalmacco su autor. Lo más importante es que debió ser pintado alrededor de 1350, por un testigo directo de la plaga. Mientras ángeles y demonios revolotean en el cielo, en la parte izquierda inferior elegantes caballeros a caballo se detienen ante tres ataúdes abiertos y solo dos se atreven a ver en su interior un cadáver fresco, otro en proceso avanzado de putrefacción y un esqueleto. En la parte derecha inferior señoras elegantes y tranquilas escuchan un concierto en el jardín, mientras dos ángeles sostienen un letrero que dice: "Ni el mucho saber ni la riqueza,/ ni vanidad ni la rancia nobleza / les puede a éstos evitar la muerte". Por último en el centro inferior aparecen mendigos mutilados y otros muy enfermos, con rostros de ira y dolor, que empuñan un letrero que expresa: "Desde que perdimos los haberes,/ oh muerte, medicina de la pena/ ven pronto a darnos la última cena". Esta iconografía estimuló otros "triunfos de la muerte" pintados siglos después por artistas como Giacomo Borlone (1485) y Pieter Brueghel el viejo (1562).
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Otras iconografías inspiradas en la peste negra fueron aquellas que retoman el símbolo de la flecha como castigo de Dios, que son arrojadas al azar sobre las personas, porque es la humanidad entera la que ha causado la ira divina. El fresco más antiguo sobre esta temática está localizado en la iglesia de San Andrés, del pueblito francés de Lavaudieu, fechado en 1355, de autor desconocido, en donde una mujer arroja las flechas sobre la muchedumbre. Aunque también las flechas de la peste convirtieron a San Sebastián en uno de sus santos protectores y existe una abundante iconografía del santo protegiendo a los pueblos y villas de las flechas de la peste. Las ilustraciones de los libros sagrados y de oración produjeron otras temáticas iconográficas inspiradas en la peste negra. En la Biblia alemana de Toggenburg (1411) se observa una miniatura con un hombre y una mujer apestados, cubiertos de bubones. De igual manera existen frescos donde los médicos, los ángeles o el propio San Sebastián abren con un cuchillo los bubones del cuello o de la ingle de los enfermos.
Por ultimo, los cadáveres putrefactos (similares a los zombis cinematográficos contemporáneos) y los esqueletos con la guadaña se convirtieron en las ilustraciones preferidas en los libros de las Artes Moriendi (textos para preparar a los individuos ante la muerte) y en los libros de las Horas (breviarios de oraciones). De aquí nace el arte "macabro" que se expresa en las sepulturas de los "transidos", donde arriba está el difunto como dormido y debajo su cadáver podrido comido por los gusanos o convertido ya en el esqueleto sin carnosidades. Otra variante fueron los cuadros y frescos donde la muerte, representada en un esqueleto vestido juega ajedrez con el individuo asustado, que sabe que la parca ganará la partida y él morirá. Un buen ejemplo de esto es el cuadro titulado La muerte como jugador de Ajedrez, de autor anónimo, ubicada en la iglesia de San Andrés, del pueblo inglés de Norwich.
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Pero también surgen las "danzas macabras", donde los esqueletos revolotean al lado de los vivos y se burlan de ellos, porque pronto estarán en el reino de los muertos. Estas iconografías fueron evolucionando desde lo terrorífico hasta las realizadas, en el año de 1538, por el pintor alemán Holbein el joven (1497-1543), donde en su serie de 41 grabados los esqueletos danzantes son casi festivos y la ironía de las escenas evidencian las posturas críticas de la reforma protestante. Un buen ejemplo es el del médico y la muerte, donde ella lleva de la mano a un enfermo, le entrega una matraz con su orina al doctor, y le dice con sarcasmo: "médico, cúrate a ti mismo; tu paciente ya está consignado a mí". El contexto de estas representaciones proviene de cuando la muerte intempestiva se convierte en una posibilidad constante de la vida cotidiana. Las gentes comienzan a huir de los pueblos donde vivían, pero rápidamente se dan cuenta que la muerte los acompaña, que les pisa los talones. Entonces, costumbres que eran muy conservadoras e influidas por la religión cristiana, como la negación del placer sexual o la ebriedad, son reconquistadas por las personas, pues no saben si estarán vivos o muertos al otro día.
Al parecer, algunos miembros de la población se reunían en los parques o en la campiña y allí, bajo los efectos del vino y la música, se entregaban a prolongadas orgías sexuales, en un gesto de desesperación pero también de desacralización frente a lo que les venían diciendo que tenían que creer y acatar. Estos actos se convirtieron en una rebeldía humanista ante una situación desesperada, donde nadie daba respuestas. El redescubrimiento de los cuerpos desnudos y lascivos y el valor del éxtasis efímero es la manera como se le vuelve la espalda a las promesas de una inmortalidad del alma o se pierde el miedo ante la amenaza del fuego eterno de la escatología infernal. Existe otra iconografía muy importante y es la de Hans Weiditz (1495-1527), el joven, pues allí se observa no solo a cadáveres humanos, sino también los cadáveres de un perro, un gallo, un gato y una rata, con lo que se evidencia que la peste también afectó a otras especies.
Fresco del Triunfo de la muerte, Camposanto de Pisa. Escena ampliada de los mendigos y enfermos.
*Escritor. Profesor titular Departamento de Salud Pública. Universidad de Caldas.
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