Durante cuatro días la ciudad de Ibagué fue anfitriona de múltiples actividades en torno a las músicas nacionales e internacionales. Este año las regiones colombianas invitadas fueron Nariño y el Archipiélago de San Andrés y Providencia, un viaje que de frontera a frontera llevó a encuentros inesperados y novedosos. A continuación, un resumen para revivir algunos de sus momentos.
Érika Gallego Becerra*
Desde las cinco de la tarde había fila para ingresar: todo estaba listo para el segundo día de festival. Familias enteras, grupos de amigos, parejas y hasta malabaristas estaban a la espera de lo que se vino en tarima, un concierto eufórico y lleno de gozadera con la agrupación Systema Solar que, con juegos audiovisuales en pantalla, beats al sound system y break dance hicieron la noche del viernes inolvidable.
Los cuerpos apretujados bailaron y cantaron al unísono esas canciones que cuentan anécdotas del Caribe, de un país fiestero y rumbero lleno de color amarillo pese al apuro constante, porque “me quedo en mi Kolombia bailando la cumbia, yo no la abandono mi Kolombia es una”, cantamos esa noche.
Este año el Ibagué Festival estrenó escenario en el antiguo panóptico de la capital musical, ahora convertido en museo. Allí sucedieron los dos conciertos principales: el inaugural con un diálogo de sonoridades y latitudes del país con Raizal Crew (San Andrés), Elkin Robinson (Providencia), Apalau (Pasto) y Bejuco (Tumaco), y Systema Solar. Allí mismo se expuso el mercado de artesanías Orígenes de mi Tolima con emprendimientos de varios municipios del departamento. También se estrenó el auditorio con intercambios musicales, conversatorios y talleres de Así producimos sobre coordinación de radio y creación de beats.
Todas las mañanas, como de costumbre, en el conservatorio del Tolima se llevaron a cabo las clases magistrales. Este es quizá uno de los espacios más importantes del Festival, pues estudiantes y profesores pueden aprender y afianzar muy de cerca y de forma práctica con ayuda de los artistas invitados nacionales e internacionales, como Beo String Quartet de Estados Unidos o Santiago Cañón Valencia, el más destacado violonchelista de Colombia actualmente. En medio de la delicada arquitectura del conservatorio también se realizaron los talleres de luthería y varios conversatorios.
Foto/Cortesía/Papel Salmón
Clase magistral Beo String Quartet.
Esta tercera versión tuvo además la primicia de ver el estreno de dos obras: la primera por el compositor Andrés Posada y la segunda por el director César Zambrano, una adaptación para orquesta y voces de la leyenda indígena Maiporo, Calima y Nataima. Durante el Festival, además, se hicieron variados encuentros inesperados, como el ocurrido en la sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima donde compartieron escenario el ensamble de percusiones Tamborimba desde Cali, Santiago Cañón, el pianista Mauricio Arias Esguerra y la oboísta Yudy Bonilla, desde fronteras musicales muy distintas en ritmo y formato instrumental.
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Orígenes mi Tolima.
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Aurelio Zarellli y Santiago Cañón.
Este año el homenaje fue para el violinista Carlos Villa a quien se le entregó un violín creado en los talleres de luthería y pintado por el artista colombo norteamericano Jim Amaral en honor a su vida y obra en la que grabó con agrupaciones como The Beatles, Pink Floyd, Aretha Franklin y demás, posicionándose por décadas como el violinista más importante y más destacado que ha dado el país en toda su historia. El maestro que supera los 80 años estuvo presente para recibir por parte de la Fundación Salvi, organizadora del evento, el reconocimiento.
La clausura estuvo a cargo de las orquestas sinfónicas de la Universidad del Tolima y del Conservatorio del Tolima junto al solista Santiago Cañón, que también interpretó una pieza individual en honor al maestro. El viaje iniciado con afrobeat desde Tumaco, wuepaje caribeño y ritmos insulares concluiría en el Teatro Tolima con magistrales interpretaciones de obras sinfónicas de Camille Saint-Saëns y Alberto Ginastera. Un contundente mensaje por parte de la curaduría: que por más diversas que parezcan, al fin y al cabo, todas son las músicas que somos, sin importar las fronteras y distancias.
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