Jorge Abel Carmona Morales*
A sus setenta y cuatro años el director muniqués, Werner Herzog, presenta su documental número catorce. Lo and Behold: ensueños de un mundo conectado es una de esas piezas salidas de cualquier exposición lógica que apunta más a consolidar la manía del director de escudriñar la médula de eso que algunos filósofos llaman naturaleza humana y de la cual, los antropólogos han denigrado como un rótulo determinista. No es una de sus películas mejor logradas, en algunos casos hasta parece más un juego megalómano de un hombre acostumbrado a mirar aquellas cosas que la mayoría de la gente no mira, pero es una digna representante de esas obras realistas que suele regalarnos el autor, para el cual, la realidad y la ficción no tienen diferencia. Y es que Herzog es un director inusual, podría decirse incluso que es un pensador crudo sobre los orígenes de los sentimientos como la estructura fundamental de la condición humana. Aquí retorna a su elemento vital, a la documentación de perspectivas sui generis sobre eternos humanos que se desprenden de los personajes más disímiles y a los que formula preguntas sorpresivas que arrojan pistas interesantes sobre individuos y comunidades fuera de lo común.
La historia de un hacker
Esta vez, el tema de fondo es internet. Pero más que un tema recurrente es una excusa de actualidad para mostrar el origen, las repercusiones y el destino universal de las personas en un mundo ya dominado por la tecnología. Con entrevistas cargadas de interrogantes y con imágenes inusuales, Herzog, entrevista a un legendario hacker que narrar su vida como un divertimento. Kevin Mitnick, cuenta sus peripecias al lado de un computador, cuenta cómo pudo burlarse con el simple uso de la persuasión de compañías cuyos sistemas de seguridad sobresalen como los más eficaces del mundo. En esa necesidad de causar daño por el simple placer de hacerlo, se adivinan esos rasgos de perversidad tan acendrados en la vida de algunos hombres y mujeres, para los cuales la curiosidad no tiene límites.
Así mismo, nos muestra dos historias escalofriantes por su crudeza; una familia que sufrió la pérdida de uno de sus integrantes y cuya imagen decapitada fue publicada en la red por un inescrupuloso. Esas declaraciones desnudan los parámetros éticos de personajes que no alcanzan a dimensionar el dolor real de familiares de víctimas quizá por esa afición virtual tan alejada de la sensibilidad humana por una serie de abstracciones compartidas por millones de personas en el mundo entero; una jovencita que pasaba dieciocho horas diarias al frente de un computador desafiando un videojuego. De ese estado de alienación ludópata, solo un largo retiro en un centro de rehabilitación, pudo devolverle las mínimas habilidades de socialización.
Esas historias narradas con un aire de candor, tienen una fuerte carga de interpelación por sus contenidos. Allí radica el valor agregado de este documentalista: la capacidad de entresacar esos contenidos existenciales profundos sobre el ser de la humanidad a partir de personajes corrientes que se han extraviado de las regularidades comportamentales.
Una criatura con vida
Pero también, en la obra son entrevistados connotados científicos, desde los que sentaron las piedras angulares de la web, hasta los que fabrican robots con avanzados sistemas de inteligencia artificial que cumplen actividades atribuibles, hasta ahora, a los seres humanos. Herzog, aludiendo a Philip Dick en su obra Sueñan los androides con ovejas, entre imágenes neutrales dentro de los diálogos, pregunta a uno de los entrevistados si “internet, algún día, será capaz de soñar con internet”. Y con ese interrogante aparece la crítica más feroz a ese, en otrora divertimento, y ahora, el principal factor de arrobamiento que tenemos los hombres en los años que corren. ¿Si las máquinas han podido desplazar parte de la importancia humana en la vida, cuál puede ser el futuro que nos espera? Internet es una gran interconexión donde la virtualidad ha reemplazado la comunicación cara a cara. Como el sueño del creador, esa criatura soñada alguna vez, ha tomado vida y la ha superpuesto a los intereses de su padre. El material inicial del que estaba hecho se ha trocado en una superación de la inteligencia, pero con el paso del tiempo, esos anhelos filantrópicos se convirtieron en la amenaza más grande para quien fuera su progenitor. Ese científico abrazado con ese robot blanco recuerda la fusión de Víctor Frankestein con esa aberración de la ciencia, con la que se sumerge en el fondo del océano.
Investigar al hombre
Lo and Behold es una continuación no tan afortunada de esa persecución existencial herzoguiana de desnudar al hombre por medio de la exposición de las decisiones que toma. De los personajes grandilocuentes que se hallan en sus películas como Fizcarraldo, Lope de Aguirre o el profeta de su genial Corazón de cristal, el director alemán toma esa sustancial ansiedad de investigar al hombre. De la sobre posición a los ambientes hostiles de sus obras más recordadas, subsisten esos personajes adustos y rebeldes que son atípicos antihéroes. Quizás, aquellas consideradas por algunos como típicas patologías, sean simplemente la desviación normal de un conjunto de valores estatuidos por la razón humana.
Ahora los enanos empezaron grandes y se han ido reduciendo de tamaño por los afanes de progreso, pero tal vez, sólo sea una consecuencia inevitable de esa inmensa fatalidad que nos trae como una pesadilla ese hermoso placer que constituye la curiosidad.
*Antropólogo. Magister en Filosofía U. de Caldas.
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