
Jorge Abel Carmona Morales*
Las películas de Mel Gibson siempre generan grandes expectativas, sobretodo en aquellos amantes del cine que ven en él a un autor. Los que sienten en su cine un capítulo más de una manera de hacer filmes con las grandes productoras y los grandes nombres del mercado mundial, reconocen a un hombre polémico que exagera en mostrar sangre para impactar en el público ligero. Pero, quienes se han adentrado un poco más en los detalles de este tipo de trabajos audiovisuales, han encontrado una cantidad de escenas de pormenores estéticos que valen la pena analizar.
La importancia del director radica fundamentalmente en el grueso del contenido general que encierran sus mensajes. Los personajes de sus películas son individuos que deben luchar contra las circunstancias más adversas posibles. Con el tiempo, la escoba de la posteridad habrá reivindicado los nombres que fungen como etiquetas sobre las cuales descansan las esperanzas de muchas personas. Esa fue la esquela sentimental dejada por “La pasión de Cristo” en miles de personas que han forjado sus códigos éticos en la figura de un redentor vejado por el imperio romano. Sobre su cuesta pesa la cruz de representar, en contra del poder más fuerte, esa gleba de pecados que habrían de salvar a la humanidad entera. Otro tanto habrá que decir de su “Corazón valiente” en la figura de William Wallace”, otro redentor. O de su visión personal de los Mayas en su “Apocalipto”. Son cuatro películas el conjunto de la obra de Gibson, pero suficientemente sólida para hablar de él como un autor que, junto a otros grandes directores estadounidenses como Terrence Mallick, han ideado un estilo propio.
Un soldado pacifista
Con esta obra del año 2016, se cuenta la historia de un soldado gringo que participó en la Segunda Guerra Mundial, específicamente como un héroe de la batalla de Okinawa contra los japoneses. Su nombre es, Desmond Doss, porque el hombre aún vive como un ilustre veterano de guerra en la tierra de las guerras celebradas lejos de su propia geografía. Este muchacho tuvo la particularidad de defender un ejército todopoderoso que tiene el arsenal más grande del planeta, sin la virtud de disparar un fusil, entre soldados llenos de furia y resentimiento por las circunstancias que un conflicto como aquel infundió en los muchachos de aquellos años. Aciagos momentos atenuados por la actitud pacifista de un miembro de la comunidad cristiana adventista del séptimo día que se negó, en contra de sus propios compañeros de tropa, a tocar con sus manos un objeto bélico. Todos los personajes de la obra actúan para él.
El mérito de la película descansa en la construcción paulatina de la trama que, entre un vértigo escénico es “adornado” por un desencadenamiento de escenas de guerra. Pero, éstas no funcionan como un foco de acción para darle publicidad a la película sino como un desenlace natural de una historia ya labrada. El centro de la obra es el soldado pacifista. Su mundo, sus orígenes, su familia; ese trauma marcado por sus relaciones filiales con un padre alcohólico, también héroe de guerra, va llevando la obra hasta su último reconocimiento como un hombre de principios. Un objetor de conciencia en la medianía de siglo, en el país más belicista del globo, no genera muchas posibilidades de popularidad. Pero esa es la importancia del filme: la defensa y la exposición de un hombre que defiende sus fundamentos éticos en contra de las adversidades que el medio le impone. Fundamentos que tienen un fuerte sentido religioso.
A Desmond Doss habrá que resaltarlo por esa defensa encarnizada, pero también habrá que enfatizar que un hombre, defendiendo soldados armados que matan a otras personas, no lo alejan de esa actitud agresiva que tienen los ejércitos, sobre todo la de un ejército invasor como el de los Estados Unidos.
El horror de la sangre
Además de esa declaración de principios inmersa en la película, Mel Gibson sigue exponiendo ese “realismo” de la violencia a través de las enormes dosis de sangre que se ven en las imágenes. Ese esfuerzo por llevar a la pantalla otros lados de la acción violenta no aporta a la comprensión de la violencia, sino que amplía la zanja que suscita el dolor del asesinato. Incrementa el morbo generado por el horror que produce la sangre. Se puede decir que es una exploración estética que busca la proliferación de esos sentimientos sadomasoquistas de las personas pero que, en el público joven, tiene unos contenidos superlativos. La apuesta estética de la película está al servicio de un énfasis ético, con imágenes compuestas de altas dosis de violencia.
En las películas bélicas no todas las imágenes que la componen, son relevantes. A veces, el uso desmedido de éstas, sólo tiene tintes publicitarios. No creo que este sea el caso de esta obra. Tal vez el estilo de Gibson no pueda prescindir de aquellas, especialmente si se considera el hecho de que estamos frente a un director que ha hecho de su trabajo un ejercicio de histrionismo bélico. Sus papeles como actor, no se pueden desprender de los “gags” y de las obras menos creativas de Hollywood por su alto contenido de lugares comunes en los filmes de acción.
La Cuarta película del director de doble nacionalidad que ya tiene sesenta años, es la obra de un hombre que quizás se cansó de la fama como actor. Como en los años maduros, tal vez a él le esté dando la crisis producida por quien ha visto su trabajo como una seguidilla de obras de mala calidad pagadas por el comercio fílmico y que, ahora, está haciendo lo que quiere.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. U. de Caldas.
FICHA TÉCNICA
Nombre original: Hacksaw Ridge
Nombre en español: Hasta el último hombre.
Año: 2016
País: Estados Unidos
Director: Mel Gibson
Guión: Robert Schenkkan, Andrew Knight
Reparto: Andrew Garfield, Teresa Palmer, Vince Vaughn
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