Jorge Carmona*
El denominado cine oriental ha surgido en las últimas décadas como un conjunto de tramas innovadoras que muestran otro tipo de visión sobre el mundo, de la cual, se pueden observar unas posibilidades psicológicas propias de esa parte del planeta. El terror le ha dado un realce al cine comercial, especialmente de países como Japón y Corea, los cuales tienen una filmografía prolífica en ese tipo de cine. La larga trayectoria visual se remonta a las historias que el manga ha venido contando. Sus características estéticas conforman esa visión de la que se habló arriba. Pero más allá de eso, en las películas que se están haciendo en esa región asiática, los directores vienen encontrando un sello propio, seguramente como resultado de lo que sus predecesores les legaron, en esa larga jornada creativa que el cine ha construido durante todo el siglo XX.
Ahora, la estética coreana se puede ver reflejada en las expresiones cinematográficas, en este momento, con un buen registro que se ha venido tomando las salas del mundo entero. Encontré al diablo es una película con unos ingredientes comerciales que muestran el talento creativo de un narrador que hace del suspenso su mejor herramienta de trabajo.
Tensión entre el bien y el mal
En primer lugar, la trama descansa sobre un tema mítico de naturaleza occidental. Esa figura denodada por los arquetipos judíos, aparece como en los mejores relatos religiosos, sustentando una tensión vital entre el bien y el mal. Aquí aparece como una oveja que hasta el último momento se muestra como una víctima que lentamente sufre un proceso de transformación, para recaer en lo que ha sido su final inevitable. Ese demonio hunde sus raíces en una de las más profundas ansiedades humanas: la de encontrar paliativos para la enorme incertidumbre que vivimos las personas. Ese lado oscuro, esa mirada invertida del mundo, trae como una luz en medio del océano y a la cual apuntan todas nuestras expectativas, sobre todo aquellas que intentan alejar nuestros miedos, nuestras miserias y nuestras angustias ante el vasto universo. El diablo, encarnado en un anciano solitario, aparentemente, hace todo lo posible por sacar del interior de una jovencita, una posesión intempestiva. De las cicatrices de la pequeña, del sufrimiento que expide lágrimas a la familia, salen esas contusiones espirituales que afectan la vida su padre, un policía que, además, se encarga de investigar una serie de asesinatos en una pequeña población rural coreana.
Las imágenes aparecen cargadas de un tinte surrealista por el exceso de realismo. En una que otra escena, el diablo surge como una especie de caricatura que cuadra perfectamente con esa proxemia y esa dicción particulares que tienen los coreanos en todo su lenguaje corporal y lingüístico. La maestría del director consiste en que le da suficientes elementos al espectador para que sienta compasión por el anciano, por ese hombrecillo vestido piadosamente que se quitará su piel para mostrarse finalmente como ese ser demoniaco que lo ha urdido todo. En ese realismo penetrante se encuentran envueltas demostraciones de bondad y demostraciones de maldad que nos llegan directo a las ansiedades como espectadores. Las laceraciones del cuerpo, el famoso ritual que tiene una duración extensa, el maquillaje que muestra una transformación de lobo en oveja, la serenidad del anciano, la monstruosidad del demonio, componen una historia bien lograda, componen una serie de imágenes que alientan ese cúmulo de impresiones en los espectadores que logran el efecto deseado por el autor de la obra.
Buenas actuaciones
A esa magnífica narración se unen buenas actuaciones que saben explotar la riqueza de gestos para construir una película sólida. Del detective sobresalen sus cambios de humor; un hombre que se debate entre la dureza de carácter allanado por su trabajo de detective y la ternura de padre agobiado por el dolor de ver a su hija sobrepasada por fuerzas demoniacas. Del otro lado el antagonista, es un anciano que es capaz de sembrarle la duda al espectador, de crear mundos paralelos que desembocan en un personaje maléfico, dotado para el bien y superdotado para el mal; sus cambios de personalidad obedecen a energías sobre humanas que pueden envolver a todos los hombres y mujeres del entorno. Los demás personajes cumplen acertadamente con los requerimientos de la historia. Ese individuo que se encarga de llevar a cabo el ritual en el que la niña sufre los ataques desproporcionados del demonio, asume su compromiso con el bien a través de ese ritual que contrarresta el mal en toda su dimensión. Ese show muestra suficientemente el inmenso poder de las fuerzas oscuras, los toques de tambor, las contorsiones y los cantos rituales, por su desafío físico, son desarrollados con soltura.
Las profundidades de la psique
Encontré al diablo es una película bien narrada. No sólo complace los gustos del público que busca obras comerciales sino a aquellas personas que se interesan por las particularidades de algunos géneros como el suspenso. Más que una película de terror, estamos frente a una obra que explora las profundidades de la psique, que juega a voluntad con los temores de las personas y que brinda una buena oportunidad para la entretención.
Una manera de reafirmar el cine como arte, de asegurar una forma de expresión estética importante, es la elevación de los géneros que cumplan con las expectativas de los distintos públicos que buscan ciertas opciones audiovisuales. Con esta obra se desmonta un poco la caída en los clichés del cine oriental, con la advertencia de que no existe esa generalidad. Cada cinematografía puede individualizarse, quizás cada película es sólo identificable con cada autor.
Más que una película de terror es una obra que juega a voluntad con los temores de las personas.
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