Silvio Aristizábal Giraldo*
Alonso Aristizábal Escobar murió el último domingo, también último día, del año 2017. Esta coincidencia llamó mi atención cuando supe, por relato de uno de sus familiares, que por esos días, Alonso estaba leyendo El último domingo, un libro del colombiano Juan Ángel Palacio. Profesor universitario autor de texto jurídicos y también escritor de obras literarias. Es de suponer que Alonso planeaba reseñar esta obra, puesto que en uno de sus acostumbrados artículos de crítica literaria para El Espectador (julio 16 de 2017), comentando La hora esperada, una colección de cuentos de Palacio, señaló: “Otro libro suyo se llama El último domingo (2008), una novela también sobre el tema policíaco que merece comentario aparte porque posee otras implicaciones personales que no aparecen en el libro que nos ocupa”.
Hace algunos años tuve oportunidad de preguntarle a Alonso en qué momento había sido consciente de su vocación literaria y me respondió que durante su época de estudiante en el Seminario menor en Manizales. Quienes lo conocimos en su natal Pensilvania, en el Colegio Nacional de Oriente, recordamos que no era solo afición, sino verdadera pasión lo que él sentía por la Literatura. Siempre estaba leyendo cuentos o novelas, y era admirable su dinamismo en la preparación y realización del “Centro literario”, una actividad correspondiente a la asignatura de Lengua castellana, para algunos sin mayor importancia, “una costura”, pero, para otros –como él- un verdadero acontecimiento semanal. Había qué observarlo en el Bar Italia discutiendo el tema con Oscar Hoyos y otros de sus compañeros de grupo… De no ser por ese amor a la literatura, sería difícil entender las razones por las que alguien de un pueblo “perdido entre la niebla”, integrante de una familia que subsistía con el salario de un modesto empleado público, como era su padre, optara por estudiar Filosofía y Letras, una carrera sin importancia para muchos, “porque no es rentable”.
La vida nos condujo por caminos distintos y debo decir que después de los primeros años de bachillerato, solo algunas veces me encontré con Alonso. Una de ellas en 1985, en Pensilvania, en el homenaje con motivo de la publicación de su novela Una y muchas guerras, novela que me cautivó de principio a fin, al igual que a todos sus coetáneos, porque en ella veíamos descritos, con asombrosa precisión, los paisajes, las personas, las anécdotas y las historias de violencia escuchadas en nuestros hogares, especialmente las relacionadas con el Abaleo de 1936 y sus secuelas. Posteriormente, en Bogotá volvimos a cruzarnos esporádicamente. Inclusive después de uno de esos encuentros me envió algunos datos de su biografía que hoy me sirven para esta semblanza.
En 2014 tuvimos oportunidad de reencontrarnos para hablar sobre el Proyecto editorial Pensilvania con muchos oros, publicado con motivo del sesquicentenario de fundación del municipio (2015). Algunas de esas charlas se realizaron con la participación del profesor Alfonso Ramírez, su amigo y coequipero en la coordinación del mencionado proyecto. Alonso me invitó a seguir encontrándonos y practicar lo que llamaba pensilvanismo (ignoro si el vocablo había sido acuñado por él), entendido como el intercambio de impresiones, conocimientos, anécdotas e historias sobre la vida de Pensilvania. Este interés por lo local, por su terruño, es un aspecto distintivo de su creación literaria enfatizado por comentaristas y críticos. Así, por ejemplo, Isaías Peña Gutiérrez, al reseñar Y si a usted en el sueño le dieran una rosa, escribe:
… se trata de no abandonar ni traicionar las raíces culturales de los autores que nacimos en topografías ajenas a las metrópolis o ciudades… Alonso Aristizábal continúa rindiendo cuentas de su propio y genuino mundo, sin complejos de ninguna naturaleza. Tal como aconteció con García Márquez y su mundo regional literario, tan ajeno a la modernidad de quienes en su compañía hicieron la novela de los setenta y ochenta…
Años antes, el escritor santandereano Pedro Gómez Valderrama, anotaba sobre Una y muchas guerras: “No se trata solamente de una obra literaria sino de un documento de especial valor sobre la vida de una importante región del país. Sus personajes vivos y sabiamente delineados se quedan impresos en el espíritu con un dramatismo concentrado, con la misma fuerza que les da la tierra”.
Y cómo no citar también a Germán Santamaría, en su crítica de esta misma novela:
Existen en su texto niveles de mayor simbolismo, como el peso y la fuerza existencial de la naturaleza, y una gama de violencias que van desde las mismas masacres, hasta el desgarramiento interior de uno de los hijos, Virgilio, para narrar la historia que está viviendo. Se podría afirmar que Alonso Aristizábal escribió su novela como desgarrándose él mismo, como una reflexión muy profunda, muy íntima.
Alonso mismo era consciente de este deber del escritor. Así lo afirma en el artículo de El Espectador citado al comienzo del presente texto: “Desde Flaubert siempre se ha dicho que hay que escribir sobre lo que se conoce, y más de aquellos hechos que nos pesan como parte de nuestra propia vida”.
Una vez egresado de la Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín, inició su actividad académica en revistas y suplementos literarios de El Colombiano y El Mundo (Medellín), El Pueblo (Cali), Vanguardia Liberal (Bucaramanga), Diario del Caribe y El Heraldo (Barranquilla), LA PATRIA (Manizales), El Tiempo y El Espectador (Bogotá). Escribió en revistas internacionales como Caravelle de la Universidad de Toulouse (Francia) y Zona de Puerto Rico. Ensayos literarios y relatos suyos han aparecido en revistas colombianas como Universidad de Medellín, Ideas y Valores de la Universidad Nacional y Huella de la Universidad del Atlántico. Dirigió la sección bibliográfica de las revistas Avianca, Sam y Diners. Participó en numerosos eventos literarios de carácter nacional e internacional, siendo conferencista invitado en muchos de ellos. Buena parte de su trabajo creativo se centró en el espacio de su memoria personal enriquecida con sus viajes por Colombia. Desde hace varios años una de sus ocupaciones principales era la docencia en la Universidad Nacional de Colombia en la Maestría en Creación Literaria, actividad por la que sentía un interés especial. Según decía “esta era una de las principales razones para no irse todavía a vivir a Medellín”. En su producción intelectual se destacan sus numerosas reseñas de libros publicadas en revistas y periódicos, además de las siguientes obras:
Sueño para empezar a vivir, relatos, Editorial La Pulga, Medellín (1973).
Un Pueblo de Niebla, relatos, Ediciones Vórtice, Bogotá, incluye el libro anterior más una segunda parte que completa toda la primera etapa de su trabajo narrativo (1976).
Escritos en los Muros, cuentos, Colcultura, Bogotá (1984). Segunda edición, aumentada, Oveja Negra, Biblioteca de Literatura Colombiana (1986).
Una y Muchas Guerras, novela, Planeta Colombiana (1985).
Vida y Obra de Pedro Gómez Valderrama, Procultura, Clásicos Colombianos (1992).
Y si a usted en el sueño le dieran una rosa, Arango Editores, Bogotá (1997).
Pensilvania, el sueño entre los árboles, El Sello Editorial, Bogotá (1997).
La casa del canario de la esquina, traducido al alemán por Erich Hackl, y publicado en la antología de Peter Schulze-Kraft (2001).
Mito y trascendencia en Maqroll el gaviero, Mincultura y Universidad Nacional, Bogotá (2002).
Poemas caminos por la tierra, Ícono Editorial, Bogotá (2008)
Pensilvania con muchos oros, publicado con ocasión de la celebración de los 150 años de fundación del municipio, financiado por Internalseg-Compañía de Seguros de propiedad del también pensilvense Luis Fernando Hoyos Aristizábal.
Una y muchas guerras es su principal obra, considerada como una de las más importantes novelas del siglo XX. Al respecto, veamos lo que afirma Eduardo García Aguilar, en el periódico Unomásuno de México:
Alonso Aristizábal nos acaba de sorprender con una de las novelas más sólidas y hermosas de la era postmacondina: ‘Una y Muchas Guerras’… Es una novela histórica… La obra relata un tramo crucial de la historia colombiana… Solo el fruto de un largo trabajo silencioso, de una dedicada y encendida pasión por la lectura de novelas y por el estudio de la literatura de todos los tiempos, pudieron llevar a este autor a escribir la que es, sin lugar a dudas, una de las novelas más importantes del siglo en Colombia.
Sobre Una y muchas guerras, el historiador Germán Arciniegas hizo, para el periódico El Tiempo y la revista Correo de Los Andes, una reseña que bien vale la pena citar de manera extensa, porque pareciera que nos hubiera prestado las palabras para expresar los sentimientos que experimentamos al leer dicha novela:
Se cierra el libro, y el lector que no ha podido saltarse una página ni abandonar en un momento la lectura, queda colocado ante ese abismo de la violencia humana que no tiene patria y quema poblaciones, ciudades, naciones, lo mismo en Europa que en Asia o América. El libro no tiene partido, disparan lo mismo los rojos que los godos, los hermanos se matan cada uno con una bandera opuesta a la del otro… a la sombra de una familia que viene por siglos nutriéndose de la misma santa iglesia, de la misma pasión banderiza que enfrenta a los mortales pensando cada uno que es dueño de la verdad única… Gaitán es la suma de esta hoguera. Pero la novela no es solo eso. La novela son el miedo, el fanatismo, el revólver debajo de la almohada, la pobreza en una casa que sigue llenándose del perfume de la aguapanela o el chocolate. Las mismas sombras en un pueblo donde cuentan lo mismo los cuerpos de los vivos que los de los muertos convertidos en una mancha de hollín que se mueve en las calles… Lo de Alonso Aristizábal es ya un libro grande para el caso de Colombia. En todas partes pasa lo mismo. Lo de este libro es de ayer, pero es de hoy. ¿Habrá de ser lo mismo mañana?
Y si a usted en el sueño le dieran una rosa, su segunda novela también recibió favorables comentarios de la crítica. Para la muestra, lo escrito por Roberto Burgos:
Es esta una novela del agua. Ella siempre está presente. Como lluvia, como lagos, como río, como niebla, como lágrimas, como rocío, como nube, y pareciera que su transcurrir en lugar de ahogar saca a flote la memoria y abre cauces al ritmo narrativo. El agua en esta novela ayuda a la persecución. Es una historia que nos persigue. Todavía estoy en ese final conmovedor donde los personajes creen haber llegado a ocupar su lugar, al final del viaje, o la continuación de la corriente de las palabras que superan toda destrucción. Y todo esto, otro elemento admirable, en medio de una gran economía de lenguaje.
A los críticos ya citados en este artículo podríamos añadir otros de la talla de Jaime Mejía Duque, Gustavo Álvarez Gardeazábal, Elkin Restrepo o Ignacio Ramírez, quienes se han referido a la producción literaria de Alonso con los más elogiosos comentarios. La pregunta que queda es ¿por qué su obra no ha tenido una mayor difusión? Tal vez el mismo Alonso nos da una pista para comprender las razones de esto: en la reseña del libro La hora esperada, publicada en El Espectador en julio de 2017, se refiere a Juan Ángel Palacio como uno de esos “tantos colombianos luchadores que han logrado lo mejor con su vida […] nacido en un pueblo perdido de Antioquia, que se llama Santa Rita, en un rincón de Ituango”. Y a renglón seguido, agrega: “Llama la atención este escritor por su trabajo callado, paciente y sin alardes como creo que debe ser el oficio literario, apenas consciente de lo que se propone…”. En mi opinión, así fue el quehacer literario de Alonso: callado, paciente y sin alardes.
*Publicado el 8 de febrero de 2018 en su blog pensilvaniaciento50.wordpress.com
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015