Nos estamos acostumbrando a las señales de la barbarie. En México desde hace 25 años vienen matando mujeres por el simple hecho de ser mujeres, situación que ahora se está extendiendo a todo el país en una cruzada liderada por los carteles mexicanos de la droga que las acusa de ser responsables “del crecimiento poblacional”. En Colombia el fenómeno empieza a preocupar a las autoridades, pues según Medicina Legal, casi 1500 mujeres fueron asesinadas entre 2016 y 2017, siendo Antioquia el departamento con el mayor número de homicidios de mujeres, mostrando además un crecimiento del 50% de los casos entre los dos años analizados.
Pero este no es el único tema preocupante: hoy vemos con indiferencia como turbas de ciudadanos acaban con la vida de personas, acusadas con razón o sin razón, de ser ladrones, violadores, corruptores de menores; en acciones que se desatan por el rumor y terminan con la vida de los “acusados”. La justicia popular, dicen algunos, pero en realidad es la barbarie del pueblo. Y el horror último viene con la muerte casi diaria de niños y niñas, brutalmente abusados, desaparecidos, enterrados en medio de su triste soledad.
¿Cómo enfrentamos esta explosión de brutalidad de nuestra sociedad actual? Algunos claman por penas más severas, por cadenas perpetuas y penas de muerte para los agresores. ¿Sirve eso? Los Estados Unidos tiene pena de muerte en la mayoría de sus estados. Pero las cifras de tasas de homicidio en los estados con pena de muerte son siempre superiores, hasta un 25% frente a los estados en donde este castigo ha sido abolido. Al parecer la violencia no sirve como medio eficaz para acabar la violencia.
Probablemente tengamos que volver a los principios para acabar con el crecimiento en los comportamientos criminales en nuestra sociedad. El primer y más importante principio dice así: “La vida es sagrada”. Nadie puede matar a una mujer por ser mujer, porque la vida es sagrada. Nadie puede sentirse con derecho para torturar o matar a los niños, porque la vida es sagrada. Nadie puede sentirse con derecho a matar a un ladrón, un migrante ni a nadie, porque la vida es sagrada.
Esto porque la vida es un milagro del universo, un don de Dios, que nadie puede considerarse con el suficiente derecho de interrumpirla bajo ningún pretexto. En el corregimiento de La India, en Cimitarra, Santander, los campesinos de la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare señalaron en medio de la más cruda guerra: “preferimos morir antes que matar”, y con esta frase enfrentaron a guerrilla y paramilitares y crearon una iniciativa de paz reconocida en todo el mundo.
El flagelo de la corrupción, que nos indigna día a día, se enfrenta también con los principios. En este caso dice: “Los bienes públicos son sagrados”. Lo que es de la comunidad no se toca, sea poquito o sea mucho. Si yo me quedo con 500 pesitos de los almuerzos que son para la comunidad, soy un corrupto igual que aquel que se queda con 1.000 millones de un proyecto de vivienda.
Los principios se inculcan en primer lugar en la familia, con amor y respeto. Luego en el sistema educativo y en nuestras organizaciones, con democracia y transparencia.
Para enfrentar la barbarie no hacen falta ejércitos. Se requieren ciudadanos.
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Javier Moncayo Plata
Director Ejecutivo PDPMC
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