Como parte de la agenda del Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas del Conflicto Armado, cabe formularnos los siguientes interrogantes: ¿Qué es memoria colectiva? ¿Cómo es la reparación simbólica que ofrece a las víctimas la puesta en común de sus vivencias en el conflicto armado? ¿Cuál es el rol de los medios masivos en este capítulo de construcción de paz? ¿Cuál es el papel de los órganos de divulgación comunitarios en los procesos de democratización de la comunicación y la sociedad?
Partimos de que la memoria colectiva, a diferencia de la historia, es una reconstrucción de recuerdos, emociones, interpretaciones y olvidos, que se configura basada en relatos pluralistas, encadenamientos de lenguajes y articulación de identidades. Consiste en una recapitulación humana, selectiva y aprendida que aflora sentimientos e interpreta lo sucedido,con base en las marcas psicológicas y sociológicas de quienes narran.
También, puede decirse que hacer memoria es un proceso comunicativo en el que se apela a los recuerdos de otros, para la reparación simbólica de las víctimas del conflicto armado interno en Colombia, que desencadena anualmente en 35 mil muertes violentas, más de mil secuestrados y ochocientas desapariciones.
Es relevante para una nación porque consiste en un tejido de narraciones que se incorporan en lo público para humanizar la guerra, para vincular a la población en general con las confrontaciones sociopolíticas y culturales que componen su historia y que no deben naturalizarse, en vista de la magnitud de sus daños. Hacer memoria colectiva, además, es un aporte para la consecución de una paz sostenible.
De este modo, la memoria se asume como un deber, como una exigencia para la justicia social, para aquella tranquilidad pública por la cual abogan un grupo de delegados en La Habana. Entonces, ¿A qué deberían apostarle dichos procesos de recordación y rememoración? Rememorar es activar las múltiples versiones humanas que aportan interpretaciones para otorgar un reconocimiento a las víctimas, adjudicar responsabilidades del conflicto y garantizar la apropiación social de los antecedentes de violencia en el territorio.
Aquí cabe reflexionar sobre la sociedad de la información y el desenfreno de lo mediático. Es necesario re- pensar entonces la función social de lo que se cuenta, pero también la gravedad de lo que se excluye de las agendas. Pues así, difícilmente se construyen simbolismos o significaciones que trasciendan un qué sucedió, ni mucho menos se garantiza una visión más periférica de la vida que puede seguir, que puede contarse y que también se dejaría interiorizar.
Para esta apuesta, cabría fortalecer el Tercer Sector de la Comunicación, integrado por los medios comunitarios, órganos de divulgación sin ánimo de lucro, de incidencia local y regional que afirman el derecho de los sujetos del común a la información y al recuerdo colectivo.
Los medios comunitarios deben fundarse como un brazo del derecho de las víctimas a la memoria colectiva, como una herramienta para su reconfiguración, como escenarios para particularizar las agendas con base en el conflicto histórico regional. Tal vez sean canales para ir más allá de la toma en directo y de las historias carentes de contexto y pluralidad, para aterrizar en acciones coyunturales como el seguimiento y la difusión de las nuevas cotidianidades que han surgido a partir de la guerra.
Su labor podría transformar los imaginarios, recuperar la confianza en el territorio y en el otro, para cambiar el enfoque del conflicto sin dejar de reconocerlo; para que una vez más las víctimas puedan mirar el pasado pero en calidad de lo que son, simples ciudadanos, glorificar su presente y narrar el futuro que sueñan en sus propios términos; para en una cadena de identidades individuales pensarse nuevamente como comunidad. Y lo anterior, contribuye a la recuperación de su tejido social y a su regreso a lo público.
Y mejor aún si estos canales se anclan a procesos de narración participativa, dado que en la construcción conjunta se enlazan subjetividades que forjan y arraigan verdades y justicia. Los interlocutores se corresponden, comparten significados y construyen realidades que los identifican.
En medio del conflicto armado o después de éste, las narrativas son insumos de memoria testimoniales y de valor simbólico, que se universalizan como imágenes literarias o iconográficas creadas para comprender lo sucedido y garantizar su permanencia en el tiempo.
Las narrativas son instrumentos para la elaboración o re- elaboración de discursos, con los que se acerca o se aleja de la realidad. Con los que se exploran las vidas y sus contextos, con los que se conoce, se reflexiona, se denuncia, se aprende, se muestra y se recuerda lo vivido, e incluso lo no vivido.
En últimas, narrar es equivalente a contar… Y contar “es convertir el conflicto y la reconciliación en experiencias de pertenencia, diferencia y relación con los otros”, afirma el Centro de Competencia en Comunicación para América Latina.
Intentos regionales de narración participativa
Desde lo vivencial, diría que los Programas Regionales de Desarrollo y Paz (PDP) de Colombia le apuestan a esta lógica narrativa. Con la excusa de lo mediático, facilitan procesos de empoderamiento para que los habitantes de zonas golpeadas por el conflicto armado asuman la comunicación como un instrumento para el diálogo constructivo, que puede resolver diferencias de diversas índoles.
Los entes facilitadores de dichos procesos instauran capacidades en los pobladores para que ellos se reconozcan como los actores que hacen los territorios, y se conviertan en sujetos sociales que se resistan a la violencia como la manera para tramitar el conflicto y sus complejidades.
Las perspectivas de estas organizaciones apoyan el siguiente principio: “La comunicación es una experiencia de producir paz desde y en sí misma. Sólo que esta experiencia debe ser producida desde las estéticas y relatos que habitan en la gente, no desde los códigos de la máquina mediática y la máquina del desarrollo”.
Con base en los experimentos de comunicación participativa de los PDP del Magdalena Medio y del Magdalena Centro, es posible afirmar que las construcciones de lenguajes propias de los medios comunitarios pueden ponerse en función de las memorias colectivas, como reconfiguradores. Esto, porque permiten un nuevo uso e impacto de las narrativas, un nuevo conjunto de relatos en el que los actores se arman con las palabras, para divulgar una nueva disposición de sus vivencias.
Dichas acciones posibilitan que aquellos comunicadores empíricos, categorizados como víctimas, más que procesar y esclarecer hechos, divulguen de su puño y letra las historias de hoy. Que rompan y trasciendan la emisión- recepción de mensajes y determinen sus propias agendas para el reconocimiento comunitario.
Que involucren a toda Colombia en esas vivencias invivibles que acarrea el conflicto, pero también en ese renacer que es posible y que se ha dejado de contar. Porque en estos espacios, más que informar, se comunica su después de, y esto les permite dignificarse, al anidar en las memorias sociales de la turbulencia como ciudadanos del común, por una causa distinta a la que figura en los medios masivos públicos y privados.
En conclusión, tal vez la memoria colectiva construida desde los medios comunitarios tampoco extermine el conflicto armado, es más, ni siquiera ayude a su mitigación, pero es un hecho que sí posibilita un lugar común para las historias, aquellas pugnas de relatos en los que se hibridan la razón y la emoción, y permiten que las víctimas sean tratadas como simples ciudadanos, re- signifiquen su visión de mundo y de la misma violencia.
Por su parte, los medios de comunicación que imperan en el País, le adeudan a la sociedad en general la construcción de verdades que, por su contexto, carácter humano e imparcialidad, se funden como memorias. Es una necesidad que venzan aquel “miedo a rememorar”, para reivindicarse con el principio de comunicación ciudadana.
Por:Yéssica López Quintero
Comunicadora Social y Periodista
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