EL PASO DE JAMA
Norte de Argentina. La célebre región de La Quebrada de Humahuaca, al sur de la cual está San Salvador de Jujuy al comienzo del amplio cañón totalmente erosionado por donde parece chorrearse el altiplano andino, dejando desnudas las moles de roca de todos los colores y haciendo evidente la angustiosa esterilidad del desierto.
Desde los 1600 metros de Jujuy, bien dormidos luego de una peculiar comida nativa de humitas –los típicos tamalitos– tortillas de verduras, envueltos de chócolo y frituras, seguimos hacia el oeste con destino a Chile por el Paso de Jama. La subida desde San Salvador hasta el altiplano es un espectacular zigzag rodeado de empinados desfiladeros minerales. La vía comienza hacia el norte y tuerce al oeste en la famosa y muy hipi Purmamarca para cruzar Los Andes hasta la no menos famosa y muy hipi San Pedro de Atacama –que junto con la población de Humahuaca, más arriba de Punmamarca, hacia Bolivia, se han convertido en casi sagrados lugares de peregrinación mochilera–. Hay que subir hasta los más de 4000 metros del altiplano por donde limitan Argentina, Bolivia y Chile, al sur del Salar de Uyuni, pasando por el de Salta, o Gran Salar de Argentina; para bajar casi derecho y vertiginosamente hasta los 2400 –en un sector de la bajada hay por lo menos veinte rampas de esas para parar los vehículos desbocados– hasta los salares como mesas de billar antes de llegar a San Pedro; a soportar la inamigable y eterna gestión aduanera –común en las fronteras chilenas– con desocupada del carro, en un tierrero y de noche, y la joda por llevar unas botellas de vino y provisiones de comida; para poder pasar a la otra tragedia de conseguir alojamiento, ya tardísimo y en este lugar donde las casas están tapiadas y desde la calle se dificulta la búsqueda de lo que sea. El único hotel con habitaciones resultó el peor y el más caro, y ni seguir para Calama a cien kilómetros, tan tarde y con las pésimas referencias que da todo el mundo en el pueblo, como política para que uno de cansado y desesperanzado, no se les vaya.
Arriba se cruza entre los cuatromiles por largo tiempo, entre salares, lagunas y volcanes, bordeando por el sur la frontera con Bolivia. La región comprende la Reserva de los Flamencos, en ambos lados de la línea limítrofe del Paso de Jama, en temporada para observar las esbeltas y elegantes aves rosadas cuando la recorrimos por muchos kilómetros.
En algunas lomas de aquellas alturas el Picanto nanoburbuja, sobrecargado con tres tripulantes y equipajes hasta en el techo, acezaba ahogado a menos de 20 kilómetros por hora con el pedal al fondo, casi hasta el punto de no dar más, en ocasiones con el ventisquero bastante fuerte y en su contra.
MARGOT CON SU PINTA DE FLECHA
Monólogo en el bus.
Margot con su pinta de flecha es un bizcocho de sardina, que lo único malo que hace es ser así de hippie, y fascinarle la bareta. Y por eso no la pueden ver en mi casa, y casi que ni en la de ella, y por eso es que la echan de todos los colegios, hasta del Atala, donde no son tan mojigatas como en los de monjas. De puro brutos esos cuchos que se han encargado de pintarla como si fuera el diablo, cuando Margot es una santa paloma. Pero la van a dañar, sacándole el cuerpo y dejándola sin amigas. Para que termine como La Monaboleta, que la última vez la vi en un balcón de hotelucho en la galemba, con otra vieja ahí que la tenía abrazada, las dos en piyama y como acabadas de levantar, a pesar de ser más de las tres de la tarde. Esa pobre viejita se perdió. Pero a Margot si no la pueden dejar en la calle, siendo la menos bandida y así de pilosa y de las más inteligentes; que no es alcohólica, ni puta como tantas otras que hay por ahí con carita de yo no fui. Cómo será la cosa de jodida, que una de las peores críticas es que no se maquilla, y que no usa medias pantalón, ni tacones. Porque la mujercita no se viste de zorra se la montan de “problema”, de “rara”. Porque en lugar de estarse todo el día hablando bobadas por teléfono y desenredándose el pelo, o mirando vitrinas y comprando güevonadas, se va a leer al parque o para cineclub, entonces hay que abrirle el ojo; o si en las fiestas del Campestre nos vamos a caminar a las canchas de golf, y armamos mesa en la salida del hoyo uno en vez de quedarnos en el salón principal, como todo el mundo, entonces que joda tan verraca. “¡Pobres padres!”, decía mi mamá en estos días en la mesa. Y se me torifican apenas empiezo a defenderla, con el cuento de que yo no tengo autoridad moral para hablar, después de que me cogió la policía fumando marihuana. Tal para cual, dice mi mamá... A ver que cara van a poner cuando se enteren de que ya no nos aguantamos más la intriga persistente para que uno sea de una sola manera, según un mismo molde y no más, lo que llaman normal, que ni siquiera son capaces de explicar cómo es, y terminan yéndose por las ramas y con el recurso de siempre de que no se discuta más el asunto y que dejemos la maldita rebeldía. Seguro que ahora si se ponen las pilas en la casa de Margot, y pasa como cuando se fueron Pilicita y el novio, que hasta el presidente tuvo que ver en el operativo que les montaron hasta que los bajaron de un bus llegando al Putumayo. Que par de locos, ¡echar para la selva!... Vamos a ver si a nosotros nos encuentran antes de llegar al mar.
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