TRES ALMUERZOS
TRES ALMUERZOS
Juan Bautista Matíz se desapareció sin decir una sola palabra y sin que ninguno de los contertulios se atreviera a preguntarle nada. Se paró del pequeño escritorio, se quitó el delantal y lo colgó de uno de los cachos del cráneo de novillo pegado en la puerta que da a sus dependencias privadas, por la cual entró y cerró con doble llave. Subió al apartamento de dos piecitas y un baño, encima del negocio que ocupa todo el frente del primer piso de la modesta casa en la mitad de la cuadra de las carnicerías.