DROGOS Y MALANDROS
El Profe había seguido para arriba luego de pillarse la situación tensa y pesada en el segundo piso, y se quedó en la última pieza, encerrado, tratando de quedar por fuera de lo que estaba sucediendo abajo. Paranoico por el efecto del bazuco y lo tan tétrico que alcanzó a percibir en los no más de cinco minutos que estuvo en la boca de las escaleras, viendo cómo Romano mudaba de personalidades y pasaba de la histeria a la frialdad amenazante, y cómo esos sardinos desconocidos en la ventana, especialmente el muchacho, se comportaban con la naturalidad de quienes ya nada les queda para impresionarse.
Cuando ya no se oía bulla, salió del cuartucho y se lanzó escaleras abajo pero en el descanso del primero lo paró El Caleño y le pasó la orden perentoria de que hasta por lo menos la media mañana no salía ni entraba nadie. Desde allí pudo ver al pelao nuevo con Romano y con otro que sacaban el bulto con la muerta y luego cómo ponía trancas al portón y subía Romano puteando a todo el mundo y arriando la gente para las piezas sin que nadie se atreviera ni a mirarlo.
La única que protestaba era la sardina, que desde que trató de bajar con su acompañante y la pararon sin dejarla ni salir de “la oficina”, se había paniquiado y llorando gritaba que tenían que dejarla, que no podía quedarse sola y que para dónde pues era que se iba Maduro, que así lo llamaba, y que ni por el putas podían prohibirle abrirse del parche ¡manada de hijueputas, asesinos!
Qué hubiera pasado si no fuera porque El Profe la calmó como por encanto, con un gesto o alguna palabra que inmediatamente produjeron confianza y tranquilizaron a la niña que era aquella flaquita espigada que tenía semejante carácter e inspiraba tanto respeto al tiempo que ternura. La cálida frescura y el aspecto de ese cucho, que podría ser su papá, fueron un bálsamo para la adolescente en aquel ambiente desalmado de drogos y malandros.
La llevó abrazada, podría decirse que paternalmente, y subieron hasta la pieza donde ya estaban instalados, sentados en el suelo contra las desnudas paredes, los dos que fumaban abajo cuando comenzó el bollo. Estaban tomando chámber y súper embalados, con los ojos volados y mordiéndose la lengua, sin hablar.
***
De ahí para adelante todo se le había borrado con el menjurje alcohólico y el bazuco en tarro con filtro de ceniza de tabaco, que producía los efectos más intensos; y sólo ahora, cuando le llegaron con los cuentos de Matíz y de la muerte de Marina, comenzaban a aparecerse como cortes de una película los detalles de la conversación de aquella noche con Ágata, cuando se conocieron y se hicieron amigos inseparables.
Y además estaba lo que pasó ese fin de semana del toque de queda, de viernes a lunes, encerrados sin poder casi ni respirar, cuando salió aquel man con la otra historia que también apuntaba en la misma dirección.
Entre cuatro que eran ellos y las pocas manzanas en el centro de Manizales donde ahora se desarrollaban sus cotidianidades, ya sumaban tres desaparecidos.
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