COMO EMBRUJADO
A la mamá la tramó fácil para vender y se bajaron para la ciudad a vivir arrendado, dizque mientras les salía la casa, que hasta podía ser de las que iba a regalar el Presidente –y así nos ganamos ese billete, amá ¡para estrenar de todo!– Pero ella accedió a firmar porque de verdad lo que pretendía era atravesársele a esa mujer, quien no le estaba gustando ni poquito. Al Mono no fue sino decirle lo de los estrenes para que se entusiasmara con la mudanza; y ni el viejo ni la hermana contaban para nada, por lo cual le cogieron la plata en una notaría al comprador y desocuparon la casita en dos viajes de jeep el mismo día. No por coincidencia llegaron a instalarse en la misma barrriada de los abuelos de las muchachas de Edit.
La misma Edit que había aparecido por la vereda una tarde de domingo. Subieron a pie de paseo con las hijas y un sobrino que trabajaba con la compañía del gasoducto, cuya maquinaria cuidaba el tío en las noches y festivos. Como andaban sin plata pasaron de largo por la caseta comunal donde algunas mujeres hacían empanadas para beneficencia, y por la tienda donde jugaban o veían jugar tejo y tomaban cerveza el resto de los vecinos. Donde sí se detuvieron, de regreso, fue más abajo en el campamento, donde ya de subida habían saludado y conocido al tío, a quien encontraron aburrido por el forzoso alejamiento de los eventos en la vereda, pero muy orgulloso de su parafernalia de celador con escopeta al hombro, impermeable de caucho, botas, linterna y machete al cinto. Alternaba los chistes flojos –que se auto celebraba con ruidosas carcajadas– con trascendentales comentarios sobre la inmensa responsabilidad de su trabajo y el peligro constante que implicaba. Chistes y atuendo y comentarios que, sumados al fugaz pensamiento que en las emociones del paseo había tenido por el camino, de lo bueno que sería vivir por allí, como estaban de desacomodadas, rodando por ahí, de arrimadas... inspiraron a Edit para poner en acción sus artes de veterana conquistadora a pesar de su figura de desproporciones caricaturescas.
Tampoco se percataron el monito y el abuelo en la tienda, ni Belén y su madre en el toldo de fritanga comunitaria, de que la mujer de edad indefinida que bajaba al atardecer con dos muchachitas y un joven –que alguno reconoció como trabajador del gasoducto– en uno más de los muchos paseos que aún entre semana subían a la región de impresionante paisaje; venía decidida a que no pasaran dos semanas antes de que se estuviera trasteando con sus corotos a instalarse como dueña y señora de la estrecha vivienda que hasta entonces habitaban con calma relativa. Le había soltado dos o tres piropos atrevidos al tío, alusivos a su épica figura, y al despedirse le había hecho cierta caricia con el dedo en la palma callosa de la mano, estremeciendo al guerrero de forma que no pudo disimular, asegurándole a la conquista a la taimada seductora.
Edit no media más de metro y medio, y en su figura contrastaban el gran tamaño de la cabeza y las caderas con la flacura de su tronco y extremidades. Era como si el cuello le bajara hasta la cintura, y la cabeza parecía ampliada por una lupa, resaltándose las muchas arrugas de una vida agitada y el excesivo maquillaje, que lo fue más al domingo siguiente cuando, también exageradamente pintada y perfumada volvió a la vereda con la mayor de las hijas y se dirigió decidida al sitio donde había sido trasladado los equipos de la compañía. Al poco rato había mandado el tío a llamar un vecino para que por unos pesos lo remplazara mientras atendía la visita.
Compró refrescos en la tienda y siguieron hasta la casa donde su madre la recibió notoriamente arisca, puesto que de una se la pilló y descubrió el motivo de ciertas euforias de los últimos días, y de lagunas mentales en las que había entrado con frecuencia, mirando ausente hacia la ciudad sin atender a lo que se le hablaba. Como embrujado.
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