Jorge Gutiérrez Gómez*
Wenceslao, nombre que significa “aquel que es el hombre más glorioso”, pero que a pesar de ello de ningún modo garantiza que a quien así nombren le resulten tocayos aparte del Rey de Bohemia, fue el nombre de pila con que Don Antonio Luis Fernández Lago y doña Florentina Flórez Núñez bautizaron a su vástago, nacido el 11 de febrero de 1885 en La Coruña, España.
Hubo de abrazar Wenceslao la profesión de periodista dado que a los quince años y tras la muerte de su padre, se vio precisado a dejar tanto los estudios como sus ilusiones de seguir la carrera de medicina, vinculándose entonces al diario coruñés La Mañana. Posteriormente y con solo diecisiete años fue nombrado director del semanario La Defensa de Betanzos, cuya línea editorial estaba marcadamente dirigida a la defensa de los Agraristas y en contra del capitalismo feroz.
Fue don Wenceslao un escritor prolífico que alcanzó a publicar cerca de cuarenta novelas y libros con fondo de humor, usando para ello una comicidad basada en la deformación de los hechos que conducía siempre a la crítica, generalmente de carácter social. Como dato bien curioso para los colombianos (y mexicanos), algunos analistas literarios que han estudiado lo obra del hijo de La Coruña sostienen que sus rasgos de humor son asombrosamente parecidos a los que, muchos años después, usara Gabriel García Márquez. No sobra recordar que este fecundo escritor no solo fue miembro de la Real Academia de España sino que obtuvo el premio del Círculo de Bellas Artes por su novela Voltereta y en 1926 ganó el Premio Nacional de Literatura de España por su escrito “Las siete columnas”.
Apartes de una obra
Ya conocido el personaje, hoy pretendo reproducir algunas líneas de su obra, El toro, el torero y el gato, donde se adivina el corte crítico que siempre caracterizó su trabajo, adornado con un fino humor que raya en el sarcasmo. Y además con esta transcripción pretendo demostrar cómo las críticas que hoy le hacemos a los toreros por sus posiciones ventajosas han sido la constante a través de la historia de la Fiesta. ¡Las figuras han engañado, engañan o por lo menos han tratado de hacerlo desde siempre!
El escritor sostiene, en los albores del siglo pasado, no sin cierta dosis de “guasa”, que ya para esos años los toros de verdad se habían acabado y entonces decide escribir lo que a continuación leeremos sobre ese particular:
No hay toros. Es decir, no hay toros bravos, tremendos, acosadores, de los que gustan de andar a cornadas con cuanto se les pone por delante y no desean más que saltar a los tendidos para acometer.
Pero que se hayan acabado los toros y quede el torero, ya vuelve a suscitar preocupaciones. Parece que se trata de unos toreros, naturalmente, vacantes por falta de toros, que – en una especie de evocación, de remedo de lo retrospectivo- realizan en las plazas farsas más o menos animadas, parodiando lo que hacían cuando de verdad existían toros bravos. Y para ello llevan becerros. Lo cual viene a ser como si una cuadrilla de cazadores de lobos, después de acabar con los lobos, saliesen vestidos con sus zamarras y sus botas de monte, y sus cartucheras, y sus carabinas, a cazar perros de aguas.
Esos jóvenes despliegan sus capas y dan vueltas sobre la punta de los pies y quiebran el talle y cultivan toda la mímica del toreo; pero ¿es que el toreo puede conservar alguna importancia en cuanto desaparezca el toro? Y aun en ese caso, ¿para qué llevar becerros? ¿No sería preferible que saliesen del toril unos hombres disfrazados de toros, a imitación de lo que hacen los niños en sus juegos? Porque los hombres conocen las mañas del toro, y el becerro, no. Tanto da, pues, lidiar motocicletas.
En el fondo, lo que ocurre no deja de tener gracia. Resulta que, al principio, había tantos toros bravos en España que tuvimos que crear los toreros. Los toreros acabaron con los toros. Y ahora hay tantos toreros, que tenemos que volver a crear los toros bravos para que los toreros no acaben, si no con nosotros, al menos con nuestro dinero.
***
No dudo en recomendarle a los aficionados este libro que, a pesar de haber sido escrito y publicado a principios del siglo XX, muestra la gran similitud fáctica que existe entre las realidades de esa época y las que en la actualidad vivimos en el Mundo del Toro.
*Ganadero.
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