Álvaro Gärtner*
Desde la más remota antigüedad, el hombre se fascinó con el toro y sus cuernos. Como carecía de ellos, rindió culto al animal que los tenía. Lo confirman obras de arte como las cuadrimilenarias esculturas de Guisando y las testas neolíticas de Costixt. Las de Teruel y las pinturas de Altamira, del Paleolítico, y el Toro Farnesio de tiempos históricos.
En los libros de Ezequiel y de los Salmos las astas simbolizan gloria, poder, dominio, y la fuerza espiritual, y la salud que Dios concede al hombre. En el Deuteronomio son fuerza y prosperidad materiales. En el Egipto faraónico veneraban al Buey Apis e Isis fue representada con cabeza de vaca. En Creta vivía el Minotauro, mitad hombre, mitad toro. Neptuno fue apodado Taurus y Baco, Taurófago. El ganador del concurso de poesía báquica era premiado con un toro.
En la mitología persa, el primer hombre, Kaiomortis, nació del hombro derecho del toro de Ormuz; los otros seres del izquierdo. Su dios Mitra el Tauróctono fue venerado en Roma como Rey Sol, el Invicto, el 25 de diciembre. Antes de ser cristiano, Constantino el Grande trató de imponer el mitraísmo y fue representado en lucha con un astado al que da muerte.
De África vino el Culto a la Selva que tiene dos animales sagrados: el toro, símbolo de lo positivo, y la culebra de lo negativo. La res debe vencer al reptil.
Para erradicar el paganismo taurino, la Iglesia pintó cornudo al Demonio. Vano intento: la creencia se conservó. Los conquistadores españoles la trajeron a América envuelta en ropajes cristianos y permeó en las deidades mestizas: la Madremonte persigue a quienes destruyen la selva, pero su inmenso poder es inútil frente a un novillo.
Bajo el signo de Tauro
Cada culto al toro tuvo ritual para absorber sus poderes: la tribu Mandan de América del Norte danzaba disfrazada de búfalo para propiciar su cacería. En las taurocatapsias de Tesalia, jinetes perseguían toros hasta fatigarlos y luego derribarlos por los cuernos. En Roma había taurocolías en honor de Neptuno con combates de toros enfurecidos para luego sacrificarlos. Coincidían con los juegos táuricos en honor de Plutón y Proserpina.
Más importantes fueron las taurobolías para honrar a Cibeles, madre de los dioses, quien cargaba un dios niño cuya nodriza era una vaca. Para propiciarla sacrificaban toros adornados con guirnaldas y la frente cubierta con láminas de oro, sobre planchas agujereadas para que la sangre purificara a los iniciados. Y en Creta, danzarinas desnudas saltaban sobre la testuz del animal, con evidente sentido de fertilidad.
En la Roma imperial creían que las taurobolías eran el rito que más agradaba a los dioses y más eficaces que el bautismo. Se celebraban en el ‘frigianum’ de la colina Vaticana, sobre el cual fue levantada la basílica de San Pedro para extirpar la creencia. Pero sus diversas manifestaciones sobrevivieron en costumbres navideñas, vacalocas, carnavales, corralejas y corridas, en las cuales el toro es omnipresente: el buey del pesebre fue castrado para despojarlo de su cuasi divinidad, pero conserva el carácter sagrado en la imaginación popular y simboliza el bien por calentar con su aliento al Niño Dios.
En el Carnaval de Riosucio, a los celebrantes destacados se les llama ‘matachines’, palabra de origen árabe que significa ‘el que mata reses’: “Originalmente debió ser un sacerdote enmascarado que sacrificaba la res para que de ella emanaran energías positivas”, explicó Julián Bueno Rodríguez.
Hasta los 1980 siempre hubo carniceros en la junta organizadora. Hasta entonces, el último día inmolaban un novillo frente a una iglesia, para dar la carne a los pobres. Lo cual confirma que “estos cultos fueron absorbidos, mejor enmascarados, por la Iglesia”. El reparto de su cuerpo “podemos tomarlo como una especie de comunión en medio de la cual la gente debe consumirla para compartir y absorber las energías buenas del animal”, añadió. “Así vuelve a simbolizarse el toro como animal sagrado”.
El ruedo sagrado
El rito táurico moderno por excelencia es la corrida. Al toro se le saluda con una vuelta al ruedo cuando permite lucirse al matador (o matachín). Si el traje ceremonial queda manchado, se evoca el carácter purificador de la sangre derramada en las taurobolías. Luego, el torero con actitud sacerdotal parece elevar al cielo una plegaria a las deidades invocadas. En el presidente de plaza supervive la figura del emperador romano.
También tienen símbolos secretos las corralejas, derivadas de los juegos de toros y cañas españolas del siglo XVI. Bueno considera que durante ellas se juega con el elemento sagrado: “Se establece una relación lúdica con el toro y trata de acercarse para recibir sus energías. El contacto con el ganado es bueno”.
Por último, las vacalocas son juegos asociados con el fuego purificador. En Riosucio aparecen en las fiestas a la Virgen de la Candelaria (2 de febrero). Al embestir a la colectividad, simbólicamente contagian las energías positivas del toro: “Posiblemente sean un sincretismo indígena y una remembranza de la danza al sol”, concluye el investigador caldense.
Sin saberlo, los aficionados a las corridas o quienes hacen pesebres o se disfrazan en carnavales, rinden culto al toro, uno de los primeros animales sagrados. Y propician lo que más temen que le pongan: los cuernos.
*Periodista.
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