Jorge Eliécer Zapata Bonilla*
Adalberto Agudelo Duque es uno de los escritores más sólidos del departamento de Caldas y una de las figuras nacionales de la región. Formado para la docencia, es Licenciado en Idiomas Modernos y Literatura, no se limitó a las aulas de clase sino que hizo del libro una cátedra permanente en la que entregó su visión de los grandes problemas nacionales sin temor, y más bien como fidelidad a su tiempo, pues en medio de las grandes confrontaciones sociales hizo del tema del momento un argumento que retrató la destemplada situación nacional, el agrio espíritu de los gobiernos y la debilidad de la propia academia para enfrentar situaciones en las que debieron ser protagonistas. Agudelo Duque ha sido pues un testigo de su tiempo, un intelectual de altísima figuración nacional y presencia internacional.
“Suicidio por reflexión”
En 1967 apareció la novela “Suicidio por reflexión”, la primera obra de Adalberto Agudelo. La época era bien diferente a la que vivimos ahora. La crítica si la había era tímida y los círculos intelectuales escasos. El texto literario en el largo de muchos años fue recogiendo crítica y los intelectuales de la región comprendieron la importancia de la narración en sí y del retrato social que presentaba, pues el libro que tiene como subtítulo “La historia de Óscar Olivares” manifiesta una amarga situación social narrada desde el vientre materno por su protagonista y poniendo al lector de su tiempo tanto como al de ahora, ante una situación de dura realidad. Óscar Olivares es un nombre universal, el de miles de niños que nacen y crecen viviendo en un mundo del que no se percatan, o se percatan y pasan de lado el Estado, la Iglesia, el Capital y la Academia y la que tienen que afrontar los propios protagonistas.
“Suicidio por reflexión” es una novela dolorosa en la que está de frente, de tamaño natural la vida colombiana de los años sesentas, la historia de miles de niños de las familias desplazadas del sector rural por causa de la violencia política del medio siglo, de la manera como la sociedad de esa década afrontó el cambio y convirtió la prostitución y el vandalismo en maneras de subsistir y en la ausencia de políticas para dar solución a los problemas que apenas se asomaban y hoy son de dimensiones gigantescas. La infancia torturante de Óscar Olivares no es más que el retrato fiel de la Colombia de esos años como de la Colombia de hoy. Es la historia de los desplazamientos, de la desigualdad social, es el inicio de la urbanización del país y del abandono de los campos, es el problema de la utilización de la fuerza contra los niños. Naturalmente que nuestro país no podía permanecer al margen de los desarrollos urbanos que presentaban los demás países de América Latina, pero tampoco estableció políticas que limaran las desigualdades que se generaron en torno al crecimiento.
La Manizales de los días en los que circuló “Suicidio por reflexión” era la de los momentos del cambio. Surgían universidades privadas, se creó el Festival Internacional de Teatro, era la puja por la creación de dos departamentos segregados del mapa regional y la industrialización de los años cincuentas empezaba a dar muestras de debilidad. La clase dirigente hacía una revaluación de la historia de los primeros cien años de la ciudad y los primeros cincuenta de Caldas como departamento. Esos temas velaron la realidad social, pues aparece el gaminismo, estalla la proliferación de casas de cita donde jamás se habían visto y los municipios comienzan a mirar hacia afuera, a no depender de un centralismo asfixiante que limitó su desarrollo y fortaleció las aspiraciones de ciudades vecinas. La iglesia inicia el auto examen que le planteó el Concilio Vaticano Segundo y el clero de una ciudad fría se asoma al mundo de los cambios y muchos sacerdotes van a Europa a reforzar sus estudios trayendo teorías nuevas que aceleraron las trasformaciones, pero no limaron la lucha de los pobres.
En sí, los días en los que surgió la novela de Agudelo Duque fueron duros y mostraron que en Manizales se seguía publicando literatura tradicional en los campos del cuento y la poesía y que los intentos de novela no se atrevían todavía a explorar espacios nuevos, temas novedosos que mostraran unos escritores proyectados hacia el mundo del momento, pues seguíamos anclados en los significados de la Colonización Antioqueña como movimiento de masas que insertó la vasta región de lo que fue el Gran Caldas, a la vida política y económica de la nación. Hubo sí tímidas muestras de una novela social, pero ninguna con un enfoque íntimo, personal como “Suicidio por reflexión”.
Esta obra refleja el estado de una comunidad en su desarrollo colectivo, pero a la vez señala como ha sido de amplia la indiferencia frente a las clases marginadas y como no han existido políticas que aceleren el reconocimiento de la dignidad humana. Agudelo pone en Óscar Olivares, en la voz interior de un niño, las vergüenzas del problema personal y familiar, pues el ser humano en su libertad íntima crea las posibilidades y busca los espacios para lograr el sueño de vivir con dignidad, ya que los espejos en los que se miran los otros, dan forma a los sueños, la gran mayoría de las veces frustrados. La determinación final de Óscar Olivares es la de todos los miserables del mundo, solo que en el caso del personaje de Adalberto este no reclama ni a Dios lo que la vida le ha negado.
El autor
Adalberto Agudelo Duque, ya se dijo, es uno de los más destacados autores caldenses de todos los tiempos. Obras suyas han alcanzado reconocimientos internacionales y muchos premios al interior del país. No ha temido enfocar los problemas sociales como este de “Suicidio por reflexión” o como el que describe en “Toque de queda”, pero de igual manera se adentra en publicación de libros de poesía de reconocida calidad y en obras de literatura infantil como “Javier Carbonero”. Casi 20 obras publicadas y un número igual de reconocimientos internacionales y nacionales, indican que ese muchacho que hace 50 años despertó con fuerza la literatura regional, sigue siendo el reconocido y respetado autor, el Maestro de las letras caldenses.
*Escritor.
Octavio Hernández Jiménez*
El existencialismo, como filosofía, da los primeros pasos cuando Sören Kierkegaard (1813-1855) vive y escribe obras como Temor y temblor fuera de Diarios, en 13 volúmenes. Él bautizó como “existentiell”, a su proyecto que dio origen a un ‘sistema asistemático’ de filosofía y literatura que tomó auge y se prolongó hasta la segunda mitad del siglo XX.
A su vez, Adalberto Agudelo Duque es el autor caldense de “Suicidio por reflexión, o la historia de Óscar Olivares”, escrita y publicada en la Editorial Renacimiento (s.f.), de Manizales, en la década de los 60 del siglo XX. Entre los dos autores y sus obras se presentan tácitos encuentros y desencuentros.
Uno y otro han sido excelentes lectores, los dos no buscaron la armonía de las cosas sino su paradoja; los placeres del mundo exterior no les convencieron del todo y, tanto el danés como el colombiano, “pasaba(n) horas y horas paseando mentalmente con sus padres sin salir de la habitación”.
Semejanzas y diferencias
Sorprende la figura del padre en la vida de Kierkegaard y en la obra mencionada de Agudelo. En “Suicidio…” aparece ya en las primeras páginas (10): “Mi padre sabe que tienen hambre… Algo le dice que yo le estoy mirando desde mis párpados cerrados… Él sabe que he venido a un mundo miserable a donde el hombre vive inútilmente sin esperanza. Sin fe”.
En cuanto a la fe, hay diferencias entre los dos autores. Kierkegaard estudio teología, se enfrentó a la iglesia oficial luterana y declaró que tenía como misión presentar el cristianismo de manera frontal de tal manera que el mensaje estrujara el entendimiento, el corazón y el alma de quienes lo escucharan o leyeran.
Agudelo, escéptico y estoico, no plantea posturas religiosas o si las bosqueja se diluyen como cuando, al final de la obra, “me rodean desconocidos que ni siquiera dicen su nombre y que van a ninguna parte porque van a todos los lugares del mundo buscando a Dios. Al Dios que llevan dentro de sí y quien se ríe de su búsqueda inútil”.
Vuelven a coincidir Kierkegaard, muchos existencialistas y Agudelo que, en su obra “Suicidio…” se muestra como aventajado lector en cuanto que, para esta filosofía, ningún sistema logra satisfacer al hombre concreto que, en resumidas cuentas, es lo único real que interesa.
Y, mientras para Kierkegaard la misión en que se empeñaría sería la del diálogo del hombre con Dios, en “Suicidio…”, el protagonista se cierra al diálogo y plantea el monólogo entre el hombre y la Nada, trajeada de fracaso, miseria, hambre, sufrimiento, asco, miedo y todo lo demás en lo que está sumergido “Óscar Olivares”, el protagonista del monólogo.
El otro aspecto (que no principio) en que coincidieron el padre del existencialismo, en el siglo XIX, y el discípulo aventajado en su obra iniciática, en la segunda mitad del siglo XX, fue en la autorreflexión o subjetividad.
Para Kierkegaard la existencia está en la autorreflexión debido a la individualidad como se da el hombre concreto y no de acuerdo a la teoría de Aristóteles que lo piensa como concepto-especie. El personaje central de “Suicidio…” lo anuncia desde cuando encontró la rata destripada dentro la basura: “Por qué me llamaron a habitar este cuerpo, estas carnes, estos huesos. ¿Por qué no me dejaron habitando el no-ser? ¿Mi nada?”.
Un monólogo que convoca
“Suicidio…” no es un apéndice de Kierkegaard ni de otros existencialistas como Heidegeer, Sartre o Camus. Para algunos comentaristas, se trata de la obra de un nadaísta como aquellos que, por esos años, “invadieron la ciudad como una peste: de los bares saxofónicos al silencio de los libros”.
Todo artista como ser cultural cuenta con influencias más o menos definitorias y causa satisfacción cuando se sabe que Agudelo Duque se ha cotejado con ellas, por la lectura y la escritura, antes de producir su obra más reconocida. Hay un momento en el que se perfila como eslabón de una cadena de mentalidades como las que precedieron al poeta, cuentista y novelista manizaleño cuyo monólogo “Suicidio por reflexión…” celebramos por su capacidad ingente de convocatoria.
*Escritor.
José Miguel Alzate*
Yo tenía apenas 13 años cuando se publicó Suicidio por reflexión, la ópera prima de Adalberto Agudelo Duque. Como vivía en Aranzazu, no pude darme cuenta de los comentarios que entonces despertó una obra escrita por alguien que apenas llegaba a los 24 años de edad. Vine a leer el libro casi diez años después de publicado. Y la sorpresa fue grande. No obstante, los escasos conocimientos que para entonces yo tenía sobre técnicas narrativas, la verdad fue que el libro me impresionó.
En Oscar Olivares, el personaje central, Agudelo Duque volcó todo su caudal imaginativo para configurar un universo donde un narrador en primera persona le transmite al lector su angustia existencial. En 102 páginas el escritor interpretó el pensamiento de un hombre que, al decir de Roberto Vélez Correa, parte de oficios humildes para alcanzar un encumbramiento en su toma de conciencia sobre la realidad que lo rodea. Lo más importante de Suicidio por reflexión es que en ese desgarramiento interior que el personaje vive hay mucha rabia contenida. Y un cuestionamiento válido a una sociedad indolente que no mira el dolor ajeno porque está cautiva en sus propios privilegios. Manizales es el telón de fondo de esa angustia que vive un hombre que solo aspira a vivir 50 años.
La novela reveló el talento literario de un escritor que por su profesionalismo merece mayor figuración en la narrativa nacional.
*Historiador y columnista.
Albeiro Valencia Llano*
Suicidio por Reflexión. O la Historia de Óscar Olivares…, la primera novela de Adalberto Agudelo Duque, salió a la luz en el mes de marzo de 1967.
El autor es muy parecido a su protagonista, Óscar Olivares, y así como él, vivió en una sociedad injusta, “sin derecho a la infancia”. También estuvo en la mesa de la familia frente a un plato vacío. Fue abandonado por sus hermanas, junto a la Catedral, en la carrera 23, cuando tenía menos de cinco años de edad. Sufrió los ultrajes de los adultos y presenció la trágica muerte de sus mejores amigos: la niña que lo comprendía y el perro que le daba cariño. Madrugaba para recorrer las calles de la ciudad donde los vehículos motorizados pasaban veloces y la gente caminaba con rapidez “como temiendo que el tiempo los alcance en mitad de la vida”. Era chinche, rebelde, contestón, criado en la calle y pensaba que en la casa no lo querían y que había sido adoptado.
“Ya soy escritor”
Adalberto estudió en las escuelas Victoriano Vélez y Jesús María Guingue. En la casa leyó libros de vaqueros, y en la biblioteca municipal, las novelas policíacas de Perry Mason y El Quijote. Lo atrapó el escritor Stefan Zweig, especialmente por el libro Veinticuatro horas en la vida de una mujer. Fue seducido por su brillante técnica narrativa y por su difícil y azarosa vida.
Buscando razones para el suicidio leyó a los existencialistas. Se sumergió en la lectura de las obras de Jean-Paul Sartre, pero lo atrajo más Albert Camus porque el libro El Exilio y el Reino le descubrió la ciudad en la literatura; la novela El Extranjero le ayudó a sumergirse en la Filosofía del Absurdo. De aquí salió la novela Suicidio por Reflexión. El libro lo escribió en 1963, cuando tenía 20 años, y tardó seis meses en redactar un documento de 300 páginas. Como era maestro rural empezó a trabajar en La Cuchilla, una vereda de Supía, tenía 23 estudiantes de 1° a 5°, con el método Lancasteriano. Vivía en la fonda y allí pagaba la comida y la dormida; por la noche se alumbraba con vela y así terminó de escribir la novela. Cuando quedó lista se la entregó al escritor José Naranjo quien le aconsejó quitarle imaginación; por eso quedó reducida a la tercera parte.
Pero era difícil publicar. Renunció al cargo de maestro, pidió las cesantías, le entregaron cinco mil pesos y después se reintegró al trabajo docente. La obra se imprimió en Editorial Renacimiento, del diario LA PATRIA, donde le cobraron tres mil pesos por mil ejemplares. El libro le produjo gran emoción, se lo mostró a la mamá diciéndole: “ya soy escritor”.
Señala un camino
La novela no se presentó en sociedad. Cayó en manos de lectores y de escritores que no la entendieron porque rompe los paradigmas: es fatalista y existencialista. Una obra sobre la ciudad, en esa época cuando la última palabra la tenían los de la Revista Milenios, y todavía se sentía el peso de los autores costumbristas. Adalberto era consciente de esta situación y por eso se había propuesto escribir una novela diferente. En ese momento su obra “no valía nada” y, mientras tanto, empezó a vender los libros a 10 pesos cada uno y tardó 10 años en desprenderse de toda la edición. Sin embargo, Suicidio por Reflexión marcó el inicio de los escritores mayores en el departamento. Es un hito, señaló caminos a los jóvenes que se apartaron de los delineamientos tradicionales. Y su autor se convirtió en pionero de las nuevas letras y contribuyó a visibilizar a los escritores de la región. Trazó la senda para llegar a la literatura de hoy, premiada y leída.
*Historiador.
Juan Carlos Acevedo Ramos*
Es 1967, en Manizales, un profesor de escuela primaria, con cara de existencialista a punto de abordar su muerte bajo sus propias manos, publica en Editorial Renacimiento de la ciudad, una novela que retrataría la vanguardia filosófica europea de los existencialistas.
La novela es Suicido por reflexión o la Historia de Óscar Olivares… y el profesor no es otro que Adalberto Agudelo Duque. Ese año marcaría el inicio de los escritores mayores de Caldas, es decir, de los escritores que hoy por hoy gozan del prestigio literario nacional y que consolida a Manizales hace 20 años dentro de la alta literatura nacional.
Han pasado 50 años y la importancia de esta novela aumenta por ser la primera novela existencialista de Caldas. He escrito sobre su autor y su obra varias veces y quiero recordar al crítico Roberto Vélez Correa cuando en su libro Literatura de Caldas 1967-1997 dice: “Suicidio por reflexión, representa para el entramado cultural y narrativo de Manizales, un hito, la narración en primera persona devela el angustiante universo de su protagonista que parte de los más humildes oficios hasta el encumbramiento moral de la toma de conciencia del adulto, no sin antes la voz desgarrase de rabia y de miseria. […] En Suicidio por reflexión aparece la incorporación del paisaje natural, con toda tu brutalidad urbana, al interior del narrador, en una toma de conciencia de los objetos y las situaciones que recuerdan brevemente los principios del existencialismo sartreano”.
Es un hito porque indudablemente desde su aparición se abre las nuevas posibilidades narrativas en Caldas, casi como un acto fundacional esta novela nos arroja a las más actuales tendencias de la narrativa de la segunda mitad del siglo XX.
*Escritor. Promotor de lectura y escritura creativa.
Conrado Alzate Valencia*
El 5 de junio de 1967, en Buenos Aires, Argentina, fue publicada por la Editorial Suramericana, Cien años de soledad, de nuestro Nobel de Literatura Gabriel García Márquez. Ese mismo año, salió a la luz pública Suicidio por reflexión o la historia de Óscar Olivares… del escritor caldense Adalberto Agudelo Duque, quien apenas contaba con 24 años de edad.
Suicidio por reflexión es una novela sobre Manizales, altamente filosófica, con cierto estoicismo y de carácter existencialista por los sentimientos básicos que contienen sus páginas, comunes a esta corriente como son: la angustia, la soledad, la frustración, el absurdo, la nada y la muerte; temas manejados por los filósofos Soren Kierkegaard, Friedrich Nietzsche, Jean Paul Sartre y Emil Cioran. En este espléndido monólogo sobresalen asimismo aspectos que pertenecen al campo de la psicología evolutiva.
Conceptos sobre la obra
Sobre esta obra literaria, el escritor Roberto Vélez Correa, en Literatura de Caldas 1967- 1997: historia crítica, nos proporciona el siguiente análisis: “En la ficción de Adalberto Agudelo Duque (Manizales, 1943), la narración en primera persona devela el angustiado universo de su protagonista, que parte de los más humildes oficios hasta el encumbramiento moral de la toma de conciencia del adulto, no sin antes la voz desgarrarse de rabia y miseria. Tras las peripecias del personaje, una especie de Lázaro a la criolla, está el telón de fondo de la ciudad, quizás de la misma ciudad de Manizales, sobre cuyo lomo desarrolla el protagonista sus etapas de maduración”.
Posteriormente, Vélez Correa, puntualiza: “La prosa poética y las digresiones filosóficas, junto a la ironía anticipatoria difícilmente conjugada en un narrador personaje que cuenta su propia historia, conforman una novela que al igual que Óscar Olivares con el anuncio de su fin, vaticina la consolidación del ambicioso escritor que en Adalberto Agudelo Duque encarnará años después”.
Algunos apartes
Y si Abajo en la 31, es una historia feliz de la niñez, Suicidio por reflexión es lo contrario; es decir un relato de la infancia perdida, un viaje a un paraíso desecado, sin felicidad. Suicidio por reflexión es también una metamorfosis sicológica, pues mientras las penas y la impotencia contribuyen a devastar sin misericordia el alma, el protagonista crece en pensamientos, en lírica, en metáforas que luego examinaremos con detenimiento:
“Hoy es domingo. Lo sé a pesar de saber que para mí no existe el tiempo. Ni el espacio. Ni los nombres dulces con que el género humano bautizó las cosas simples para deleitarse y matar el tiempo sin saber que el hombre era el muerto por el tiempo”.
“Mi sonrisa se acerca y mi perro tiene miedo de mi sonrisa”.
“Llueve. Las gotas de orines de ángel, chocan y rebotan contra el frío pavimento de la calle”.
Reflejo de un mundo pequeño
Mientras en el realismo mágico de Cien años de soledad, Remedios, la bella, sube al cielo sobre sábanas empujadas por un viento inusitado; la ficción de Suicidio por reflexión es capaz de hacer danzar la catedral en el aire. Oigamos a Gabo: “Remedios, la bella, empezaba a elevarse. Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria”. Ahora escuchemos a Agudelo Duque: “Con la iglesia que danza en el aire al compás de una música desconocida”.
Estas prosas son más que una novela, son una serie de historias que recrean el mundo pequeño de Óscar Olivares, un niño pobre, angustiado, sin esperanza ni fe, quien recorre las calles y los barrios de Manizales, voceando y vendiendo periódicos, meditando constantemente la vida, la muerte y el suicidio. Y más aún, Óscar Olivares es un inocente perdido en un bosque oscuro, temeroso de las pesadillas, del hambre, de estar perdido, de los hombres, de los castigos de su maestra; en fin, de este mundo perverso y cruel.
Cabe señalar que esta clase de relatos, nos conmueven profundamente porque nos remiten a nuestra infancia y nos recuerdan nuestras carencias y nuestros miedos. Al autor de estas líneas lo asustaban por ejemplo las nubes monstruosas que formaba el cielo en la noche, los gritos de los pájaros nocturnos, los sonidos misteriosos del río, los castigos de la maestra de matemáticas, el rostro severo de su padre y los sermones frecuentes de una madre esquizofrénica.
Los personajes
Otros personajes menores son: la calle y la acera, donde Óscar Olivares pasa sus primeros años; la ciudad; el tren o monstruo metálico; su madre; sus hermanas; sus hermanos; el perro amado, que muere bajo las ruedas del tren y la vecinita, una niña tierna, quien fue atropellada por un auto sin frenos. La partida de estos dos últimos seres, generan un daño irreparable, pues el protagonista jamás podrá olvidar sus muertos.
Óscar Olivares, en definitiva, es un personaje en constante ebullición anímica, un habitante del no ser y del silencio, un poseso de la muerte, agobiado por los recuerdos dolorosos, quien discurre por este “mundo de perros”, acumulando rencores y motivos para el suicidio:
“Y yo no cumplo ninguna función porque soy un olvidado de Dios y de los hombres y del mundo. Para nadie soy el escogido, el único, y eso es bastante para querer morir”.
“No quiero seguir vistiendo estos músculos y estos huesos”.
“Eso quiere decir que empiezo a desvestirme y que llego velozmente al final de mi experiencia”.
***
Por último, comentemos a guisa de información que, no obstante, a que Suicidio por reflexión ha sido leída con fruición, llevada al teatro y hasta estudiada como texto de sicología, la crítica literaria no ha realizado una valoración amplia y justa. Un buen homenaje a Adalberto Agudelo Duque, en los cincuenta años de la publicación de esta obra, podría ser una nueva edición, pues ya es difícil hallar un ejemplar en las librerías. Este hecho editorial, sería sin lugar a dudas, un magnífico regalo para la cultura de Caldas y el país.
*Escritor e historiador.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015