Álvaro Gärtner*
El compositor sueco Franz Berwald (1796-1868) debió laborar como violinista, editar un periódico musical, fundar un instituto ortopédico, gerenciar una fábrica de vidrio, dirigir un aserradero y escribir en la prensa. Hay quienes dicen que, por ser un fracasado sin trabajo estable, no sorprende que su música sea mala, que no lo es.
Muchas grandes composiciones vieron la luz en circunstancias adversas: en 1718, Christian Ludwig margrave de Brandenburgo encargó a Bach alguna obra y éste le envió Seis conciertos para diversos instrumentos, que al noble no le parecieron dignos de su colección y fueron vendidos por cualquier suma. Hoy Ludwig solo es recordado por la dedicatoria de los Conciertos Brandeburgueses.
Cuando Beethoven llegó a Viena hacia 1792, unos 300 pianistas se disputaban seis mil estudiantes de piano que había. Aunque obtuvo el favor de la aristocracia, porque los virtuosos eran considerados como rarezas y no artistas, y los niños prodigio eran exhibidos con malabaristas y acróbatas, le obsesionaba el “deseo de avergonzar” a sus rivales, pues temía que alguno copiara “las peculiaridades de mi estilo y me las escamotee apropiándose de ellas orgullosamente”.
Además, era desorganizado: a punto de estrenarse como solista con el Concierto n° 2 para piano, no tenía partitura. El primer movimiento lo escribió dos días antes, en medio de un cólico que un médico trataba de calmar, mientras cuatro copistas aguardaban las notas. El primer ensayo fue la víspera y descubrió que el piano estaba afinado en un tono más bajo, pero tocó tal y como había compuesto la obra. Sin embargo, quedó inconforme.
En 1803, organizó un concierto en beneficio propio, pero los mejores músicos trabajaban en otro teatro y debió conseguirlos regularcitos. Para variar, la composición estaba inconclusa. El único ensayo empezó a las 8:00 a.m. y a las 3:00 p.m. estaban hambrientos y enojados. El príncipe Lichnowsky salvó la situación invitándolos a almorzar. No obstante, la función empezó a la hora anunciada, con Beethoven como director y solista de piano. Como de una pieza no tenía partitura, tocó los solos de memoria, divirtiéndose disimuladamente con el nerviosismo de la orquesta.
Rachmaninov era depresivo y dipsómano, lo cual retrasaba la composición del Concierto n° 2 para piano. Se puso en manos de un siquiatra hipnotista, quien cada día repetía: “Compondrá con gran facilidad”. Así obtuvo su primer triunfo y dejó de beber, pero no curó la depresión.
Mozart era un bromista pesado que se ensañó con su amigo y solista de corno, Ignaz Leutgeb, para quien compuso conciertos estupendos: “Nunca me puedo resistir a ponerlo en ridículo”, decía. El K407 está lleno de chanzas en la distribución de los instrumentos y la orquestación. El K495 lo escribió con tintas roja, azul, verde y negra para confundirlo y al final hizo una caricatura del músico. El K417 lo dedicó: “Mozart se apiadó de este asno, buey y tonto de Leutgeb”.
*Periodista.
El nombre sí importa
Algunas grandes composiciones son conocidas con títulos dados por otros: la Sinfonía Júpiter de Mozart fue bautizada por un empresario musical. La Sonata Kreutzer lleva el nombre de un violinista y la Waldstein, ambas de Beethoven, el apellido de un noble que lo recomendó.
El origen de las Variaciones Goldberg de Bach es simple: fueron encargadas por el conde Kayserling para curar su insomnio y Goldberg era el clavecinista que las interpretaba para dormirlo. Ricercar es una fuga de Bach, cuyo título es el acróstico de la dedicatoria a Federico II de Prusia: Regis Iussu Cantio et Reliquia Canonica Arte Resoluta (“Por mandato del rey, el tema y otras piezas desarrolladas en el arte canónico”).
La Sinfonía 96 de Haydn (1752-1809) es llamada Milagro, pues cuando el público se lanzó a ovacionarlo, provocó la caída de una enorme lámpara, sin herir a nadie. El hecho ocurrió en el estreno de la 102 y no se sabe por qué terminó designando aquella.
Pasiones y amores prohibidos
Cuando Berlioz ganó el Premio Roma, que aseguraba su futuro como compositor y le permitiría casarse con una pianista, se negaba a dejar París por temor a perderla. Poco después ésta se comprometió con un fabricante de pianos. Enfurecido, se disfrazó de sirvienta para regresar a matarlos y luego suicidarse. En Niza desistió de la idea y mejor compuso la obertura El rey Lear y luego la de El corsario, que no pudo terminar porque lo deportó la policía francesa, sospechoso de espiar para Italia.
Con otra suerte corrió Mahler, quien iba casi todos los días a casa de su amigo el barón Karl von Weber, pues tenía amores con su esposa. Una vez fue a medianoche para dar a conocer un fragmento de su primera sinfonía y aseguró que “los tres nos sentíamos felices y animados. Luego salimos juntos, llenos de felicidad”. El noble trataba de ignorar la situación, hasta cuando estalló en un tren, provocando una balacera de la cual nadie salió herido.
Chaikovski se casó con una mujer cuya sola meta era ser su esposa y él contrajo para ocultar su homosexualidad. Aguantó nueve semanas. Mientras componía la Sinfonía Patética, hizo amistad con un joven noble; su tío se quejó al zar y el fiscal del Estado, quien había estudiado con el compositor, para evitar un escándalo convocó un tribunal de honor conformado por condiscípulos que exigió a Chaikovski suicidarse y anunciar que había muerto de cólera.
Foto Tomada de goo.gl/K9WJUr/Papel Salmón
Sergéi Rachmaninov ha sido relegado por algunos historiadores al papel de simple epígono del romanticismo.
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