José Miguel Alzate*
Escribir es tener la intuición de que con la palabra se pueden construir historias que despierten asombro. Lo que todo escritor busca cuando se sienta frente a la pantalla del computador para exorcizar sus fantasmas es transmitirle emoción al lector a través de un lenguaje manejado con destreza narrativa. Las historias que el autor narra, sean reales o ficticias, deben mantener en vilo la atención de quien tiene en sus manos el libro. Lograr que el lector viva el relato como si estuviera descubriendo un mundo, que se mantenga vivo el interés por la historia narrada, que la vista no se levante de la página, son trucos literarios que deben dominarse en el arte de escribir. Para alcanzar esta hazaña se debe tener, además de una excelente imaginación, un buen manejo de los recursos narrativos.
En los cuentos que Jorge Ancízar Mejía recoge en “Tres cartas bajo el puente” está implícita esa preocupación del escritor por llegarle al lector con historias que despierten su atención desde la primera línea. El relato que abre el libro tiene la fuerza narrativa suficiente para convertir a ese que Raymond Williams llama el lector ficticio en un sujeto pasivo que vive la historia con la misma intensidad con que el autor la narra. Ese hombre que abandona su solar nativo para aventurarse por una selva enmarañada en busca de un espacio donde establecerse es un personaje que logra meterse en el alma del lector por las cosas sorprendentes que le toca vivir durante su travesía por montañas inhóspitas, donde en la noche sólo se siente el sonido del viento cuando mece la vegetación.
Un cuento con connotación histórica
El cuento “El sargento” es una ficción sobre un hecho histórico en la vida del pueblo donde transcurrió la infancia del autor, el municipio de Aranzazu, en el departamento de Caldas. Buenaventura Escobar fue el nombre del sargento que Jorge Ancízar Mejía toma como personaje de la historia narrada. Este fue un oficial que luchó al lado del general José María Córdoba en la batalla de El Santuario. Se estableció en los terrenos que hoy ocupa el poblado caldense antes de que se iniciara el proceso de colonización antioqueña que hizo posible la fundación de pueblos. Cuando los colonizadores llegaron el oficial ya se había afincado en estos parajes, exactamente en el sitio por donde cruzaba una quebrada de aguas cristalinas que luego se llamó El guarango.
Que me detenga en este cuento no quiere decir que las demás historias narradas por Jorge Ancízar Mejía sean menos interesantes. Lo que sucede es que es un relato que tiene connotación histórica. Recrea, con excelente imaginación, el viaje del personaje por una jungla en busca del tesoro del Cacique Pipintá. Pero lo único que se encuentra es un espanto. Cuando avanza, se le aparece una enorme serpiente que se trepa por un árbol, y cuando se espera que aparezca la cola lo que muestra es otra cabeza en el otro extremo. Una luz que se enciende de pronto, le muestra un cuerpo que brilla. El sargento cree que es el espanto del mariscal Jorge Robledo. Asustado, cierra los ojos y, al abrirlos de nuevo, comprueba que “ya no hay nada en la alfombra de hojas secas”.
Con aroma campesino
En un ensayo sobre cómo es el proceso para escribir un cuento, Raymond Caiver dice que lo esencial para un escritor es madurar en el cerebro la historia antes de verterla sobre el papel. Señala que el cuentista necesita de un lenguaje claro para construir una historia creíble, dándole consistencia verbal al texto, de manera que el argumento sea convincente. En este sentido, es necesario decir que las ficciones de Jorge Ancízar Mejía reúnen los elementos requeridos para hilvanar una buena historia: claridad en el lenguaje, consistencia de los personajes, sustento histórico, recurso anecdótico, descripción del paisaje y fluidez narrativa. A esto debe sumársele que sus cuentos tienen lo que exigía James Joyce: nudo, desarrollo y desenlace.
Los cuentos que se reúnen en “Tres cartas bajo el puente” tienen una característica: su aroma campesino. Solamente el último, “La ‘lotto’”, un relato donde un colombiano que vive en Estados Unidos, indocumentado, se gana ochenta millones de dólares que no puede cobrar, se aparta del estilo costumbrista. Los demás son narraciones donde el escritor que es Jorge Ancízar Mejía despliega sus conocimientos sobre la vida en el campo, con sus costumbres, con sus tradiciones, con sus principios católicos, para crear historias con consistencia argumental. “El ‘estrén’”, “Merienda de medianoche”, “Tres cartas bajo el puente”, “La casa de tapias”, “Jaime ‘el traqueto’”, “El asunto”, “El primer policía” y “El yerno” conservan ese aire costumbrista que tienen los mejores cuentos de Tomas Carrasquilla o de Rafael Arango Villegas.
El amor que surge cuando un recolector de café ayuda a cortar la leña para el fogón, el dinero mal habido del hijo de un campesino que se volvió mafioso, el despertar de la pasión en una mujer casada que quiere tener un hijo, la preocupación de un sembrador de café por estar bien vestido en Semana Santa, los planchazos con un machete del padre a la hija para que deje de ser altanera, las reuniones en el hogar a la luz de una vela, la presencia de Dios como expresión de fe y los lazos de sangre que tres indigentes descubren entre ellos después de leer unas cartas son los argumentos de los cuentos que, con destreza narrativa y buen lenguaje, incluye en este libro revelador de su talento literario Jorge Ancízar Mejía.
Los temas que preocupan al autor de este libro son los que hablan de la cotidianidad en el campo. El amor que se entrega sin pensar en una traición, la angustia que carcome los tejidos del alma, el abandono de la tierra en busca de un dorado incierto, los agüeros que son tradición de la cultura antioqueña, los acendrados principios cristianos y las rústicas viviendas de bahareque hacen parte del entramado argumental de unos cuentos construidos con la argamasa de la ruralía. Estas son narraciones donde el bramido de las vacas se confunde con el ladrido de los perros en las tardes en que el sol cae perpendicular sobre los sembrados. Se revela en “Tres cartas bajo el puente” un cuentista lúcido, con una prosa limpia, que sabe experimentar en técnicas narrativas.
*Historiador.
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