
Jorge Abel Carmona Morales*
Hemos visto películas en que los héroes americanos se convierten en los protagonistas de historias, algunas adaptadas de obras literarias, otras originales, hechas a la medida de los ideales políticos de los directores que las llevan a la pantalla. Clint Eastwood, continúa esa serie de modismos, iniciada desde los mismos orígenes del cine estadounidense. Los años dorados de esa industria, tan prolífica para “la utilería técnica” del cine mundial, dieron cineastas tan importantes como Frank Capra que hizo su famosa “El caballero sin espada”, protagonizada por el gran James Stewart; Sidney Lumet que construyó la magnífica “12 hombres en fuga”, protagonizada por Henry Fonda, y “Sérpico”, interpretada por AlPacino.
El otrora actor de tantos títulos célebres por su popularidad que después decidió actuar, producir y dirigir sus propias películas, llegó con su última obra llamada “Sully”, luego de otros filmes que también propendieron por ensalzar a aquellos hombres que se imponen por encima de las circunstancias como “El gran Torino” o “Francotirador”.
De esas obras mencionadas todavía se aprecia un tremendismo de la imagen que va más allá del efectismo de la trama, para lograr su cometido en el gran público, no obstante, sus inmensas posibilidades estéticas, como siempre hemos visto en la cinematografía del director californiano. Su talante republicano, es quizá el principal motor de una propuesta sólida, con apuestas jugadas en favor de los héroes americanos tan funcionales a la recuperación o al mantenimiento del nacionalismo. En sus obras, Eastwood, muestra discursos pronunciados por varios de sus personajes, con esos enconados acentos y con esas proxemias seguras de que se defienden ideas en favor de causas políticas legítimas, patrocinadas por el colectivo.
Una decisión heróica
Chesley Sullenberger llamado “Sully” es otro de esos héroes que se dedican a realizar una actividad con estimación social. Sus años de trabajo intenso y en silencio, se ven perturbados por una circunstancia de la cual solo el destino tiene la palabra para cambiar la vida de aquel. El éxito o la fama son tan azarosos como puede ser un accidente aeronáutico. Ese es el caso, un día de frío intenso, sobrevolando un cielo plagado de aves en el invierno de Nueva York, donde 155 personas esperan tener un viaje tranquilo, para dirigirse finalmente a casa. De súbito se anuncia una emergencia y el piloto avezado toma una decisión temeraria, la de amerizar en las gélidas aguas del río Hudson. Extrañamente, todas las personas que se encontraban en el interior del Airbus, salen ilesas, luego de una maniobra tan rara, pero a la vez tan creativa.
Pero hasta allí, todo parece una hazaña digna de resaltar en los principales diarios y medios televisivos. Otro héroe americano bendecido por la grandeza de Dios ha permitido salvar las vidas de cientos de personas. Nadie se imagina siquiera que se podría fraguar una investigación en contra del piloto, en lugar de reconocer su trabajo.
La película, narrada con distintos flashbacks para mostrar la maniobra aeronáutica de acuerdo con las intenciones del autor, es una suma de miradas hermenéuticas que requieren enfatizar el accidente, para contrastar la segunda parte de la obra que tiene como objetivo mostrar la defensa del piloto frente a las autoridades de aviación, convocadas por las aseguradoras. La sobriedad de la narración busca destacar la enorme valentía de un hombre anónimo, que tiene una vida particular, como si lo ordinario también fuese una forma de heroísmo en una sociedad en que sus ciudadanos se sienten los dueños del mundo.
El director y el protagonista
Eastwood, se encarga de “humanizar” al hombre que se convirtió en una celebridad, con el fin de reivindicar el nombre de alguien, vapuleado por el mismo poder. Ante las atrocidades de los leviatanes norteamericanos, los individuos, son los estandartes de las libertades, defendidas por las colectividades. Ese garantismo estético que ofrece este director, es la adaptación cinematográfica de una autobiografía, declaración de principios del honor de un hombre que, por su edad y por su pericia, es digno de credibilidad. De sus visiones esquizofrénicas, se destaca la fragilidad de una persona sometida a una gran presión. La película se centra la noche anterior al juicio al cual es sometido aquel padre y esposo ejemplar representado por el gran actor californiano.
Su interpretación es quizá, una continuación de ese papel que desempeña en “El puente de los espías” de Steven Spielberg. Se ve una clara resignificación histriónica que viene presentándose en los últimos años, por el paso de los años. Este cambio de actitud, obviamente también se debe a las características de los personajes que viene representando. Pero la versatilidad de Hanks, cuadra perfectamente con la seriedad y la sobriedad que inspiran tranquilidad en los espectadores. La ecuanimidad de “Sully” aflora magistralmente en el momento de la defensa, sentado ante el tribunal. Es ahí donde la sobriedad se nota con más alta intensidad. Allí la película se eleva aún más cuando la calidad de los diálogos alcanza su esplendor. La historia va fluyendo en un ritmo sostenido, con las pausas adecuadas dadas por los interludios interiores de los estados emocionales del piloto, hasta que las mismas palabras desarrollan el desenlace. La película no es para nada predecible. El inicio del filme con el accidente no avizora posibles caminos. Las dudas de las actuaciones del piloto tampoco. El final es la sucesión lógica que la trama se encarga de construir a lo largo del largometraje.
A sus 86 años Clint Eastwood sigue fiel a sus principios políticos que se encarga de defender estéticamente. “Sully” es una buena obra que lo mantiene en la cima de los autores audiovisuales más importantes del planeta.
*Antropólogo. Magister en Filosofía U. de Caldas.
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