Jorge Abel Carmona Morales*
Luego de su “Código enigma”, el director inglés Morten Tyldum viene con una película de ciencia ficción llamada “Pasajeros”, un drama que habla del azar, de Dios, del amor y de la inmortalidad. Las interpretaciones vienen a cargo de dos estrellas cinematográficas de la actualidad: Jennifer Lawrence y Chris Pratt.
Las expectativas generadas por esta obra se sustentan en esa larga serie de películas que pretenden ofrecer excusas para la reflexión o alternativas de explicación sobre ciertas incertidumbres humanas que se encuentran en el centro de las preocupaciones de miles de generaciones que han visto insatisfechas la curiosidad y las ansias de tener respuestas ante las inquietudes que suscita la existencia.
La ciencia ficción es una de las posibilidades de exploración de los hombres y las mujeres que ven en la violación de esos límites físicos impuestos por las fronteras terrestres a los deseos de salir de una ruptura con especie de cápsula en la que se encuentran. Dos buenos filmes como “Interestellar” y “Rescate en Marte”, recuperan ese sueño, a veces silenciado por el tiempo, de hallar paliativos ante la desesperación que genera la inmensidad del universo. Ellos recuperan esos relatos de náufragos atrapados en medio de una naturaleza desolada, que parece más una amenaza que una posibilidad. De las sin salidas en las que se vé inmerso Robinson Crusoe, estos individuos investidos con trajes espaciales, retoman viejas formas de sobrevivencia, se sobreponen a la adversidad y sacan a relucir ese sentimiento de obstinación tan humano y que forma parte de esa sustancialidad por la cual los hombres hemos logrado cierta identidad a lo largo de la historia.
Decisión trascendental
“Pasajeros” cuenta la historia de un hombre y una mujer que son despertados de un largo sueño que debería durar 120 años, en los cuales un grupo de cinco mil personas se dirige a un nuevo hogar en los confines del espacio. De esta vigilia abrupta se desprenden varios dilemas que conforman las exposiciones éticas de la película. En primer lugar, el hombre, mecánico de profesión, despierta de un sueño que ha sostenido por más de 29 años, sin conocer las causas de ese hecho pero sorprendido por una elección que a él le parece azarosa. Luego de un año, aferrado a la idea de encontrar la forma para regresar al estado de sueño en que se encontraba, decide despertar a una mujer, bonita e inteligente, aparentemente llena de cualidades atractivas para él. ¿Qué derecho tiene él de interrumpir el sueño de alguien solamente para cumplir con sus deseos egoístas de encontrar compañía en esa nave solitaria en medio del universo? La felicidad o el alivio del dolor individuales, en este caso pasan por violentar la libertad de alguien que ha tomado una decisión fundamental.
El cambio de vida que supone olvidar el pasado para sumergirse en una nueva experiencia que atraviesa todos los límites de la felicidad para adentrarse en algo insospechado, en algo que habrá de añadir zozobra o paliar los antiguos sufrimientos, parece estar blindado a cualquier interferencia. Ese miedo a lo desconocido yace entre los límites de una decisión trascendental para una persona que rebasa las seguridades que la ciencia le puede ofrecer. Pero aquí ese dilema ético parece estar resuelto por la autorregulación vital que la existencia demanda. Si en esa falla que presenta el sistema de la nave, estos dos individuos no hubieran despertado, la seguridad de conco mil personas se hubiera venido al traste. ¿Dios?¿La fortuna?¿Una inteligencia universal protectora? Lo cierto es, que ante la duda de los hechos, los juicios positivos o negativos sobre el rumbo individual y colectivo de la vida, siempre suscitarán distintas especulaciones. Aferrarse al amparo de un ser superior, ha sido una actitud recurrente que ha dado para la creación y la conservación de miles de religiones. Ese depósito de nuestras vidas en los brazos de Dios, tiene inserta la duda de un tiempo anterior del que es imposible calcular sus circunstancias. Quizás los hombres estamos acá en la tierra porque, en un tiempo, del cual no se ha tenido experiencia personal, hubo algo o alguien que cuidó de nosotros sin habérselo pedido.
El amor como salvamento
Nada surge por azar. O acaso, la materia se ha venido convirtiendo en una fábrica de conciencia inteligente que tiene como último fin la organización autoconsciente que sería capaz de generar las condiciones suficientes para proteger aquello que se circunscribe en las márgenes de su propia existencia. La suerte tendría conciencia. La fortuna tan sólo es una autoconciencia organizada que guía cualquiera función que las estructuras proyectan. Por eso los dos pasajeros reciben al capitán de la nave para que les entregue su código de manejo. Sin éste, la pareja no hubiera sobrevivido a la falla del sistema. El amor que surge entre el hombre y la mujer, sería un afecto necesario que tendría como objetivo estrechar vínculos que permitieran salvar a los pasajeros de aquella estructura viajera.
El autor de la película insinúa que los sentimientos son hechos necesarios pero funcionales a la conservación de la vida. Esos misterios que tienen las relaciones humanas son estratagemas que la evolución biológica ha construido a lo largo del tiempo como una garantía de seguridad. No obstante, la ecuación también se puede leer al revés. Los largos y complejos procesos de evolución biológica son garantes de un cúmulo de sentimientos que han perdurado desde tiempos inmemoriales. La humanidad sería la intérprete de esos desvaríos emocionales que se desprenden de una gran autoconciencia emocional.
FICHA TÉCNICA
País: Estados Unidos
Director: Morten Tyldum
Guión: Jon Spaihts
Música: Thomas Newman
Fotografía: Rodrigo Prieto
Reparto: Jennifer Lawrence, Chris Pratt, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy Garcia, Inder Kumar, Jamie Soricelli, Vince Foster, Julee Cerda, Robert Larriviere, Barbara Jones
Género: Ciencia ficción
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