
Jorge Abel Carmona Morales*
Lastimosamente la vida de un director como Pier Paolo Pasolini ha sido una excusa recurrente para deformaciones, para exposiciones arbitrarias y para disertaciones estéticas poco profundas. El mundo ha conocido tan poco a un hombre y al mismo tiempo lo ha mencionado tanto que todo lo que pueda decirse de aquel, todavía transita en la plena oscuridad. Ni siquiera la sensibilidad italiana, quizás la más lograda del campo artístico, ha tenido el tono suficiente para definir acertadamente los contornos visibles e invisibles de la personalidad del director más polémico y más diverso que ha tenido ese país europeo.
La obra de Pasolini es a la vez el compendio y la profundidad. De sus trabajos literarios no queda duda alguna de ese estilo oscuro pero cargado de ideas expuestas con sobrada pasión. Sus ensayos sobre arte, constituyen un conjunto de posturas llenas de tinte político. En ellos se combinan la agudeza de la razón mezclada con la exposición de sensaciones vertidas en sus comentarios que en muchos casos se pueden tildar de abstrusos. También, sus escritos cinematográficos avanzan un paso más en el ejercicio de la crítica porque sus apuntes tienen la intención de trascender el simple análisis de una u otra obra fílmica y busca construir un edificio enchapado de pequeños adornos en distintos lados para atravesarlo íntegramente.
La obra de Pasolini
La obra cinematográfica es algo más. Es un universo de proporciones inconcebibles para una sociedad que nunca estuvo preparada para comprender una propuesta audaz y duradera como la del director nacido en Bolonia en 1922.
Sus películas son legados imperecederos de un neorrealismo que siempre tuvo la intención de descubrir las paredes más íntimas del alma humana a través de cuadros en movimiento de hombres y mujeres que a uno, aun en este tiempo, puede encontrar en cualquier esquina. Pero ese neorrealismo está impregnado de un tinte maligno, como el ahondamiento de la realidad que va horadando el demonio mientras se adentra en las percepciones de un mundo humano que sigue propenso al mal.
De ese manto siniestro que se encuentra en la filmografía de Pasolini, se destacan situaciones que desnudan esa enorme fragilidad del hombre, capaz de sobreponerse a la adversidad que el bien le propone y descubre progresivamente nuevos contornos de esa realidad humana que sólo los poetas han podido descubrir suficientemente. Su cine puede definirse como un largo poema de marcos irregulares que se hunden irremediablemente en las oscuridades de la vida humana.
Un filme sobre el director italiano
Es eso precisamente, lo que otro director de sangre italiana intenta descubrir en este nuevo biopic sobre ese genio incomprendido. Pasolin se llama esa obra que recrea los últimos momentos de la vida del poeta. Esta pretensión le resta morbo a una vida cargada de pasiones encontradas que a la sociedad de la época no le vino bien. No haber centrado la obra en su tormentosa vida sexual, libra al director newyorkino de la presión que cargaba el hecho de oscurecer aún más la vida de aquel.
Por ello, que Ferrara, que conoce bien las márgenes italianas, haya enfocado su película en descubrir unas obsesiones sosegadas por el día a día de un hombre que leía todo el tiempo, que planificaba detalladamente su trabajo y que concedía parte de su tiempo a los medios, es un gran acierto, debido a que de ese modo se avanza en la humanización de alguien condenado por sus acciones poco ortodoxas para el momento histórico que tuvo que soportar.
El filme guarda un halo de nostalgia que el poeta se encarga de rutinizar por el trabajo metódico fuera de esos sensacionalismos que suscita una biografía escandalizada por la publicidad. Ese lado menos fatal, pero parte integrante de esa tragedia de sentirse dueño de ciertas obsesiones que solo la obra complace debido a que el público mayoritario se encargó de denostar sistemáticamente, es un homenaje a un ser que vivió su vida de manera original. Porque en muchos casos, las partes seleccionadas de aquellos personajes que llaman la atención brillan hacia adentro como un agujero negro que sigue tragándose la moral de una sociedad a pesar del transcurso del tiempo. Pasolini sigue intacto a través de su trabajo que la película de Ferrara se encarga de resaltar como una vida dedicada obsesivamente a la creación, en donde arroja todos esos demonios que le aprisionaron la vida.
Trabajo de actor
Pero una película tan arriesgada como la que nos deja Ferrara, solo tiene éxito por el trabajo de William Dafoe. Este actor, uno de los que mejor asume la interpretación de esos personajes desequilibrados, le imprime la serenidad que el papel le exige. Su caracterización es una suma de sobriedades que le dan, junto a esa fotografía lóbrega un luto merecido hacia un poeta que legó creaciones inmejorables en la cinematografía mundial.
Con las respuestas de Pasolini a las preguntas de Furio Colombo, asistimos a la exposición de motivos de un hombre reflexivo que ha revestido sus palabras de inmensa racionalidad. Esos tiempos muertos que muestran el rostro de Pasolini por una cámara estática contribuyen a aumentar esa tranquilidad de espíritu que se expresa con vigor en la construcción estética. Dafoe logra revertir esa imagen escandalosa que el público ha concebido a un universo normalizado por las planicies de la cotidianidad. Su presencia como uno de los mejores actores del campo cinematográfico actual rinde tributo al gran Pasolini.
Con este filme, Ferrara devuelve ese mucho de humanidad que la mirada del público llano ha convertido en un despliegue de ominosidad.
*Antropólogo. Magister en Filosofía. U. de Caldas.
Un homenaje a un ser que vivió su vida de manera original.
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