Los textos de historia que nos correspondieron a quienes pertenecemos a generaciones que estudiaban con libros, dan cuenta de añoranzas por tiempos en los que nuestros territorios fueron más grandes de lo que son hoy día. Tuvimos una Gran Colombia, que aún hoy sigue perdiendo territorio, así como tuvimos un Gran Caldas, fragmentado hoy por límites político-administrativos, pese a conservar sus identidades culturales y naturales.
Así mismo, como era el estilo de nuestros textos de historia, la mayoría de sus protagonistas nos fueron presentados como próceres, como grandes héroes a quienes sólo asistían los anhelos supremos del bien común y ante quienes sólo se interponía el infortunio. Casi ninguno de nuestros textos de historia hace referencia a sus intereses particulares, a sus enfrentamientos y conspiraciones, a las polarizaciones políticas de cada momento, en fin, a lo que fueron nuestros personajes históricos, antes que héroes, como seres humanos.
En el caso de la Gran Colombia, luego del sueño independentista y con una visión casi tan imperialista como la del régimen que lograron expulsar, nuestros próceres buscaron la integración territorial de lo que hoy son Venezuela, Colombia, Panamá y Ecuador. Sin embargo, pese a haber ensayado un régimen constitucionalista y luego uno dictatorial, ni siquiera Bolívar logró mantener con su imagen y liderazgo la comunión de territorios que albergaban grupos con aspiraciones diferentes, y que se empeñaron en mostrarse sus diferencias y en virtud de ellas las razones que tenían para no integrarse, en lugar de identificar en ellas los motivos para complementarse. En tal fragmentación, sin duda tuvo mucho que ver el propio empeño de Bolívar y su obstinación por el Centralismo, que marcaba inequidades políticas, económicas y sociales muy tempranas para un Estado en construcción.
A propósito de los hechos de aquel entonces, Jaime Jaramillo Uribe, en un texto compilado por Jorge Orlando Melo, escribió un capítulo titulado “Etapas y Sentido de la Historia de Colombia”, y en él señala: “La unión de los tres Estados no había sido nunca sólida por varios factores diferenciales como el desarrollo económico desigual y la falta de vías de comunicación entre las tres regiones, por lo cual la cohesión solo se mantuvo durante los años de la guerra gracias al prestigio y a la voluntad del Libertador”. Curiosamente, los factores a los que el autor atribuye la desintegración de la Gran Colombia, parecen vigentes incluso entre territorios de nuestra Colombia actual.
Así mismo, en el caso del Gran Caldas vivimos un caso similar, en el que las pugnas políticas y el marcado centralismo ejercido desde Manizales motivó el movimiento segregacionista que terminó fragmentándonos en 3 departamentos en la segunda mitad de la década de los 60. De nuevo la miopía de los gobernantes, su entendimiento del ejercicio del poder como el control total de todos los factores del desarrollo, y su comportamiento de estilo monárquico, como si gobernaran pequeñas villas que sólo tienen la obligación de tributar, deterioró las posibilidades de consolidar un territorio que por su ubicación, diversidad ecosistémica y riqueza cultural, estaba destinado a constituir una de las regiones más prósperas de Colombia, en medio del llamado “Triángulo de Oro” entre Bogotá, Medellín y Cali, pero que hubiese podido ser la cúspide de una pirámide con esos tres vértices, y no el espacio vacío que a veces parece ser respecto de las grandes decisiones de política de nuestro país.
El momento actual, con la normatividad que recientemente ha producido el país en materia de planificación y ordenamiento del territorio, puede ser la oportunidad de oro para revertir nuestros errores históricos y generar verdaderos procesos de integración y desarrollo territorial. El Magdalena Centro colombiano, al lado de otros territorios como la Región Caribe, los Santanderes, o el Tolima Grande, es quizá una de las zonas geográficas que más oportunidad tiene para consolidarse como territorio y generar una dinámica que revierta los efectos negativos que el centralismo nacional y departamental ha ocasionado en el desarrollo de infraestructura productiva y de comunicaciones, ordenamiento de las actividades comerciales, emprendimientos industriales y fortalecimiento institucional.
Las voluntades están puestas sobre la mesa, y como mejor evidencia aparecen los foros que se han empezado a realizar en La Dorada y Honda, pero incluso en esos espacios asoman rezagos de las mismas visiones centralistas, que en lugar de combatirse, muchas veces se replican. Con una nueva óptica, con un análisis más integral, con objetividad y desprevención a la hora de analizar los proyectos regionales, podremos encontrar la forma de aprovechar y convertir en oportunidad las nuevas propuestas que vienen desde el gobierno nacional, y las que nosotros mismos podemos gestar. El vaso está a la mitad, pero es un asunto nuestro verlo medio lleno o medio vacío.
Ándres Felipe Betancourt, PDP Magdalena Centro.
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