Nuestra generación de cincuentones ha tenido dos cuentas por pagar: la cuenta de un país en guerra durante medio siglo y la de un planeta en un proceso de degradación. Hemos luchado incansablemente durante más de 30 años y por fin podemos decirle a los jóvenes, niños y niñas que les entregamos un país en una transición al parecer irreversible hacia la paz.
Pero no podemos decir lo mismo del planeta. Toleramos un desarrollo depredador, basado en el consumo y hasta ahora solo hemos podido levantar la conciencia sobre la inminencia de transformaciones potencialmente desastrosas en el clima, firmando algunos compromisos para reducir la emisión de carbono que hasta ahora se han cumplido muy precariamente. Es más, algunas de las metas fueron sobrepasadas con más pena que gloria, como el límite de 400 ppm (partes por millón) de CO2 (dióxido de carbono) que se había definido como límite seguro para evitar las consecuencias del cambio climático.
¿Qué planeta le entregamos a nuestros hijos e hijas entonces? ¿Hay todavía alguna esperanza?
La presión ciudadana en todo el mundo está haciendo que los gobiernos busquen intensamente remplazos al petróleo, gas y carbón como fuentes de energía. Los países legislan contra el uso de las bolsas de plástico, promueven normas para favorecer el reciclaje de productos y castigan más severamente a las compañías contaminantes.
Las comunidades cada vez restringen más la adquisición de bienes suntuosos y prefieren productos locales que hayan gastado menos combustible para llegar de la granja de producción a sus mesas.
Pero el mayor optimismo deriva precisamente de estos jóvenes que escriben en este periódico, que muestran una clara conciencia ambiental y promueven acciones concretas como las adelantadas en Victoria para reducir el consumo de plástico, la participación juvenil en los foros sobre el tema minero-energético y las propuestas de educación ambiental que hacen algunos de nuestros columnistas.
Un cincuentón como yo siente menos pesar por el planeta que está dejando a los más jóvenes cuando constata que el trabajo adelantado desde los Programas de Desarrollo y Paz como el nuestro está posibilitando el surgimiento de un liderazgo juvenil vibrante, crítico y actuante.
Queremos apoyar estos esfuerzos porque el mundo que habitamos es responsabilidad de todos, pero será sobre todo la casa de los que están creciendo.
Javier Moncayo
Director Ejecutivo – PDPMC
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