No te imaginas el éxito que ha tenido este nuevo “patio” desde el día en que decidí escribir cosas poco serías y mal referenciadas. El número de lectores ha aumentado considerablemente y a diferencia de otras columnas, como la del Jesuita Viscardo, los “me gusta” ya son de dos dígitos. Sin embargo, hoy he decidido comentar una problemática bastante compleja que ha afectado nuestro gremio desde hace varias décadas y que según veo tiende a agudizarse.
En una entrevista realizada al Doctor Armando Martínez Garnica (http://www.youtube.com/watch?v=i9ZPBIrsFHU), reconocido historiador santandereano, salió a flote la siguiente afirmación: “…un buen profesor es aquel que ha investigado”. Su principal argumento es que al momento de trasmitir los resultados de la pesquisa el docente también puede mostrar su lado más humano, es decir, las emociones y peripecias, como diría Jacques Aprille en su último libro, que trae consigo el complicado trabajo de archivo. Esto lo convierte en guia o acompañante y no en una fuente exclusiva para extraer información.
Habiendo visto esta excelente entrevista tuve la oportunidad de escuchar personalmente a otros dos importantes historiadores del país. Ambos se han especializado en siglo XIX y su producción historiográfica es bien interesante. En consecuencia, y en dos escenarios distintos, ambos investigadores manifestaron la misma frustración respecto a la investigación y enseñanza de la Historia colombiana del siglo XX, la cual, desde su opinión y experiencia, es absolutamente intocable. Concluyendo que al trabajar XIX se evitan muchos problemas y pueden “tomarse la sopita tranquilos”.
Es una lástima escuchar este tipo de afirmaciones debido a la importancia que tiene en el presente la comprensión de nuestro “pasado reciente”. Marc Bloch afirmaba que “los exploradores del pasado no son hombre totalmente libres. El pasado es su tirano, y les prohíbe que sepan de él lo que él mismo no les entrega…” (Apología a la Historia, 1952, 50) lo que quiere decir que nuestro oficio de interpretación está supeditado a los límites que nos establecen las fuentes y el estado en el que se encuentran. Sin embargo, estamos frente a un caso diferente en el cual los investigadores no solo están sometidos a las limitaciones de su objeto de estudio sino también por el umbral de un contexto social y político que poco o nada quiere saber de su “experiencia pretérita en el tiempo”.
¿Cuántos de nuestros actuales problemas tienen sus orígenes en las coyunturas históricas del siglo XX? ¿Cómo comprender los recientes diálogos con las FARC sin investigar las causas y consecuencias del 9 de abril? ¿Cómo explicar los altos índices de criminalidad y delincuencia que agobian actualmente nuestras ciudades?
“Papá, explícame para qué sirve la historia” (Apología a la Historia, Fondo de Cultura Económica, 1952: 9)
¿Cómo olvidar esta pregunta del ya citado historiador francés y cómo hacer que el contexto nos permita, a los historiadores, responderla? Mientras el siglo XX no pueda ser objeto de estudio de quien lo desee, no podremos aclarar por qué la actual crisis cafetera tiene sus orígenes en aquel convulsionado y beligerante siglo. Mientras la izquierda y la derecha no comprendan que la base de la tolerancia parte del reconocimiento de nuestras diferencias, construidas históricamente, y que su enseñanza e “interrogación” son absolutamente necesarias para el “desarrollo” del país, tampoco podremos.
Requerimos de un Estado y unas Instituciones conocedoras de su Historia. Recordarán las palabras de Maquiavelo al Magnifico Lorenzo de Medicis: “Deseando yo dar a Vuestra Magnificencia una prueba de mi adhesión no he hallado entre las cosas que poseo ninguna que sea más querida y de la cual haga más aprecio que mi conocimiento de los negocios públicos, logrado por mi larga experiencia en otros tiempos y mi lectura continua de la historia antigua” (El Príncipe. Editorial Prensa Moderna, 1979:37)
Necesitamos una juventud que acepte la importancia de la imagen que cotidianamente ve en el billete de mil pesos y su relevancia en la comprensión del presente. Una juventud más crítica y menos criticona. Que reconozca y tolere la diferencia, la alteridad y sobre todo, la “interrogación científica de su pasado”. Como bien lo dijo el profesor Martínez en la entrevista que previamente referencio: “No solamente de pan vive el hombre. El hombre necesita también, permanentemente, sistemas de orientación en su propia vida y la Historia es uno de esos sistemas de orientación, que le permiten, a uno, entender que está haciendo en la sociedad determinada en la cual le toco vivir”.
Twitter: @lopez583
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