“Hacía mucho tiempo que no organizábamos aquel arbitrario país de la infancia; desde que las hijas crecieron y en el trajin de las oficinas cambiaron la música elemental de los caramillos pastoriles por el ritmo acelerado de la máquina de escribir”
En conversaciones con alguien que por lo general nunca está en sus cabales dos solicitudes surgieron para iniciar este post. En un principio me pidió que hablara de la Juan XXIII y la propuesta de Pedro Felipe Hoyos de convertirla en una “Universidad de la vida” – como si las existentes en la ciudad no fueran “de” y “para la vida”- y en un segundo momento - a propósito de la llegada de los tres Magos de Oriente- algo relacionado con “los pesebres navideños de aquellos tiempos”.
Comprenderá usted señor lector mi falta de coraje, pero como dice el gozo navideño, prefiero conservar “la prudencia que hace verdaderos sabios”.
“Y sí que eran buenos los pesebres navideños por aquellas épocas de la niñez”. Toda la familia era convocada en torno a dos complicadas tareas, la primera, mantener de pie a las ovejas en un pesebre armado en piso de tablilla y la segunda - como diría un conocido - la tediosa “operación intermitente”. El Aserrín, el polvo, las ovejas, la música, y un Manizales mucho más iluminado, conformaban la nostálgica esfera navideña de quienes alcanzamos a ver desde la ventana las resplandecientes caravanas de “Coca-Cola”.
Vino a mi mente algo que había leído hace algún tiempo y que me serviría para contarles a los lectores de que manera se hacían los pesebres navideños por aquellos tiempos del Manizales de 1950. Conservaba entre mis apuntes las palabras de una abuela nostálgica que criticaba con dulzura la apatía juvenil:
“Hacía mucho tiempo que no organizábamos aquel arbitrario país de la infancia; desde que las hijas crecieron y en el trajin de las oficinas cambiaron la música elemental de los caramillos pastoriles por el ritmo acelerado de la máquina de escribir, desde que frente a las calculadoras y a los Kárdex olvidaron esa ciencia sutil de fabricar cascadas con viruta de plata y trazar absurdas carreteras con aserrín ocre, desde que los hijos plantaron lejos del solar nativo la tienda hogareña, la costumbre amable del pesebre había dejado de ser la dulce obligación en este mes de diciembre”
“LA DULCE TRADICIÓN” fue el nombre de esta columna publicada en el diario LA PATRIA el viernes 15 de diciembre de 1950 por la poetisa Blanca Isaza de Jaramillo Meza. La distinguida escritora -inquieta por los nuevos materiales de las viviendas y los arboles- narró la construcción del pesebre navideño en compañía de sus nietos y la importancia de conservar esta costumbre por el bien de las familias, la tradición y la ciudad.
A continuación comparto con ustedes algunos fragmentos del “arbitrario país de la infancia” de la señora Isaza y de antemano los invito a leer el “Patio” del próximo viernes donde hablaremos de “Manizales su historia y su educación”.
“Compruebo que ahora es más fácil fabricar el pesebre; las casitas de cartón vienen ya hechas con sus ventanas randadas de enredaderas que tienen una escandalosa florescencia, con sus tejados de cartulina rizada, con sus puertas de sencilla arquitectura y sus chimeneas y sus barandales pintados de alegres tonos; las hay humildes, con solo dos ventanucas y una puerta exigua como para hacer con ellas las barriadas proletarias, y las hay lujosas, amplias, con muchas torreas y cornisas y terrazas y ventanales donde el papel cristal de la ilusión de las persianas modernas y en cuyo interior pueden colgarse las lámparas de colores de las bombillas diminutas; casas para los oligarcas, castillos para los poderosos, mansiones elegantes para los predilectos de la fortuna”
“Ya no tendremos que buscar helechos ni ramas de pino para la dulce mentira de los bosques; los árboles vienen hechos, recortados como los de los parques pueblerinos, con una fronda quieta de cabuya coloreada con anilinas que tienen toda la gama del verde desde el matiz elemental del trigo niño hasta el tono de jade de las araucarias: hemos adquirido una fina nevada de seda que haremos correr sobre los techos pajizos del portal y a lo largo de las artificiales arboledas; lo único que nos ha dado trabajo conseguir ha sido la estrella; ya no viene aquella sutil viruta brillante, aquel papel escarchado de cristal o espolvoreado de oro que tan lindo nos quedaba para el resplandor de la estrella de milagro”.
Twitter: @Lopez583
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