Por estos días he estado pensando que nos equivocamos con Orlando Sierra. Su cuerpo asesinado no debió ser llevado al cementerio como el de cualquier mortal. Los cuerpos de hombres como él deben ser donados a la ciencia. Estamos en mora de clonar sus características de valiente para denunciar, de corajudo para encarar a sus contradictores, de memorioso para no perder detalle, de intransigente ante la corrupción, de ejemplo de generaciones de periodistas, de genialidad para abordar temas complejos.
Esta idea ha crecido en mí, después de saber que en el Centro de Bioinformática y Biología Computacional, que se ubicará a un costado del disminuido Ecoparque Los Yarumos, la Administración municipal dispondrá de un rinconcito para mantener la biblioteca, en modalidad virtual, que lleva el nombre del maestro de "La escuela de La Patria".
De pronto, en ese especializado equipo puedan estudiar los tejidos epidérmicos de Orlando en busca ese matiz que lo hacía ver como un superhombre, tal como lo despidieron miles de caldenses por las calles de la ciudad.
Me atrevo a decir que en su estructura ósea podrían encontrar una armadura de algún material parecido al amadantio, esa estructura dura del X-Men, y en el que seguramente Orlando confiaba tanto que se sentía inmune a las balas sicariales. Tal vez encuentren un material desconocido que le impedía arrodillarse ante el poder, el político y el económico. No olvidar que también les rayó las espuelas a varios dirigentes gremiales de la región.
Una vez escribió contra un movimiento estudiantil que no parecía tener mayor sentido, de esos en los que se pelea contra el imperialismo americano, por las matrículas caras, por la extracción de los recursos naturales, por el rector que no los satisface, por la politiquería, por todo. Es decir, lo mismo de ahora, pero sin redes sociales.
Los jóvenes llegaron a gritar consignas contra La Patria. Estaban allí los cientos de manifestantes cuando llegó Orlando a la misma esquina en la que un sicario le disparó el 30 de enero del 2002 y desde allí enfrentó sin arrugarse a los líderes de la manifestación. Les expuso sus opiniones, ellos le coreaban, y él ni se inmutó. Luego muy divertido contaba la anécdota.
La cobardía es epidemia en estas tierras, de eso no cabe duda. Por eso la fuerza de las balas se ha impuesto desde hace tantos años a la de las ideas. Tal vez si exhumaran el cadáver de Orlando y lo entregaran a la ciencia, podrían clonar esos poderes que parecen sobrenaturales y que lo convirtieron en héroe. Así se impediría que tantos aún se rindan genuflexos ante quienes imponen la dictadura del miedo.
A Orlando Sierra lo mataron por lo que escribía, y no hablo de sus poemas o de los buenos chistes y juegos de palabras que acompañaban sus columnas. Si alguien tiene duda, bien la puede dilucidar con una mirada a sus escritos o con una hojeada al expediente que se sigue por su asesinato.
Propongo que se exhume su cadáver. Que se investigue si tanta valentía no tenía algo de locura. Así les quedará más fácil a los interesados desviar la atención, y decir, como dicen tantos conformistas cómplices: "él se lo buscó". Claro, sufría de la locura de denunciar el pillaje político en una tierra en donde este abunda. No más impunidad, por favor.
*Esta columna se publicó en la revista Cereza de LA PATRIA el pasado 21 de septiembre.
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