Manizales 19 de agosto de 2021
Lucas Marín Aponte
“A medida que el tiempo transcurre, evidenciamos que al finalizar el tránsito por la existencia humana; el silencio, la ingratitud y el olvido, se convierten en los nuevos protagonistas. Aunque por fortuna, los artistas y los escritores, experimentan la inmortalidad con su obra por humilde que esta sea; ya que las palabras adquieren un tinte mágico, cuando se forjan con el alma, de la misma manera que lo hizo Álvaro Marín Ocampo. En este itinerario; quisimos otorgar un espacio a Ricardo, quien nos presenta a continuación, sentido homenaje en memoria de su hermano”.
EL ESCULTOR DE LA PALABRA
Por Ricardo Marín Ocampo
Las emociones no son nada si no se labra el material expresivo adecuado con ideas innovadoras que tejidas al discurso mágico de la realidad soñada van sin falta a la aventura de la perfección ideal, entrando en el terreno de la belleza; si no se labra con rigor lo dicho, se diluye en banalidad.
Ese era Álvaro enfrentado a la escritura: un baluarte de perfección que engalanaba bellamente la palabra, convirtiendo con soberbia, lo elemental en puro; un punto de inflexión ante lo irrelevante y manido. Lo sutil, en sus manos, adquiría con pasión amorosa las puntadas que transforman cualquier tema. Era uno de sus principios, la meticulosidad de quien asume el reto inmenso de crear hermosura. Sí, era el escultor respetuoso y absoluto del buen decir, donde cada idea adquiere el vuelo inusitado y maravilloso de la poesía.
Entroncado inequívocamente a una generación crítica de los valores heredados de sus mayores, hizo suyas todas las historias, renombrándolas, hasta convertirlas en hitos familiares, que hechos mitos removían el alma. Cuando se trataba de expresar el dolor, tomaba el camino místico que nos habla de lo inefable y tortuoso, que nos indaga con melancólica profundidad el fin de las palabras. Señalar, como lo era él mismo, con finura y elegancia, el mejor apunte, sorprendía por puntilloso su humor, que llenaba con galantería. Su talento natural lo llevó a rodearse en sus años más prósperos de los mejores amigos que se nutrieron y disfrutaron su capacidad arrolladora y creativa, generando prosperidad en todas sus actuaciones como profesional y cálido ser.
Cómo no apuntalar en estas líneas la desmesura de su amor tremendo por la madre, haciéndola protagonista a lo largo de los años en referente indoblegable ante las adversidades, convertida, con la palabra, en total configuración de la fortaleza. Depurando un arquetipo de plenitud y generosidad, que multiplicaba milagrosamente todo. Y, si algo faltara, este ser ya confundido con el todo, donde se agota y termina en silencio; está el norte trazado por el otro gran amor, el hijo querido, Alejandro, que haciendo acopio de valor y entereza, asumió finalmente ese deber apenas justo de mitigar con ternura y afecto el adiós a su gran padre.
¡Paz en la tumba, ya extrañado hermano!
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