POR FALTÓN
Se escabulló sigiloso mientras el tío y su mamá empezaban de nuevo con la cantaleta de cada uno, que repetían al tiempo y que lo exasperaba, más ahora que ya estaba grande y era todo un varón. En el barrio del norte de Manizales donde vivían, lo pusieron Paramuno, desde antes de que se vinieran de la vereda, cuando con frecuencia bajaban con el tío a donde esa vieja, –dizque doña Edit, como hay que decirle aunque sea desde hace tiempos la mujer del hombre ¡y de la casa!... la hijueputa esa; que le vive metiendo pendejadas en la cabeza; pero a mí si no es capaz de decirme nada de frente, porque sabe que no me le voy a aguantar la madriastradera, ni que se meta en mi vida... ¡las pelotas!–
Piensa en lo que supo la semana pasada, lo que le contó el tío sin que le hubiera preguntado, porque nunca había querido saber quién era su papá. Decía que le importaba un culo. Su madre lo había tanteado varias veces y la respuesta había sido siempre de disimulada indiferencia, como si de verdad no le importara. Pero cuando el tío se lo desembuchó de una, desde la mesa vecina donde bebía con los amigos en Las Delicias, se descompuso de tal manera que casi se vomita.
Desde hacía rato estaban echándose puyas, el tío desde su silla y Paramuno desde el billar donde tacaba con un par de pinticas. Hablándose duro, casi superando el estrépito de la música, como para que oyera todo el barrio y sin mirarse, como siempre: –Allá se quedó su mamá como una fiera, Mono. Yo no se cómo vamos a hacer, pero va a tocar conseguirle un marido, a ver si se calma...– Y soltaba la carcajada y palmeteaba a los amigos. –No hable güevonadas tío que Macita no necesita ningún marido. Lo que necesita es que se la desmonten usted y esa mujer–. –Ah, y de una vez un papá para usted....– Y otra carcajada. –Porque lo que fue el Sanbernardo ese nunca puso la cara...–. Ahí se transformó, se puso rojo como si se estuviera ahogando y le dio a la mesa con el taco tan violentamente que lo partió, y con la astilla en la mano se le enfrentó al tío por primera vez en la vida. –Dígame que eso no es verdad tío ¡no sea hijueputa!–.
***
Todo se le revuelve en la cabeza agitado por el trote de bajada por las calles del barrio populoso. Sigue el camino de siempre, hacia el parquecito de las escalas, donde se mantiene la gallada, a la que por fin entró después de aguantarse quién sabe cuántas, y de pasar las pruebas más verracas, que incluyeron la iniciación en prácticamente todos los vicios de la calle. No volvió al colegio desde que lo expulsaron por andar fumando en los descansos, y en la casa no saben todavía; mínimo lo sacan a patadas. Y hasta mejor, que por tenaz que sea la vida en la calle no va a ser peor que vivir con esa zorra dándoselas de mamá, sin ningún derecho, y con Macita como una sirvienta dejándose mandoniar de la malparida, y del tío, que en ese encoñe no ve las cosas como son...
Va resuelto a decirles que listo, que él también se apunta para lo del cruce al chancero, que ¡qué hijueputas!. Si no tiene nada que perder y lo que quiere es –...billete, llavecita, billete, para gastárselo a lo bien, para que le paren bolas a uno las peladas, para no tener que estarle mendigando al tío cada que necesite cualquier cosa... Billete para comprarse una moto y para volverse futbolista, o actor de telenovelas, que esos bacanes si la viven, y todo el mundo les come en la mano, y les sobran las viejas... Billete para comprarle un apartamento bien gallardo a la cucha, que harto se ha jodido mantequiándoles primero a los abuelos en el páramo, y ahora al tío y a esa perra... Billete para buscar al papá y quebrarlo por faltón–.
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