Fernando-Alonso Ramírez
LA PATRIA | Manizales
Se retrasó unos 10 minutos en llegar. La culpa es de la fama que obtuvo por cuenta de ganar el Premio de Novela publicada del Ministerio de Cultura hace un mes por Después y antes de Dios. Cuando iba por la carrera 23, por la que generalmente se desplaza, alguien lo detiene. Todos quieren felicitarlo o preguntarle algo.
Octavio Escobar es un escritor de trayectoria, pero no tan conocido. ¿Cómo es este trajín de la fama?
El Ministerio de Cultura se convenció de que a los autores a los que premia les debe hacer una campaña de prensa. Estas últimas semanas han sido vertiginosas, me han entrevistado de todas partes, pero también es un poco el morbo de que los finalistas del premio son escritores muy reconocidos, incluso en Latinoamérica. Se sorprenden de que un escritor de provincia haya publicado cuatro novelas en España, que hay posibilidad de que lo traduzcan. La mayoría de las personas piensa que eso no sucede si usted no vive en Bogotá y no lo publican las multinacionales del libro. Esta mezcla rara me favorece. Las últimas semanas, por supuesto, no solo esta novela, sino otros de mis libros han sido discutidos. La gente se acerca a ellos y espero que se dé cuenta de que hay un escritor que escribe con empeño, buscando la calidad y que puede ser interesante de leer.
Después y antes de Dios llama la atención por su trama en la parroquial Manizales, pero ganó por su trama macabra que se puede repetir en cualquier parte. ¿Ha sentido cierto estigma sobre los manizaleños?
A veces cuando me entrevistan lo siento. Hay tentación de unos periodistas en convertir la novela en un espejo de Manizales, y definitivamente frente a algunas personas no tenemos muy buena imagen. La novela describe con nombres de Manizales, sociedades cerradas donde la religión tiene un peso fuerte, donde los apellidos pesan. Sociedades que hay en todas partes. Eso se puede decir de ciertos círculos de la sociedad barranquillera, cartagenera o bogotana. A estos se les olvida que Bogotá está dividida en norte y sur. Si hay algo estratificado en este país es eso. Que lo que ocurrió en Manizales, porque la novela se basa en hechos reales, muestre una faceta de la sociedad manizaleña no quiere decir que no muestre la misma faceta de otras ciudades del mundo. Por eso la novela fue premiada en España.
PREMIOS
En el 2014 Después y antes de Dios obtuvo el premio a novela corta Ciudad de Barbastro, en España. Desde entonces la obra cobró notoriedad y ahora obtiene el premio del Ministerio de Cultura, que ratifica su calidad. "Me la leí en una sentada", le dijo a Octavio una estudiante que nos encontramos en el camino de regreso por la carrera 23.
Usted es escritor de corto aliento. ¿Ha pensado en escribir un mamotreto?
Es que soy tan mal lector de mamotretos que la posibilidad de escribir uno la veo lejana. Tengo un proyecto de una novela sobre médicos escritores que puede que sea un poquito más voluminosa, pero no estoy pensando en 600 páginas. Tal vez 350 o una cosa así.
Un mamotreto que no lo haya aburrido.
Hay varios. El Quijote. Con caídas, pero en general lo pude leer bastante bien. Rebeca, de Daphne du Maurier, que tiene una relación con Después y antes de Dios. Ulises la leí con una dificultad, pero la terminé. Los hermanos Karamazov, tremendo mamotreto, lo leí en la adolescencia y hay unas escenas que no se me olvidan. Guerra y paz no fui capaz de terminarla y tengo que confesar que no lo he intentado. Ah, y un mamotreto raro, Crónica de la intervención, de Juan García Ponce, novela erótica de 1.500 páginas a ocho puntos, y que me interesó de principio a fin.
ESTILO
En medio de la entrevista le suena el teléfono. El tono queda allí para dar cuenta de su gusto por el cine: la música de fondo es de Indiana Jones.
Los expertos en su obra dicen que usted tiene un lenguaje cinematográfico. ¿Eso cómo se logra?
En la época del cineclub estudiábamos la forma de las películas, y creo que los diálogos del cine han sido importantes para la evolución de mi obra, pero también ha influido en la técnica del cuento. La mayoría relaciona mucho la técnica del cine con la novela y es un error. La relación verdadera del cine es con el cuento, sus adaptaciones funcionan bien, y las adaptaciones de novela no funcionan tan bien. El cuento tiene ese sentido de economía, de sugerir más que de decir, tiene un número restringido de personajes de cuyas motivaciones se puede estar más o menos seguro. Es una maravilla para un guionista. En cambio con una novela llena de digresiones, ¿qué hace el guionista?, termina haciendo un cuento.
¿Es tal vez un estilo muy anglosajón?
Podríamos hablar un poco de la escuela norteamericana del cuento de los años 50 y 60 y de las sucesivas, es probable. Tiene mucho que ver con determinado cine, por ejemplo, con Hitchcock, un director que me gusta muchísimo. Tiene que ver con el lector que soy. Si me repiten mucho voy cerrando el libro. Salvo que tenga otro atractivo, no me gusta que me repitan las cosas.
Alguien definió un libro suyo como de estilo contenido. Lo acusó de tacaño en el uso del lenguaje. ¿Por qué escribir así?
Para mí es respetar al lector. No tengo derecho a hacerle perder el tiempo. Si ya dije lo que quería, para qué lo voy a repetir. Soy consciente que hay lectores que necesitan que les repitan, pero no van a ser buenos lectores de mis obras. Me gusta escribir para una persona que se sienta con el libro y pone cierta atención en lo que lee. Es cuestión de estilo. Hay grandísimos escritores que repiten las cosas y lo hacen muy bien. A mí no me gusta hacerlo.
Usted cambia de estilo con mucha facilidad, pero han dicho que es un autor postmoderno. ¿Eso qué es?
Desde que salió El último diario de Tony Flowers, en 1995, me estoy preguntando eso. Tengo pistas, pero me parece que la discusión va un poco más allá. Lo que me lleva a cambiar de estilos y a fijarme en otros temas. Es que para mí la escritura es un placer, y como todo placer tiene una alta dosis de juego. Y no quiero jugar siempre lo mismo. Busco, además, sorprender a los lectores. A veces me llevo la mala sorpresa de que un lector se siente muy bien con un registro mío, pero no con otro, pero es parte del juego del escritor. Por ejemplo, los últimos años he publicado obras que tienen mucho que ver con nuestra región: 1851, Después y antes de Dios, Cielo Parcialmente Nublado, El mapa de Sara... pero la novela que trabajo no tiene nada que ver con Manizales ni con Caldas. Es probable que haya lectores que digan lo cómodo que yo me sentía con Octavio Escobar cuando nos ponía a caminar por la 23 y ahora no.
AUTO-EDITOR
A propósito de El mapa de Sara, ¿cómo es escribir para un público infantil preadolescente?
Es una experiencia angustiante. Es muy diferente. Uno tiene que bajarse de una serie de pretensiones y entender que a un muchacho lo que le interesa es que le cuenten una historia bien contada y que lo lleve de principio a fin. Es escribir simplificando, pero llenando de contenido esa simplificación. El mapa de Sara estuvo 12 años en mis cajones porque no le encontraba el lado. Y tengo que admitir que no hubiera salido si Triunfo Arciniegas e Irene Vasco, dos autores de literatura infantil y juvenil muy reconocidos, no hubieran leído el manuscrito y me hubieran dicho: esto sí, esto no, esta parte puede ir en otro lado... esto puede que no les interese a los muchachos...
Hicieron las veces de editores.
Sí, y lo hicieron muy bien. Es un libro con el que estoy muy contento. El título sí que cambió. Tal vez ha sido el texto más torturado y torturante en mi carrera como escritor.
¿Cómo es la relación de Octavio Escobar, de sus obras, con el editor?
Ha sido muy raro esto de El mapa de Sara y tuvo que ver con circunstancias muy específicas. Triunfo, que tiene cierta brusquedad, me dice un día: "Preste a ver, yo leo". Casi me quita el manuscrito de las manos. Irene, que es más dulce, me dice otro día: "Triunfo me dijo que tienes una novela, por qué no me la prestas yo la leo". Eso es muy raro. Soy respetuoso con mis colegas, y pedirles que le den recomendaciones es incómodo. En los demás libros esa experiencia ha sido rara. Liliana, mi esposa, a veces los lee. Antonio María Flórez tal vez leyó alguna novela. Pero en general, dejo que pase el tiempo. El tiempo me cambia, como a todos los seres, y entonces viene otro Octavio y dice: oiga el Octavio de hace dos años sí que era bruto, esto no va bien aquí, esto hay que cambiarlo. Hay libros y cuentos que necesitan eso. Y el libro de poesía (Historias clínicas que ganó el premio de La Tertulia en la pasada Feria del Libro de Bogotá), sí que fue un parto lento, llevaba en los cajones más de 12 años. La gente tiene la impresión de que publico rápido y mucho, y creo, con todo el respeto, que estamos acostumbrados en Manizales a escritores que no publican nada, o que publican un libro o dos y piensan que ya, que les va a pasar como Rulfo y francamente no lo creo.
¿Si el Octavio de hoy es editor del Octavio de ayer es porque tiene una autocrítica alta?
La verdad es que salvo el caso de El mapa de Sara, cuando le he pasado un manuscrito a alguien me lo devuelve con pocos señalamientos y empiezo a revisar y, con marcadores de colores, vuelvo eso un campo de batalla. Sí tengo un nivel de autocrítica alto.
Y en qué momento sabe detenerse. Porque la autocrítica puede llevar a no publicar.
Cuando empiezo a notar que corregí una cosa y a la siguiente corrección la devuelvo a lo que tenía. No hay textos perfectos, pero me doy cuenta que ya no doy más. En cualquier trabajo, pero más en el artístico, uno tiene que ser humilde y decir: hasta aquí doy.
Lleva unos 20 años de profesor de literatura. ¿Qué tips les da a los muchachos que quieren ser escritores?
Es muy difícil dar un consejo que sea general. Las únicas dos recomendaciones que se pueden hacer son:
1. Lea, porque uno aprende a escribir de los grandes maestros, y puede que ni de los grandes, también de escritores que no son muy dotados, pero ahí hay formas de aprender.
2. Si usted dice que quiere escribir, escriba. Conozco un montón de personas que se pasan años diciendo que van a escribir y no lo hacen. Y puede que tengan pudor, que quieran estar muy seguros, pero hay que escribir para realmente saber qué se quiere escribir. Si usted no tiene un texto, ¿cómo evaluar?
Si usted es de los que se ha molestado porque la novela no se consigue, tome nota. "Esta semana habrá una coedición entre Pre-textos e Intermedio y va a seguir estando y será más accesible, aun desde el precio".
Lectores, Después y antes de Dios tuvo dos finales y el autor se la jugó por el que finalmente quedó y que, según los premios, dio en el clavo. En el otro final, la protagonista terminaba encerrada en España. Léala y concluya cuál habría sido mejor para usted y así hablemos de libros.
Médico y escritor, nacido en Manizales en 1962.
Cuento: El color del agua (1993), Las láminas más difíciles del álbum (1995), La posada del almirante Benbow (1997), De música ligera (1998 Premio Nacional Literatura) y Hotel en Shangri-Lá (2004, Premio Nacional de Literatura de la Universidad de Antioquia).
Novelas: El último diario de Tony Flowers (1995), Saide (1995), El álbum de Mónica Pont (2004, ganadora de la IX Bienal Nacional de Novela "José Eustasio Rivera") y 1851. Folletín de cabo roto (2007, Beca de Creación Ministerio de Cultura), Destinos intermedios (2010), Cielo parcialmente nublado (2013), Después y antes de Dios (2014), El mapa de Sara (2016).
Poesía: Historias clínicas (premio La Tertulia, próximo a ser publicado) y La manzana oxidada (1997) en compañía de Alberto Verón y Flobert Zapata.
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