MARGARET SÁNCHEZ
LA PATRIA | MANIZALES
Después de un mes, la invasión a la hacienda Potrerillo, en la vereda Kilómetro 41, parece un condominio de casas en guadua y plástico, o así lo denominan sus ocupantes con humor ante el inminente desalojo.
Son 375 viviendas del mismo tamaño, seis metros de frente por ocho de fondo; de similar distribución para cocina, habitación y patio; y con zonas comunes como restaurante, parque, tiendas y baños públicos.
La construcción se detuvo con el anuncio de desalojo de la Alcaldía de Manizales, el pasado jueves (ver recuadro A desocupar), pero los ocupantes continúan con su cotidianidad.
Presentes y ausentes
De las casi 700 personas que invadieron el predio de la Dirección Nacional de Estupefacientes (DNE), el pasado 11 de julio, permanecen unas 150 de lunes a viernes. En lugar se quedan cuidando mujeres, adultos mayores y algunos hombres y niños; los demás salen a trabajar a las fincas cercanas o viajan hasta Manizales.
Entre casas con divisiones para las habitaciones, camas en guadua, estantes para la comida y jardín, hay otras abandonadas, cerradas con cadenas y marcadas con el apellido de la familia a las que pertenecen.
"En las tardes hay más movimiento. Los fines de semana están casi todos construyendo sus casas. Todos son de por aquí del Kilómetro 41, que fueron estafados o buscan una vivienda propia", explica Yolanda Medina.
El constante ir y venir de los ocupantes ha demarcado los senderos por donde hay que caminar en Potrerillo. Desde el restaurante de Doña Pepa, como bautizaron a la cocina que María Escobar armó debajo de un árbol de mango, arranca la que nombraron la avenida principal.
Un camino concurrido es el que conduce a la llave que provee de agua a la comunidad, una tubería ubicada en las ruinas de la hacienda. Recogen el líquido en canecas para cocinar y bañarse, aunque otros prefieren buscar una ducha prestada en el pueblo.
La ayuda de los vecinos y familiares ha sido vital para los ocupantes de Potrerillo. Los dueños de las fincas en las que algunos trabajan les regalan comida y los hijos y padres de otros les envían mercado.
Martha Isabel Gómez aprovecha el surtido que le envían desde Medellín para venderlo, maneja una de las dos tiendas que hay en la invasión, La Casa Grande. Dice que lo que más compran es agua y gaseosa.
Leonel Santos y Diana García no le tienen nombre a su tienda, pero venden arroz y huevos. "Las cosas de aseo nos las regaló un señor del pueblo, pero eso no lo compran. Al día nos ganamos máximo $5 mil", afirma Leonel.
Punto de encuentro
Al acercarse el mediodía, las personas que permanecen en la invasión salen de las viviendas, la temperatura puede alcanzar los 30 grados centígrados, y estar debajo de los techos de plástico hace el calor insoportable.
Unos buscan la sombra de los árboles, ubican sillas y charlan con sus vecinos. Otros extienden una sabana en el césped quemado por el sol, mientras escuchan vallenato y descansan.
Los fogones de leña permanecen a fuego lento. María López prepara una sopa y arroz para tres personas. "Mi hermana y el esposo fueron a coger naranja, yo me quedé a cuidar la casa. Uno trabaja en lo que le resulte", comenta al mirar cómo hierve la comida.
30 niños regresan de la escuela Giovanni Montini, corren y gritan por los senderos, por segundos le dan vida a la invasión. "Tengo amigos aquí y me gusta jugar en el columpio", dice Luna Natalia Llanos sobre vivir en Potrerillo, mientras su abuela cierra con candado la vivienda.
Tres hombres con acento costeño, que llegaron hace seis meses al Kilómetro 41 desde Arboletes (Antioquia), se sorprenden con los comedores comunitarios, las letrinas y un pozo de agua que se está secando en una esquina de la hacienda. Declaran que les gusta andar por el país y esperan que les den una vivienda en Potrerillo.
Al final del día, todos los ocupantes hacen una parada en el Restaurante Doña Pepa, su ubicación es estratégica, a la entrada de la invasión. Bajo la sombra del palo de mango bromean sobre quién tiene el mejor Penthouse y discuten sobre su situación y qué van hacer el día del desalojo.
Desánimo, tristeza, esperanza, alegría, fe, miedo, incertidumbre, se mezclan en ese punto de encuentro, donde esperan que el miércoles llegue la Policía para sacarlos.
A desocupar
La Alcaldía de Manizales, a través de las inspecciones Quinta, Séptima y Novena de Policía, notificó el pasado jueves a los ocupantes de la hacienda Potrerillo que deben desalojar el predio a más tardar mañana. "Si llegada la fecha para el cumplimiento de la comisión no lo han desocupado, serán desalojados, haciendo uso de la fuerza pública si fuere necesario", especifican en el documento.
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