Óscar Veiman Mejía
LA PATRIA | Manizale
El día en que el país viviría su más grande catástrofe natural por cuenta de la erupción y el deshielo del volcán nevado, Germán con sus hombres comenzaron un recorrido a las 4:00 de la mañana, entre el Ruiz y el Santa Isabel. Caminaron siete horas con la misión de continuar con las mediciones. En el trayecto escucharon una explosión, semejante a una bomba.
El Parque Natural Nacional se estremeció, pero ellos pronto recobraron la tranquilidad. Regresaron a la caseta del Inderena y se acostaron tipo 8:00 p.m. Los cuatro dormían en catres, ubicados en la salacomedor.
El lugar tenía calefacción, que brindaba cierta comodidad junto con el televisor, la lavadora y la nevera. Todos, menos Germán, solían acostarse y ponerse los audífonos. El resplandor rojo de la tragedia estaba por asombrar a un Germán, de 38 años, en medio de la oscuridad del torrencial de aquella que sería una larga jornada nocturna. “Sentí un ruido como el de una de una olla a presión que iba aumentado. Era de noche, pero se puso como de día”.
El hombre miró hacia la ventana, y algo le llamó la atención. Pegó el brinco, había una nube roja por la explosión. De inmediato gritó: “Va a hacer erupción”. Sus compañeros siguieron como si nada, aún tenían audífonos, los empezó a sacudir.
Por fin, en segundos que parecían eternos, reaccionaron y recordaron los pasos de los simulacros. Los carros estaban tanqueados y el palo del retén estaba levantado para evitar trancones de vehículos en caso de emergencia. “No sacamos nada, nos vamos”, fue su indicación. Al carro, tipo minguerra, le pusieron la doble para pasar las zanjas del río Gualí y de otro caño. Por fortuna, lograron sortearlos. En la vía recogieron a varias personas, entre ellas los propietarios del pequeño restaurante, y comenzaron el descenso hasta La Esperanza y luego hacia Manizales.
Huida y regreso
La espantosa lluvia también era de piedra pómez, que aún hervía al tocar árboles, techos o tierra, luego de ser vomitada por el cráter. Una atravesó el techo de la camioneta en la que iba Germán y quemó su canilla derecha. En un principio pensó que a Rubén, el guardabosques, se le había salido un disparo de la carabina. “Ni siquiera la llevo cargada”, recuerda que le respondió su compañero. El temor a que entraran más piedras, hizo que Germán utilizara tablas que cubrieran sobre todo al conductor. La espesa niebla dejó inquietos a Germán y a sus compañeros en el descenso hacia Manizales. De un momento a otro dejaron de ver el segundo carro, que los acompañaba en la huida.
Sin embargo, estaban esperanzados en que en cualquier momento los alcanzarían en la bajada a Maltería en la zona industrial. Una vez en la entrada a Licorera de Caldas, en las goteras de la ciudad, dejaron a las personas que recogieron en la carretera y esperaron a los del segundo vehículo. No llegaron. Germán tomó una decisión de fidelidad: “Me devuelvo por ellos”. A sus compañeros, dice, les pareció una locura. “Yo manejo y voy así sea solo”. Al fin alguien lo acompañó. Gran parte de Manizales y del país dormía, algunos estaban atentos al partido del fútbol profesional Millonarios-Deportivo Cali, mientras el Gualí, uno de los seis ríos que nacen en el Nevado, bajaba con parte del 10 por ciento que los flujos piroclásticos -se calcula- fundieron del glaciar de la montaña.
Subieron de nuevo hacia La Esperanza, desviación de la vía nacional antes de llegar a Letras. Rumbo al Nevado la carretera era una colcha de 40 centímetros de grosor de piedras pómez que el carro trituraba con sus llantas. A lo lejos se escuchaba el bramido del río Gualí, que derretía toda la vegetación y todo lo que se atravesara en su cañón. De pronto, Germán avistó el reflejo de unas chompas, eran los dos compañeros del otro carro. “Discutían porque alguien arrancó el automotor en un bache de la vía al meter la doble, cuando no debía, y partió la transmisión”. Quedaron varados.
La voz de Germán sube de tono cuando llega a su mente otro episodio. “Vi el restaurante lleno de soldados, tomando gaseosa, cerveza, se comieron todo. Fuera de aquí, usted sargento, no sirve como militar”. Amanecieron en el negocio. Retomaron el camino hacia la caseta del Inderena.
Al llegar, encontraron todo los equipos y demás elementos intactos. Revolcados como los dejaron en su dramática salida de la noche anterior. La avalancha también se derramó por el Nereidas y el Gaulí. Hasta ayer era un paisaje hermoso con vegetación natural, ahora es como un desierto”. A esa hora, tras los sobrevuelos, el país empezaba a entender la dimensión de la pesadilla. Armero desaparecido, con la avalancha del río Azufrado miles de muertos. Además, miles de sobrevivientes luchando contra el lodo, en unos cuadros que estremecerán siempre la historia de la humanidad, tipo Pompeya.
Marinero por el mundo
El suceso con los soldados llevó a Germán a dar unos pasos atrás en su mente y verse vestido de cadete de la Naval. Estaba en cuarto de bachillerato en el colegio Mayor de San Bartolomé, en su natal Bogotá, cuando un día llegó un hombre de 1,90 de alto, uniforme negro, gorra blanca y espada. Era un capitán de navío que invitaba a enrolarse en la Armada Nacional. Germán, seducido hasta los poros, terminó el bachillerato en la Escuela Naval de Manzanillo en Cartagena. Como alumno distinguido, en lo académico y en lo militar, abrió puertas para ir de puerto en puerto, de ciudad en ciudad, de continente en continente. Valparaíso (Chile), Perú, Nueva York, Canadá, Argel, Trípoli, Egipto,Turquía, Grecia fueron destinos. Formó parte de la primera tripulación del buque Gloria, insignia nacional, en el cual estuvo seis meses en los astilleros de Bilbao (España) combinando estudios con trabajos de pintura para la nave. Un día dijo: No más milicia. “Estaba cansado de escuchar: usted no está para pensar, está para cumplir ordenes”.
De regreso a la tenebrosa noche de lava, ceniza, azufre y lodo mortal, nuestro protagonista retrotrae el estado de la caseta del Inderena. “La puerta estaba abierta, pero repito no le pasó nada, el desorden dentro era igual al que dejamos”. Después se enteró de que esa infraestructura, fría muy fría, era con paredes a base de láminas de acero recubiertas con madera por lado y lado, además anclada a la tierra. De haberlo sabido, no se habría movido un centímetro. “Es que lo importante en un fenómeno natural es analizar la situación, correr puede significar muerte. La vaina es quedarse quieto”.
Esa teoría la reafirmará más adelante cuando relate la destrucción de la isla de Providencia, en el mar Caribe, en donde estaba en la madrugada del 16 de noviembre pasado, refugiado en un baño, mientras el huracán Iota elevaba casas, postes y árboles como si fueran de papel. Destrucción total.
Salida
La orden de evacuación en el Parque Natural Nacional los Nevados la dieron al día siguiente, 14 de noviembre. De nuevo, pasó a vivir en un hotel en el centro de Manizales. Con apoyo de helicópteros recorría zonas del Nevado y de la tragedia. La noche de la erupción estuvo en riesgo, pero aún no dimensionaba qué tan grande e impactante era aquello. En la mañana la supo al ver una escena, que tal vez se podría llamar un cuadro de horror. “Vi cuando jalaban a una persona atrapada en el lodo. Hicieron tanta fuerza que la partieron en dos. Así debió ocurrir con muchas personas”. De inmediato le quedó claro que no sería capaz de ser socorrista en esta situación. Pidió que lo dejaran en Manizales. “Era algo que no se podía creer”.
La ciudad se llenó de expertos, llegados de Japón, China, Islandia, Costa Rica. “Recuerdo a una eminencia japonesa en asuntos vulcanológicos. Cuando llegó al Ruiz, luego de bajarse del helicóptero, se le fueron las luces por la altura sobre el nivel del mar. De inmediato pidió regresar a su país”. Germán pasó el resto del año en su labor de ir, analizar y reportar actividad de la fumarola, ceniza, gases, tremores y más. Cuando terminó el convenio Agustín Codazzi-Ingeominas lo invitaron a trabajar con este último, pero prefirió ceder el puesto a un colega.
En el Agustín Codazzi, en Bogotá, le dieron de nuevo la misión de actualizar el trazado de las fronteras con Brasil y Perú. Otra vez estuvo en lo suyo, medir basado en ciertas posiciones que da el sol de 6:30 a 9:30 de la mañana y de 3:30 a 6:30 de la tarde para tener un norte magnético, y otros secretos con los que se calculan y recalculan medidas, todo con el propósito de evitar pequeños desfases que al final podrían significar kilómetros y kilómetros de pérdida en los sensibles límites internacionales, algo que se hacía en tres meses con 38 personas y que ahora con un GPS dura unos cuantos días con un ingeniero, un topógrafo y dos auxiliares.
Germán relaciona y resume lo vivido en el Nevado con la imagen de una nube rojiza y el rugido de la tierra. Otras palabras a lo largo de su narración también sintetizan la fragilidad y la valentía humana en momentos en que la muerte toca la puerta: Topógrafo, monitoreo, volcán. Ceniza, temblor, azufre, fumarola. Temor, confianza, temor, confianza. Noche, explosión, lava, piedra pómez. Deshielo, avalancha. 13 de noviembre de 1985. Impotencia. Impotencia. Dolor, dolor. Tristeza, tristeza, tristeza.
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