LAURA SÁNCHEZ
LA PATRIA | MANIZALES
En tres ocasiones el profesor Alonso Cardona ha intentado ir al corregimiento Arboleda. Desde hace 21 años no va. La última vez fue el lunes 31 de julio del 2000, tres días después de la toma guerrillera. Subió en chiva hasta Pensilvania y no volvió.
Viajaba al corregimiento cada 15 días a enseñar manualidades y folclor. Ese sábado 29 de julio empezó su primera clase de las tres que dictaría en el día, había 11 estudiantes a las 8:00 a.m. Dos más se sumaron con un saludo: 'profe'. De pronto, un reflejo. Miró su reloj a las 8:50 a.m. y su mirada se interrumpió por el sonido de disparos.
Había comenzado la toma guerrillera del corregimiento de Arboleda (Pensilvania). Ese sábado del 2000 unos 300 guerrilleros de los frentes 9 y 47 del Bloque José María Córdova de las Farc atacaron Arboleda, en Pensilvania, para aniquilar al cuartel de la Policía con 27 uniformados. En ese instante el que el maestro Alonso estaba en el comedor cerca de la cocina de la escuela Roberto Emilio Giraldo con 13 niños entre 4 y 5 años.
“La vecina me gritó: 'métase a un salón', y yo no tenía llaves porque trabajaba en un comedor. Solo pensé en el baño y metí a los 13 niños ahí y quedé con medio cuerpo afuera. Los guerrilleros empezaron a llegar y yo ni miraba, pero tenían uniformes nuevos y eran jóvenes”, relata.
Llevaba año y medio participando como docente formador de habilidades plásticas de Confamiliares. También iba a Bolivia, La Rioja y San Daniel a dictar un día y medio de sesiones con niños y adultos mayores. Entre semana era maestro en la escuela Antonia Santos, de la Normal de Pensilvania.
Ese día en el baño, Alonso reconoció el pánico en carcajadas en un niño, risas que otro quería silenciar a golpes, tenía los 13 niños sentados en la tapa y el tanque del sanitario y en baldes. Minutos antes estaban concentrados en el comedor creando una finca de plastilina a la que solo le faltaba una rana que se asomaría en una piedra.
-“Uno de ellos (guerrillero) me preguntó usted qué hace ahí. Le respondí que estaba con unos niños, que era profesor y los estudiantes se asustaron. Les dije: Si ven niños que ellos no nos hacen nada. Y la verdad es que no sabía qué decir”.
Sin respiración
Parece pavoroso revivir la historia de Arboleda, de nuevo después de tantos relatos de sobrevivientes, en cambio al maestro Alonso le ayuda a su tranquilidad.
“Ya superé muchas cosas, las primeras veces que di conferencias en la Normal de Pensilvania solo duraba un cuarto de hora hablando, se me iba la respiración. Me atacaba y no era capaz de seguir”, expresa.
La visita del Papa Francisco en el 2018 en la Nunciatura en Bogotá le sirvió porque en el encuentro había víctimas y victimarios con los que compartió sentimientos y experiencias. Después de la toma la comunidad de Arboleda organizaba grupos para recibir las clases con Alonso.
“A la gente le gustaba lo que hacía, tenía mucha gente en los grupos. Además, nadie volvió a formar por allá. Necesitaban que alguien los motivara”. La oferta la rechazó porque su mamá no quería que volviera y le ofreció pagarle las horas que él ganaba con Confamiliares, con tal de que no volviera a Arboleda.
-“Debo volver (a Arboleda) porque es mi duelo. Mis hijos quieren conocer la historia. Me he encontrado con algunos niños que estuvieron votando aquí por el Plebiscito por la paz. Gracias a Dios están bien”.
Espera y sed
La toma siguió y a la 1:30 p.m. el profe se movía con los niños: “Tenía mucho miedo, hacía mucho frío y los niños estaban muy pálidos. Les daba tragos de agua que recogía. Luego nos pasamos a una casa vecina porque habían derribado una malla que dividía el patio de la escuela con la casa. Una muchacha y una señora de apellido Gutiérrez nos recibieron”.
Las paredes de la casa se cubrieron con colchones para protegerse de los disparos y en el piso estaban los niños con cobijas. A las 4:00 p.m. les dieron arroz: “Nadie era capaz de comer, la garganta era seca. La noche llegó y con ella la esperanza de que acabara, no fue así. Queríamos rezar, pero no nos acordamos de ninguna oración”.
Cuando un niño iba a orinar iban los 13. El profe cuenta que no sabía de dónde orinaban tanto porque en tazas pequeñas tomaban un solo trago. Fueron sorbos para remojar la garganta durante dos días sin comer y sin hambre.
En la noche durmieron, era tanto el ruido que los niños ni sintieron el estallido a las 2:00 a.m. de una volqueta bomba para destruir el cuartel.
Todos vivos
Alonso y los alumnos salieron de su escondite a las 6:30 a.m. y las primeras en aparecer fueron las abuelas, reclamando a los niños. Solo quedaron dos hermanos gemelos y su prima que llevó hasta su casa.
El centro del corregimiento estaba derrumbado, solo había lluvia sobre las ruinas de la Corregiduría, el puesto de salud, oficinas de Telecom y la Chec, Caja Agraria, la parroquia, la casa cural y el cuartel de la Policía.
“Cuando llegué a Pensilvania me desahogué porque estuve pasmado ese domingo en Arboleda. No conté nada. Duré mucho tiempo con ese miedo, hasta aprendí a saber dónde hay un cadáver por el mero olor. Lo que le queda en el interior es horrible. Tuve meses sin dormir”, relata.
Esas 27 horas de la toma acabaron con la vida de 13 policías y cuatro civiles, además de un policía desaparecido. Durante este tiempo el profesor Alonso protegió a los 13 niños que entregó a salvo a sus familias.
-“La historia hay que conocerla, porque estamos condenados a repetirla. Tenemos que conocer qué sucedió y cómo la gente vuelve a sus vidas. La gente propia de Arboleda se fue, quedaron muy poquitos.”
Escuelas tomadas
El portal Rutas del conflicto recopiló datos de la revista Noche y Niebla del Cinep, de la Universidad Distrital de Bogotá y el Politécnico Grancolombiano. Entre el 1990 y el 2020, 53 escuelas sufrieron amenazas, 117 ataques, 141 fueron tomadas y 20 fueron usadas para operaciones
También 140 sedes fueron atacadas por agentes estatales, 50 por la guerrilla, 55 por paramilitares, de 31 no hay información y de 52 fueron atacadas por varios.
El informe asegura: “Los ataques a las escuelas no se dan de la misma forma ni por las mismas razones. Algunas situaciones pueden corresponder a la ubicación estratégica de una escuela, otras a la posibilidad de reclutar menores y, en algunos casos, las instituciones educativas son de los pocos edificios de concreto existentes en las poblaciones y los actores armados las aprovechan para refugiarse en combate”.
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