Ricardo Gómez Giraldo*
LA PATRIA | Manizales
Durante 1801 ocurrieron en Popayán algunos homicidios que conmovieron a la sociedad local, una parte de la cual atribuyó los hechos “a la introducción de los libritos franceses”, unos textos que enseñaban ciencias naturales. Ante semejante desatino, Francisco José Caldas hizo “una exaltada defensa de la física, de las ciencias y sus maestros”, según cuenta Santiago Díaz Piedrahíta, autor de una bella biografía, fuente principal de lo que aquí sostengo.
Comienzo con esta pequeña historia porque resume las características propias de Caldas y las diferencias de este con su época y su lugar.
Reconozco y agradezco la celebración de este congreso, que se esmera en preservar la memoria de Caldas, uno de los personajes más particulares e influyentes en la independencia de la Nueva Granada y a quien se rindió homenaje al fundar mi Departamento, en el corazón cafetero y andino de Colombia. Su fusilamiento por la espalda privó, además, de un científico apasionado por el conocimiento a la naciente y dubitativa nueva sociedad que emergía del desgaste del colonizador peninsular.
Si hacemos composición de lugar podemos afirmar que el segundo semestre de 1816 fue un momento triste en Santa Fe por la persecución, el encarcelamiento y la ejecución de nuestro celebrado héroe y muchos de sus amigos.
Razones
¿Por qué recordar la vida y obra de Francisco José de Caldas? Propongo una aproximación a esta respuesta con base en cinco hechos reconocidos en general por los historiadores.
El primero y más obvio es el inmenso valor de ser uno de los primeros científicos en una época y una tierra árida para la ciencia y para el pensamiento crítico. Pero sus logros científicos –a los que llegó a pesar de contar con muy pocas bases formales, porque primero se extravió en las leyes, como lo hacemos aún muchos colombianos-, son aun más valiosos si evidenciamos la soledad de aquel hombre en las lides de la ciencia.
Dicha soledad se hizo más evidente cuando persiguió y se ilusionó vanamente con ser el compañero de expediciones de Humboldt, quien incluso hizo evidentes sus celos de Caldas (lo cual confirma la capacidad científica de este).
Caldas llega a afirmar a sus 33 años que envejecía “en medio de bárbaros” y su conciencia de la soledad en una sociedad colonial, le llevan a ser un crítico de la misma.
Francisco José, socialmente, fue un hombre de su tiempo, pues estudió derecho como era la costumbre; se casó –así fuera de 41 años, con una dama que ni conocía- en un matrimonio propio de la conveniencia o la apariencia; y denigró de la homosexualidad de Humboldt, a pesar de que muy probablemente él mismo lo era, pero lo reprimía precisamente por ajustarse a la moral de la época.
Pero Caldas, intelectual, académica y éticamente era un adelantado con respecto a la mayoría de sus conciudadanos:
Como dice Díaz Piedrahíta, durante la segunda mitad del Siglo XVIII se descorría el velo sobre el territorio neogranadino, gracias a múltiples exploradores y naturalistas. Caldas debe recordarse como uno de ellos y no como el tradicional jurisconsulto de la élite, de la cual fue miembro, pero a su manera.
Nace payanés a finales de 1768 y se educa en una sociedad con acceso muy limitado al mundo de la racionalidad científica y, qué decir, de la revolución industrial. Por fortuna, llega a Santa Fe en los años de reforma educativa implantada por el ilustrado Virrey-Obispo Caballero y Góngora y su Maestro de juventud fue José Félix Restrepo, quien enseñó mediante la demostración e inculcó siempre el valor de pensar por sí mismo y el pensamiento autocrítico.
Caldas fue un hombre ilustrado: bebió de Newton, Montesquieu, Pascal y muchos otros de su estirpe. Esa ilustración, que es la segunda razón por la cual debe exaltarse la vida y obra de Caldas, le permitió por ejemplo anticiparse a la Comisión Corográfica cuando, preparando un viaje apenas personal a Quito, lo enriquece y lo convierte en un proyecto de observación de “todo cuanto quepa en el conocimiento… todo cuanto esté frente a los ojos deberá observarse” y en ello incluyó la geografía, la zoología, la arquitectura, la pintura, las rentas, la milicia, el carácter de sus gentes y todo lo demás.
Reproducción|LA PATRIA
Francisco José de Caldas.
Una caldera
Casi toda empresa que inició Caldas (e inició muchas debido a sus furores o apasionamientos de su particular personalidad) fue ejecutada desde una lógica ilustrada: quería conocerlo todo para comprender todo: los ríos, el clima, las estrellas, la flora, los vicios y virtudes de la población, en fin, comprender todo para “mejorar el nivel de vida y hacer más grata la existencia de todos”. Tenía pues fe ciega en el conocimiento como fuente de progreso.
Ese hombre nominado por algún enemigo como “una caldera”, es etiquetado por su biógrafo como un apasionado por todo lo que tuvo entre manos (salvo el estudio del derecho). Tuvo una mente excepcional y una rara personalidad, aunque nunca alcanzó la conducta prudente de los sabios.
Como cuarta razón para homenajear a Caldas, está su valor como ideólogo, difusor y agitador de la independencia de nuestro país, labor que realizó desde la codirección del Diario Político.
Caldas también merece, y es la quinta razón, un sitio destacado en la historia de la ciencia en Colombia porque, como científico autodidacta durante toda su vida, trabajó con dos características propias de verdadero científico: una curiosidad infinita, insaciable y una visión integral de los fenómenos de la naturaleza, visión holística o sistémica –como decimos ahora-, cualidades que le permitieron convertirse en precursor de la ecología en este continente; fundar la primera revista científica de Colombia; hacer cartografías de primera calidad; descubrir para América el método de la hipsometría (en Europa dos científicos lo antecedieron, pero él no tuvo noticia de ello); descubrir o al menos exaltar la importancia del hallazgo de las ruinas de San Agustín; herborizar cerca de 6.000 especímenes; descubrir la geografía de las plantas o fitogeografía; abrir el camino de varias áreas del conocimiento en la Nueva Granada; y proponer algunas zonas cultivables del territorio.
Sin embargo, Caldas, como todos aquellos que se entregaron a la Expedición Botánica, nuestra primera empresa científica, la vio también decaer y morir en manos de y por decisión de los políticos, cuando aún resonaba el eco del grito de la independencia. Entre 1811 y 1816 la inconclusa expedición científica se convirtió primero en un proyecto de instrucción pública y luego sus inconmensurables materiales fueron enviados a la Península.
Por esta razón y otras, propias de la mentalidad de la élite colombiana, es explicable la “obsesiva búsqueda de la tradición” evidenciada durante el primer siglo de ciencia en Colombia, según lo demostró Diana Obregón. En muchas oportunidades se intentó imitar, revivir o profundizar el modelo de la Expedición Botánica, en la construcción de un sentido de pertenencia a una tradición, más que en el sentido de construcción o avance de la ciencia.
La liquidación de la Expedición Botánica no fue la primera ni sería la última vez en que la “la ciencia sería relegada por la política” en nuestro país. Ya antes Caldas había criticado la mentalidad señorial y antiilustrada de los miembros de las élites criollas a quienes acusa de “soberbios que poseídos de los dictados y títulos pomposos de caballería, se juzgan hombres de otra especie. [Se figuran] divinidades [y] reputan por nada a los demás hombres… Juzgan… incompatible la hidalguía con los oficios… Yo quisiera destruir esa falsa idea del ánimo de mis compatriotas… Esos señores… creen que la geografía, las cartas, las determinaciones astronómicas, etc. son juguetes, son curiosidades que apenas merecen honrarse”.
Quizás suenen exagerados algunos de sus juicios 200 años después. Pero la necesidad de tener élites realmente ilustradas, tal como lo fue el mismo Francisco José de Caldas Thenorio, sigue vigente no solo para Colombia sino para el mundo entero.
* Gobernador encargado de Caldas.
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