
P { margin-bottom: 0.21cm; }
"Uno de los secretos de esas catedrales consiste en que las paredes no están hechas para sostenerlas, sino para ser una suerte de conjuro exterior, que en sentido estricto son una piel y no un soporte, y que esa piel tiene una fisonomía", escribe en la página 242 de su novela. Un par de párrafos antes de esto: "Soñé que los peñascos de Cerro Bravo, del volcán que está arriba de mi pueblo natal, en las cumbres de la cordillera Central de Colombia, en el páramo de Letras, eran una inmensa catedral".
¿Cuál es el recuerdo más antiguo, consciente, de haber crecido al lado de un volcán?
En la escuela tenía cierta fascinación por los volcanes, pero no tenía conciencia de haber nacido al pie de un volcán. Solo cuando salí del ámbito de Tolima y de Caldas comprendí que ese mundo de los volcanes, que tenía tantas leyendas en la literatura y en las mitologías, era donde había pasado mi infancia. Sé que viví en ese clima y en esa atmósfera y hay cosas que no son conscientes, pero se perciben, un cierto temor a las montañas, a las tormentas, ese acogerse a un espíritu religioso, que también es un poquito un deseo de protegerse de los peligros de la naturaleza. En mi novela terminé sintiendo que la carretera y que la región de Cerro Bravo tenían algo de gótico. También es, por supuesto, uno de los paisajes más románticos que se pueda imaginar, pintoresco en el clásico sentido de lo que puede ser pintado.
El romanticismo usted lo plantea como respuesta al racionalismo de una época, pero también dice al final que el racionalismo que responde a ese romanticismo. ¿Cómo explica eso?
Uno depende del otro y necesita del otro. El deseo de Kant de mostrar la posibilidad de la razón de responder cosas era una reacción contra ese espíritu religioso que negaba las posibilidades de explicar el mundo y que confiaba ciegamente en los dictados de la fatalidad, del destino o de Dios. El romanticismo fue un intento por aceptar las luces de la razón, pero por reinvidicar los privilegios de la oscuridad y de la noche y contra eso reaccionó otra vez la razón, así como la hija de Byron terminó reaccionando contra Byron, contra la locura y la pasión byroniana y descubriendo una de las caras de la modernidad, la informática, la cibernética.
A propósito ¿cómo le va con las matemáticas?
Nunca tuve pasión por las matemáticas, pero hay algo en mí que siente la fascinación de las magnitudes y de las simetrías. Me sorprendí en el bachillerato al saber que nunca me había gustado la aritmética ni la geometría, sin embargo, me fascinó el álgebra, que más que un juego matemático me parecía una manera secreta de entender el mundo en su totalidad, un juego de equilibrios. Es lo más parecido a la novela policíaca, hay una serie de datos y hay que descifrar un enigma, y es posible descubrirlo a partir de las otras magnitudes que hay allí.
Los personajes disponen
Hablemos de Clara Claremont, personaje que parece secundario, pero sin el cual no hubiera sido posible conectar a todos los demás de esta historia. ¿Cómo es que se crece un personaje en las historias?
Uno puede decir que el escritor propone y los personajes disponen. Faulkner decía que más que construir una trama, él ponía a una serie de personajes en un aprieto y veía cómo se salían ellos de él. Eso es bueno, porque el final de una novela debe ser inesperado también para el autor, que haya algo que él no sepa. "Conviene que contemos las cosas como si no las entendiéramos del todo", decía Borges. Y también conviene que los personajes no sean fichas movidas a su antojo por el autor, sino que tengan vida propia.
Volvamos a la dicotomía entre la razón y el romanticismo. Usted tiene un poco de eso, como poeta y como ensayista. ¿Hay manera de decir que William Ospina se siente más cómodo en uno de esos dos mundos?
No, los necesito a ambos. Necesito que la imaginación y la fantasía me ayuden a descansar de la reflexión y del pensamiento, y necesito que el pensamiento y la reflexión moderen la imaginación y la fantasía que a veces pueden tiranizarlo a uno. Ha sido algo creciente en mí, ya no trato de mirar la reflexión de los ensayos y la pasión y la sensorialidad de los poemas como lenguajes separados y autónomos, sino que vivo en estas novelas la posibilidad de combinarlos, que se aproximen, siento que es un espacio de convivencia de los géneros literarios.
De hecho, el protagonista se pregunta si es novela, ensayo o diario de viaje. ¿Para William Ospina qué es El año del verano que nunca llegó?
Es un libro donde los géneros conviven y dialogan.
La poesía inclusive
Novalis decía que una novela no puede estar hecha sin poesía, y eso debe chocarles mucho a ciertos teóricos que piensan que la prosa es lo contrario de la poesía, y no es lo contrario es una de sus formas. Hay una diferencia entre la prosa y el verso, pero no entre la prosa y la poesía. Encontrar un género o un lenguaje en que los géneros coexistan es una fortuna y una felicidad para los autores y para los lectores. Uno lee a Shakespeare y puede decir, esto es poesía; pero puede decir, es novela o es historia, pero todo mundo sabe que es alta filosofia.
Capítulo pendiente
¿Nos cuenta esas tres noches de 1816 en el hemisferio norte, pero qué pasó en la Nueva Granada en ese momento?
Como estamos en la región equinoccial nos salvamos de la triple noche de los Alpes suizos, pero es posible que también la región equinoccial se haya enfriado en ese verano, porque el planeta entero debió haberse enfriado. El hemisferio norte que debía estar en verano entró en invierno, y el hemisferio sur debió estar naturalmente en invierno. El planeta entero estaba frío. No he estudiado cómo fue el año de 1816 en esta tierra nuestra, sería una bonita investigación que le debió haber merecido algún capítulo en esta novela.
Pero sí miró los años previos...
Alcancé a asomarme un poco, porque en 1810 Bolívar viajó a Londres como embajador de la primera República venezolana y me interesó si Bolívar pudo conocer a Byron, porque este siempre habló de Bolívar como alguien al que admira mucho. En una carta Bolívar le dice a su prima Fany: "En las noches galantes del Magdalena he vuelto a ver las góndolas de Byron por Venecia". Pero las fechas no me coinciden. Cuando Bolívar estuvo en Londres, Byron estaba en Grecia, y no regresa sino hasta 1812 cuando Bolívar ya buscaba volver a Caracas. No había manera de que se encontraran, pero debieron tener amigos comunes, porque Byron llegó a hacer gestiones para venir a afiliarse a la campaña de Bolívar.
¿William Ospina cree en esas conexiones en las que el destino juega a los dados con las obsesiones de uno?
Yo hago todo lo posible por no creer en el destino, pero el destino está totalmente empeñado en que yo crea en él.
¿Vendió periódicos en París?
Más de un año. Los colombianos casi que éramos los monopolistas de France Soir vespertino en esos tiempos. Había manizaleños en esa ruta, yo remplacé a Roberto Echeverri, que después se fue a vivir a Berlín y murió allí, e hice la ruta que él había hecho. Fue un trabajo muy grato porque me hizo sentir parte de la vida cotidiana de la ciudad. "Ah, ya llegó, cómo está". "Ya me hacía falta", me decía una señora, cosas así me hacían sentir reconocido en una ciudad que en ese entonces estaba mucho más distante de Colombia que ahora, Colombia ya pertenece al mundo y estamos en el mismo planeta. Hace 35 años estábamos lejos, la globalización no se sentía como ahora.
A Ginebra, la procesión le va por dentro
En un reportaje que escribió Gabriel García Márquez de la reunión de los cuatro grandes -mandatarios de Francia, Unión Soviética, Reino Unido y Estados Unidos- en los años 50 describió a Ginebra así: "el viajero que llega de Colombia se queda desconcertado por la normalidad y quietud en una ciudad sobre la que están puestos los ojos del mundo y que, sin embargo, tiene menos movimiento que Manizales, por ejemplo".
Le digo a William Ospina que un párrafo suyo en la novela me hizo recordar ese pasaje, porque no parece tan tranquila, al fin y al cabo de eso trata su novela, de cómo se gesta en una larga noche de tres días de oscuridad el mito de Frankestein, por Mary Shelley, y el mito del vampiro, por John William Polidori: "Me dije que esa ciudad que se finge tan serena y tan clásica, esa ciudad de relojes y de lingotes de oro, ocultaba detrás de la máscara su rostro verdadero de pesadillas y de cismas, y que eso la hacía más atractiva". Y esto respondió:
"Ginebra, a primera vista, parece dormida, tranquila. Borges decía que París es muy consciente de ser París y Londres de ser Londres, pero Ginebra casi no se da cuenta de que es Ginebra. La procesión le va por dentro. En Suiza nació el romanticismo, en ese país se gestaron grandes tempestades, una de ellas fue la Revolución Bolchevique, porque Lenin vivió en Suiza; otra fue el Ulises y otra fue la obra de Borges, que también es un laberinto como el Ulises, este físico, el de Borges, mental. Otra revolución que se gestó en Suiza es la obra de Jean Jacques Rousseau y la de Voltaire, que cambiaron la historia de Occidente. Y antes estaba la obra de Paracelso, personaje que me ha fascinado. Y Llegar allá y saber que en una sola casa de Ginebra, en una sola noche, nacieron dos monstruos, qué habrá en las otras casas, se pregunta uno.
"Es un país muy sorprendente y me gusta que García Márquez haya hecho la comparación con Manizales por otra razón, porque Ginebra no es en rigor una ciudad montañosa, es una llanura con una partecita alta, los suizos no construyen ciudades en lo alto de las montañas. No son tan soñadores y tan quiméricos como nosotros que somos capaces de construir y de edificar prácticamente en las cornisas y en los precipicios. Los europeos no habrían sido capaces de construir una ciudad como Manizales, que es fascinante, porque hay ciudad arriba, hay ciudad abajo, hay ciudad a un lado, al otro.
"A Manizales solo la compararía con otro prodigio del vértigo arquitectónico, La Paz (Bolivia); pero si bien Ginebra no se parece a Manizales topográficamente, Suiza sí se parece a Caldas, es un país de montañas, de cambios dramáticos de la topografía, es un país de abismos, de nieves, de nieblas, y el romanticismo nació de esas nieblas, de esos abismos, de esos vértigos. Por eso una obra paradigmática del romanticismo es el cuadro de Caspar David El caminante sobre el mar de nubes, y uno lo puede imaginar en cualquiera de estas montañas andinas. "Obvio que Los Andes son más vertiginosos que Los Alpes, por supuesto, de manera que estos paisajes sí corresponden al espíritu del romanticismo y tiene un encanto particular, que es típicamente romántico, que uno podría describir con palabras de Borges: "Todas las llanuras son iguales, pero no hay una montaña igual a otra".

El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015