"La Voz" es un álbum clásico de La Fania, con ocho éxitos de Héctor Lavoe.
COLPRENSA | LA PATRIA | MEDELLÍN
Todo tiene su final, pero el de su música aún está lejos de llegar. 20 años después de que su cuerpo agotado descansara al fin de los excesos y la enfermedad, las drogas y los golpes, Héctor Lavoe sigue siendo el más claro sinónimo de salsa.
No hay historia ni voz más universal en el género de la calle, el Caribe, el truquito y la maroma como la de ‘El Cantante’. "Héctor es un ícono gigante", asegura Sergio Parsons, integrante de Sonora 8. "Pese a que tuviera serios problemas con las drogas, a que llegara tarde a las presentaciones, la gente no iba a ver a La Fania. Iba a ver a Héctor Lavoe ".
Nacido en Ponce (Puerto Rico), Héctor Juan Pérez Martínez tuvo desde pequeño la influencia de una familia tocada por la magia de la música.
Su abuelo, Juan Martínez, y su mamá, Panchita, le heredaron el talento. Luego, el impulso académico que tuvo gracias a la persistencia de su padre, Luis Pérez, sumó para que el joven intérprete se convirtiera en la voz principal de la orquesta Nueva York a mediados de los años 60.
Desde su llegada a la Capital del Mundo, el 3 de mayo de 1963 y con apenas 17 años, a Héctor le llegó el día de su suerte.
De la mano de Willie Colón y bajo el legendario sello Fania, El Cantante grabó sus máximos éxitos, una extensísima discografía sin la cual sería casi imposible hablar de salsa, el género que ató para siempre la música cubana y las andanzas malevas de los latinos en Nueva York.
Con la imagen de Fania explotó hasta posicionarse en el tope de la industria musical latina de la década del 70, era la figura de Héctor –con sus lentes oscuros, los dientes torcidos y una mirada coqueta que siempre parecía esconder algo– aquella que mejor encarnaba al hombre de las calles donde abundan los Juanitos Alimaña.
Como cuenta El Cantante, aquel himno popular que le regaló Rubén Blades, Héctor le cantaba a las risas y a las penas. Las suyas terminaron aprisionándolo en un laberinto del que no pudo salir.
Un intento de suicidio en 1988, la heroína, algunos reveses frente a su "gente" querida, la muerte de su hijo, la de su padre y hasta la de su suegra terminaron silenciándolo.
Víctima de sida, la voz más reconocida y querida de la salsa se acalló el 29 de junio de 1993. Sergio Santana y Octavio Gómez, cronistas de El Colombiano para la época, lo despidieron entonces ubicándolo en el podio celestial de la música caribeña: "Si el cielo tiene un bailadero –¿iría al cielo?– la rumba ya tiene a tres grandes para que las almas rumberas y buenas bailen eternamente: Benny Moré, Ismael Rivera y Héctor Lavoe".
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