
CRISTINA TORO*
Por la cresta de la montaña transita Manizales. La 23 hierve en el frío del domingo 13 de mayo -fecha de la recordada canción de la virgen María que bajó de los cielos a Cova de Iría- mientras las madres se pasean celebrando el día famoso en el que los almacenes le recuerdan a su parentela que hay que comprarles algo.
En las esquinas confluyen los saltimbanquis que danzan a la salida de la misa a la espera de unas monedas, los vendedores de prensa que hoy no pueden vender los periódicos de Medellín, pues un derrumbe sepultó la carretera llevándose algunas vidas; los vendedores de discos y videos piratas que sin pudor nos saludan y nos piden autógrafos, mientras exhiben una obra del Águila Descalza que nosotros no hemos creado.
Un ingenioso engaño para vender la versión fraudulenta de La patria boba, anunciada con la imagen fotográfica de No vuelvo a beber. La obra, que presentamos en Los Fundadores, es parodiada con el título No vuelvo a salir del país, inventado por el personaje callejero que se toma fotos con Carlos Mario, haciendo un receso a su exitosa jornada de ventas donde la música de plancha ha batido récords.
Hay oferta para todas las madres. Ropa de variados estilos y precios, almuerzos listos para llevar, filas en los restaurantes chinos, en las pollerías que varían su nombre con la terminación del cacareo del gallo: Kikiriki, Kiskiriki, Kiskirico.
Todo con ki para anunciar, con leves variaciones en la marca, el muslo, el contramuslo, el ala, la pechuga y el consomé que irán a la fiesta de miles de madres en esta tarde fría. Una lechona con su bozal de papel de aluminio se exhibe en la vitrina como alternativa para el almuerzo del festejo.
El nevado y su fumarola no se ven entre la niebla y las nubes negras. Don Uriel nos da un paseo imaginario en su corcel enano, el mismo donde los niños se toman una de las últimas fotos que aún se someten al proceso de revelado químico, antes de que el mundo digital y la fotografía de los celulares exilien de su oficio a este habitante del domingo en la plaza de Bolívar.
Un gallinazo ensaya a volar sobre la escultura bolivariana de Arenas Betancur, imitando la pose del guerrero que desafía las leyes del equilibrio con su postura magnífica. Y el aleteo del ave solo nos queda como un recuerdo fugaz en la mirada, sin que el dedo alcance a obturar la imagen en la cámara para dar cuenta de ese momento irrepetible.
A paso lento siguen caminando las familias alrededor de la plaza Bolívar y el parque Caldas. Compiten los micrófonos de narradores de fantasías del ahorro con la música de los almacenes de electrodomésticos, cuyos empleados pasan el guayabo con canciones de despecho.
La arquitectura de una ciudad que creció a finales del siglo XIX y principios del XX con solidez y buen gusto, ostenta sus fachadas coloniales, republicanas y estilo Art Deco que ennoblecen el paisaje del lomo de las montañas, conviviendo con las nuevas construcciones que rompen la unidad con su desproporcionada altura y la ecléctica fusión de una modernidad que ignoró la belleza de sus antiguos vecinos.
Entre palacios y palacetes queda en Manizales el resto de una vida que ya empieza a desaparecer: un vestigio pueblerino persevera en la profusión de almacenes de amplias vitrinas y altos techos que identifican un estilo y desafían con sus mostradores arcaicos la monótona uniformidad de los centros comerciales donde nadie sabe en qué ciudad se encuentra.
En Manizales quedan unos cuantos cafés tradicionales como la Cigarra y el Osiris, instituciones octogenarias donde es posible encontrarse con señores de otra época que departen por turnos entre las 6:00 de la mañana y las 10:00 de la noche, intercambiando historias, anécdotas de la tierra, aventuras pasionales, hablando de negocios, litigios, cosas de hombres, tonterías, el clima, el empleo, el desempleo, nada y mucho a la vez.
Chepe te embetuna por $1.000 las botas que quedan como nuevas, mejor aún, brillantes, casi acharoladas. Su audición se perdió con un tiro que no le quitó las ganas de salir todos los días a perseguir botas empolvadas, zapatos con peladura en la punta, vejestorios que pasan a mejor vida después de tres tandas de untura de betún y frotada con cepillo, un trapo grueso, otro ligero y sus manos expertas danzando por el cuero para reunir las monedas con las que le da tregua al año que falta para que su mujer, aseadora del Palacio de Justicia, se jubile y lo acompañe a reunirse con su hija en Medellín.
Gloria Nancy camina entre las hileras de mesas del café que pronto desaparecerá por disposición de la ley que impide que frente a los Palacios de Justicia existan negocios como este inofensivo café tradicional. Su billetera escondida entre las tiras del brassier tendrá que buscar otras monedas para obtener el sustento que desde hace 6 años consigue con su alegría entre los clientes, gente decente, gente buena como dice ella, los que le cuentan sus historias y se sienten acompañados con su presencia. Ayer dijo: No vuelvo a beber, parodiando con su promesa el título de nuestra obra de teatro. Hoy se está tomando una cerveza mientras afirma que uno no puede volver a decir mentiras.
Manizales nos acogió con lleno completo en las 4 funciones realizadas en los Fundadores. La cifra de asistencia es estremecedora: un equivalente al 1% de la población total de la ciudad en solo tres días resulta emocionante. La ovación, la alegría del público, la calidez que derrite la nieve del Ruiz con el estrépito del aplauso, nos conmueven hasta el llanto.
Cada familia que nos detiene en mitad de la calle para dejarnos en su álbum familiar, cada vendedor de prensa, cada lotero, cada señor que se baja de su carro atravesándose en la vía, esa niña que se sabe las obras de memoria, los chicos que nos descubren a la salida de la escuela, los jóvenes que nos aúpan con su gesto cómplice, las señoras de edad que se apoyan en su caminador para sonreír para la foto.
Los dependientes de los almacenes que abandonan su oficio por un instante para congelar su sonrisa a nuestro lado, la gente que nos ha acompañado durante tantos años, todos ellos son la razón de nuestras obras. Gracias Manizales por tanta belleza, por tanto afecto, por esta sensación de ser parientes de todos. Hasta la próxima.
*Integrante de El Águila Descalza.
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