André Garrido
Colprensa | LA PATRIA
Leticia
Se acerca el medio día y en Leticia, capital de Amazonas (sur de Colombia), el calor se aproxima a los 37 grados y la humedad ronda los 90. La información es entregada por Luis Gabriel Teteye, un indígena de 40 años perteneciente a la comunidad Bora, hoy asentada en la ribera del río Igara Paraná, afluente del Putumayo.
"Bueno…, buenos días... Yo los voy a acompañar en este, su viaje", dice Teteye, mientras funcionarios del hotel reparten a sus futuros huéspedes un vaso de jugo de copoazú, una bebida típica de la región. “… trabajo en el turismo desde hace 18 años y más que guía soy un promotor del turismo ambiental y hago conocer el estilo de vida de nuestras comunidades indígenas”, dice el guía.
Antes de pasar al almuerzo Teteye remata su exposición de casi 10 minutos con frases alusivas a la importancia de hacer un turismo realmente responsable, ecológico, y coloca acentos en el “nunca juzgar la selva”.
De Colombia a Brasil
Pez dorado en salsa de coco, arroz blanco, patacón, postre de araza y de nuevo jugo de Copoazú, y claro una pequeña porción de Fariña (harina de yuca en granos), hacen parte del menú; el primer bocado de un delicioso viaje que en tan solo cuatro días permitirá conocer parte del llamado ‘Trapecio amazónico’, donde es posible caminar por tierras peruanas, brasileras y colombianas, sin restricción alguna, y sin visa o necesidad de pasaporte.
Son las dos de la tarde, y el calor no mengua.
En la entrada del hotel aguardan cuatro motocarros blancos o ‘Tuqui Tuquis’ como llaman los lugareños estos mototaxis. Dos turistas por cada uno, y arranca una aventura en la selva amazónica.
A 10 minutos se realiza la primera parada. Una caseta en la que priman los colores amarillo, verde y azul anuncia la llegada a Brasil, exactamente a Tabatiga, población que linda con Leticia. A un costado una pequeña casa de cambio, una estación de la Força Nacional brasilera y más adelante la ‘Casa Do Chocolate’, parada obligada para adquirir Garotos y bombones o licores como la Cachaça… “limón y sal”…, recomienda una de las vendedoras en portuñol.
“Ahora vamos a La Fera”, dice el guía. Un colorido mercado que da al río Amazonas, o Solimoes como es conocido este río en el costado brasilero; o Marañón, si del lado peruano se trata.
Atrás queda el mercado y a un par de minutos se llega a un zoológico custodiado por soldados cariocas. Un avión militar está en la entrada. Papagayos, tucanes y guacamayas de múltiples colores; además de micos, venados, dantas y un pollo blanco de mediano tamaño se pasea afanado de lado a lado dentro de la jaula donde impávidas aguardan cuatro anacondas.
De vuelta...
“Nuestro departamento (Amazonas) tiene lugares muy bonitos”, dice Teteye y aunque parezca contradictorio recuerda la Casa Arana, tristemente célebre en la época de los caucheros por haber sido escenario de torturas y asesinatos de cientos de indígenas de distintas culturas, casi extintas como lo son la Ocaina y Muinane de las cuales, según el guía, en la actualidad apenas sobreviven 36 individuos. “Este lugar es hoy un museo y se ubica en el sector de la Chorrera”, dice y tras un corto silencio afirma que “por lo que se vivió allí fue que el Estado miró para este lado del país -que abarca cerca de la mitad del territorio nacional-”.
El parque de los pájaros es el mayor atractivo, pues sobre las 4:30 de la tarde cada día empiezan a llegar cientos de aves para posarse en los árboles y hasta en el cableado eléctrico, inundando el ambiente con cantos y chillidos. “Este es un espectáculo muy bonito”, dice.
Una vuelta por la plaza, una visita a la iglesia católica ‘Nuestra señora de la paz’, o un refresco en un quiosco muy bien adecuado son algunas de las alternativas mientras llegan las aves. Otros prefieren rondar cual felinos a las delgadas y pálidas rubias europeas que en pantaloneta, muy cortas, y sandalias caminan por el lugar.
“La Victoria Regia era una mujer muy hermosa. Un cacique se enamoró de ella… y mucho tiempo pasó sin que ella supiera de ese idilio. Pasado un tiempo él se atrevió a proponerle una relación, lo que a ella le disgustó…, se negó lo que hizo que el Cacique la sentenciara a no salir mientras la luz del sol estuviera. Una noche Tupic (la luna) se reflejó en el agua. Eso hizo que la mujer quisiera cogerla, lo intentó tantas veces que cayó y se ahogó. De inmediato la mujer se convirtió en la flor de loto, por eso esa flor es tan hermosa”, narra Teteye, sumando una leyenda más en su recorrido “todo eso hace parte de nuestra indiosincracia”, añade.
Rumbo a Perú
Teteye va al frente de una lancha rápida que tras 30 minutos de viaje llega al lugar donde decenas de pequeños primates, en busca de comida, abordan a los turistas quienes los reciben con un temor que dura apenas minutos.
Un pequeño puerto es el lugar apropiado para que un grupo de indígenas comercien sus productos.
El camino es largo y Puerto Alegría, puerta a la reserva Natural Marasha, en el corazón de la selva peruana aguarda. Teteye y Mario, un ciudadano colombo-brasilero-peruano dirigen la canoa, uno en la proa, otro en la popa.
Pesca deportiva, canopy, paseos nocturnos, avistamiento de aves, y de seguro largas charlas entre turistas se darán las siguientes jornadas, pues al inmenso silencio se suma la muy oportuna falta de electrodomésticos y mucho mejor aún, la ausencia de señal celular.
La seguridad a lo largo del viaje es prioridad, y si bien es cierto se convive con la naturaleza, lejos están las versiones que dan cuenta de animales salvajes acechando turistas.
Finaliza el viaje y la despedida a quien se convirtió en un amigo y un guardia entristece. “Uno se encariña con ustedes…, gracias por todo. Y recuerden que a la selva, no hay que temerle, hay que vivirla y respetarla”, dice “a uno le dan ganas de llorar…”, termina.
Fotos | André Garrido
Leticia cuenta con unos 38 mil indígenas. En todo el Amazonas son cerca de 78 mil.
En las riberas del río Amazonas surgen numerosos poblados indígenas.
Las hamacas son una buena alternativa para descansar, después de una agotadora jornada de viaje.
Pocas luces se observan durante la noche en el Amazonas.
Las casas en los árboles son numerosas.
Imagen del pez dorado que sorprende a los turistas en Leticia.
Luis Gabriel Teteye, un indígena de 40 años, que trabaja como guía.
La tranquilidad de las aguas invita a viajar por el río.
Las casas en los árboles son numerosas.
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