LA PATRIA | RIOSUCIO
Desde el pasado miércoles, María Odila Arango, madre del minero Rubén Darío Ruiz, tenía la certeza de que sus rezos darían resultado. Aseguraba que un cuerpo que habían visto los rescatistas era el de su hijo.
Como siguiendo una especie de protocolo divino, el jueves en la mañana fue de las primeras familiares a quien Medicina Legal le sacó sangre para las pruebas de ADN, que permitieran el reconocimiento de los cuerpos.
Ayer, desde muy temprano, sus palpitos se volvieron realidad. Pajita, como lo conocían en el gremio minero, fue el primer cuerpo rescatado y, a su vez, se convirtió en el presagio de que sus nueve colegas, quienes aún permanecían atrapados en las minas de Leo y de Mauricio, serían sacados de los pozos uno y dos.
Según Catalina Gheorghe, gerente de salvamento de la Agencia Nacional Minera, desde las 5:45 de la mañana de ayer avistaron un cadáver en el pozo cero y a las 7:00 de la mañana se lo entregaron a los miembros del CTI de la Fiscalía, quienes lo trasladaron a la sede de Medicina Legal en Pereira para su reconocimiento.
Carlos Mario, el hermano de Ruiz, lo reconoció por la cadena, una cicatriz que tenía en su frente, el reloj y por la vestimenta que llevaba cuando ocurrieron los hechos. Recordó, con pesar, que un día antes del accidente le aconsejó que se retirara de la minería porque estaba arriesgando su vida. “Algo se pone a hacer”, le dijo. Sin embargo, su respuesta fue que eso era lo único que había en esa zona para ganarse el sustento.
Hace 11 años que Rubén Darío se vino desde Abejorral, (Antioquia) a vivir a Supía. Cuando eso tenía 22 años y desde entonces, la único en lo que había laborado era en las minas del sector. Al momento de la tragedia el minero llevaba 20 días en la mina dos. Desde allí, Pajita, de 34 años, fue arrastrado por la fuerza del agua hasta donde lo encontraron.
“Los mineros han sido los que más lucharon por rescatar los cuerpos. Por eso, mi agradecimiento es para ellos”, dijo Carlos Mario.
Extraoficialmente se conoció que a las 10:00 de la noche del pasado jueves un grupo de mineros fue retirado de las operaciones de rescate por órdenes de un ingeniero de la Agencia Nacional Minera. Al parecer, el motivo fue que el funcionario los vio sacando oro, cuando la prioridad en ese momento era el rescate de sus compañeros. Los ánimos se calentaron y mientras unos familiares rechazaron el hecho, otros pidieron que no fueron retirados porque, al fin de cuentas, ellos son los que conocen a la perfección las minas, quienes sirven como guías a los socorristas. Su salida de las operaciones implicaría un retraso mayor en la recuperación de los cuerpos.
Daniel Castaño Bermeo, delegado de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo, no se refirió al incidente del día anterior. Explicó que a estas alturas, cuando han pasado 11 días de espera, es normal que en medio del estrés los familiares y los mineros se desesperen. Sin embargo, ellos han entendido que las labores implican calma y, ante todo, protocolos de seguridad para no arriesgar más vidas.
En la mañana de ayer un minero sirvió como guía dentro del pozo dos para que tres funcionarios de la Agencia Nacional Minera afirmaran el techo, succionaran el agua con mangueras y mejoraran la ventilación. La intensificación de sus labores, 300 metros bajo tierra, rindió frutos al inicio de la tarde.
Era la 1:15 y cientos de curiosos, entre familiares y amigos de las víctimas, se movían de un lado para otro, con sus tapabocas, anunciando que del fondo de los socavones saldrían más cuerpos. De ahí hasta las 2:00 de la tarde los funcionarios del CTI, policías y mineros rescataron cuatro cadáveres más del pozo dos. Anoche faltaban cinco y las labores no paraban.
Wilson Enrique Tapasco, conocido como Yaki Chan, y quien era el picador de la mina, fue el segundo cuerpo que sacaron en la tarde. Cerca del carro de criminalística de la Policía estaba su esposa, Patricia Arango. Solo observaba.
Por momentos pedía a los agentes que le permitieran pasar. No la dejaban. Entonces optaba por expulsar su dolor hablando. “Hace siete años se me murió una niña gemela antes de nacer. La otra sobrevivió, pero cuando cumplió siete años, falleció por una afección pulmonar. Ambas fueron enterradas en la vereda Guamal, de Supía. Allá voy a sepultar a mi marido porque él lo quiso así”.
Momentos después, llegó una funcionaria de la Cruz Roja, la abrazó y la retiró del sitio con estas palabras: “Ya vas a descansar un poco”.
Juan Manuel Osorio Morales, director de la Cruz Roja seccional Caldas, informó que el acompañamiento de esa entidad con las familias de las víctimas es permanente, no solo en la crisis. “En la etapa de duelo, que es lo que viene después del rescate de los cuerpos, continuaremos apoyándolos durante tres meses”.
Rubén Darío Ruiz, de 34 años, Olidén de Jesús Hernández, Adrián Arley Uchima, Wilson Enrique Tapasco y Víctor Alonso Flórez.
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