Sebastián Galvis Arcila

Nadie puede estar a gusto en la represión y el vandalismo; la reacción iracunda se camufla en la revolución y en los escombros de la destrucción. La generación del rechazo por la fuerza pública es inclemente si se contrasta con la opinión de quienes creen en luchas pacíficas. Legítima es la lucha con fines y proposiciones como legítima la resistencia cuando la opresión avasalla.
La enemistad entre parte de la ciudadanía con la fuerza pública requiere ser tratada desde frentes sociales y comunitarios puesto que daña la propiedad privada, aflige a personas, enluta familias y genera caos donde terminan las vidas de ciudadanos cansados de la decepción. El exceso de la fuerza tiene poco que aportar si se quiere resolver el conflicto. No estamos hablando de un vandalismo causado por drogas o por jóvenes alicorados, sino de confrontaciones desde parte de la ciudadanía que ve con impotencia la rigidez de las estructuras de gobierno.
Las revueltas que tienen como blanco a la policía requieren de intervención profesional en medio de los escombros, destrucción, hurtos e incendios. Hago el llamado a los medios de comunicación para que asuman su responsabilidad en la reproducción y a menudo manipulación sugestiva de contenido que retrata una deplorable escenografía de violencia; acaso ¿no saben que reflejar una imagen deteriorada con insistencia facilita la generalización perceptiva? Este es un tipo de violencia psicológica que se explica desde la teoría de los vidrios rotos de Wilson y Kelling, la cual expresa que los delitos aumentan en los territorios donde se evidencia descuido, suciedad, desorden y maltrato. Alguien que mire los noticieros de la ciudad se hará una idea de Manizales sumida en el completo caos, cuando no es así.
Desde luego no son menores las situaciones de confrontación que se están dando, la situación es tensa en estos momentos y lamentable, pero la realidad proyectada de una ciudad violenta y destrozada no representa a un sector grande de la población que cree en el diálogo, los compromisos organizacionales y la necesidad de una cultura ciudadana. El derecho a la resistencia debe ser protegido, por ello es necesario convivir de una manera que excluya las excusas de comportamientos indebidos.
Revisar la salud mental de los ciudadanos es prioritario en estos momentos en que desciende la curva de contagios para el covid-19; pues hay claros indicios de las consecuencias que trae la represión en las personas acorraladas no por las balas ni los fusiles sino por la falta de oportunidades. De manera que los trastornos mentales aumentan y la delincuencia es una resultante de una sociedad en abstinencia. Esta delincuencia de cualquiera de los sectores que provenga, debe enfrentarse desde la lógica del contagio que se da principalmente en población joven, esa que nació en la última década del siglo pasado y en la primera del siglo XXI. Una generación regularmente pacífica, digitalizada, que debe comprenderse desde sus altos niveles de estrés y depresión con relación a las demás generaciones.
Los valores que suelen perderse por la presión de grupo, desaparecen ante el manejo de códigos avalados por discursos libertarios de supervivencia; hay personas involucradas que nunca han tenido intención de llegar tan lejos, sin embargo, ante la devaluación de los órganos de poder, hemos de darnos cuenta que no se ha aprendido a cuidar y significar el valor de las cosas. Los valores han cambiado y la representación de la autoridad se ha vuelto una figura de humo que no importa tanto como la consecución de las cosas; y el valor de las cosas es un tema que tiene todo que ver con la educación recibida desde casa.
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