Sebastián Galvis Arcila
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Una de las tendencias que se marcan con el aumento de las videoconferencias es el fondo de la biblioteca; su uso resulta llamativo desde la obligación que causa la tecnología en tiempos de pandemia, tanto así que a través de empresas como Amazon ya venden el fondo perfecto para videollamadas con forma de estante lleno de libros ordenados. Para algunos, la razón es obvia, aparecer con libros a la espalda le hará ver más culto; o también podría pensarse que la biblioteca es uno de los espacios de la casa que permanece más presentable durante la mayor parte del tiempo. Pongamos ahora la lupa en lo que esto significa.
Es cierto que las cifras de lectura se están incrementando, por ejemplo, la Cámara Colombiana del Libro mencionó en el 2020 que en promedio el colombiano está leyendo 2,7 libros al año, lo que implica un aumento significativo, pero también un desafío urgente para aumentar esa cifra. Entonces se trata de un hábito creciente producto de la pandemia que intentamos mostrar a través de las videollamadas, las cuales se han convertido en una forma de interactuar permanente. Recientemente el New York Times indicó que presentarse con biblioteca es una demostración para ser parte de una clase experta.
En realidad, no se sabe qué tan experta puede parecer una persona con una biblioteca fulgurante de esas que a simple vista se nota que nadie le mueve un libro para no dañar su estética. Tanto peor, para aquellos que han sido sorprendidos con su fondo sintético de cartón o aquellas estanterías repletas de libros de Cohelo, la tetralogía de cincuenta sombras de Grey, Hercólubus, la batalla por la paz, sin tetas no hay paraíso y revistas cosméticas. Si pudiera verse la literatura que está ahí exhibida, podríamos saber si se trata de un paquete chileno o de una persona que hace su mejor esfuerzo por llenar su mente con ideas pertinentes.
No obstante, esa tendencia es un acto deliberado que intenta expresar una imagen sólida de persona culta o especializada en cualquier área. ¡Eso es! sentirse importante mediante la proyección visual como recurso compensatorio de los lentes de “nerd” que ya no son tan evidentes, o las expresiones faciales esmeradamente preparadas para mostrarse interesante; o los sombreros, los corbatines y bufandas que no causan el mismo efecto intelectualista cuando se presentan a través de las pantallas. Siendo los libros símbolo de poder para alejar a los espíritus malignos según la tradición china, hemos de empezar a cuidar nuestras espaldas, a lo mejor (y el cielo no lo quiera), cualquier día nos salga un demonio de un texto escrito por Gustavo Bolívar y lo capte la cámara.
No desestimo que se trate en parte del síndrome Dunning-Kruger, porque los que intentan mostrarse como expertos pululan en la charlatanería y el desatino. Los libros en el fondo pueden ser también una forma de sobreestimar las habilidades y en ese caso, son una coartada de la incompetencia. Como otro intento para sobrevalorarse, algunas personas que se sientan delante del fortín de sus bibliotecas pueden estar en esa búsqueda incansable de sentirse satisfechos consigo mismos y lograr así valía personal. De modo que tener libros no implica que se trate de un experto o de una persona inteligente, puesto que tenerlos no es lo mismo que haberlos leído o al menos consultado; de modo que esta tendencia está dejando al descubierto a quien hace referencia de lo que bien sabe y al que constantemente se las está dando de sobrado y aparente. Después de todo, lo que están haciendo es dar la espalda a los libros, ¿no?
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